Ya no lloro.
Es decir, no es que no quiera llorar.
Simplemente es que no puedo.
No es que no haya tristeza, es que no
hay lágrimas. Estoy seca, vacía.
El vacío. Por favor hablemos de este
vacío muerto, incoloro pero oscuro. Hablemos del vacío abismal. Hablemos porque
el vacío también es silencio y capaz que si hablamos se contrarresta.
Necesito una voz humana en medio del
silencio abismal.
Es gracioso que en una institución
psiquiátrica no te curan (no es que puedan, pero bueno, tampoco es que lo
intenten mucho); lo que hacen es rehabilitarte a un estado funcional para que
dejes de ser un cachorro peligroso y vuelvas a ser lo más parecido a un ser
humano que hay. No les importa si realmente se te va la depresión, si dejás de
tener ataques de pánico, si ya no ves enanitos de colores en el aire, si ya no
escuchás voces: les importa que no se note y que puedas ir por la calle como
cualquier hijo de vecino.
Y pues claro que yo no me curé. Una porque
no hay cura, dos porque solo me enseñaron a reprimir mis sentimientos. Mis
bellas emociones, que por cierto necesito para interpretar en el escenario,
pero eso a ellos no les importaba. Ahí adentro llorar sí era una calamidad,
todo llanto era una calamidad, porque no eras un ser humano con emociones. Eras
un puto apellido. Una receta con ciertas drogas y sus dosis. Un compendio de
síntomas. Un número de habitación. Un brazo con cicatrices. Un recuento de
crisis. Una cosa.
Entonces agarraban a la cosa y la
sacudían un poco, le preguntaban si dormía, si comía, si lloraba, y tal. ¿Indagar
en la causa? Já, jamás. Para eso está tu terapeuta de afuera, no jodás con eso
nena que acá no tenemos tiempo. ¿Tomaste la medicación de las cuatro? Perfecto,
andá, nos vemos mañana. O pasado.
Y lo gracioso es que tiempo sobraba
porque siento que ahí adentro estuve una vida. Los minutos no pasaban y el
tiempo era un elemento chicloso, denso, elástico y jamás roto. Leías en dos
minutos lo que afuera en media hora. El tiempo. Qué mambo, ¿no? Porque ellos no
tenían tiempo para mí y sin embargo yo estaba llena de tiempo vacío.
El vacío otra vez.
Mi cama estaba vacía ahí adentro y a
nadie le importaba que yo siguiera en mis trece. ¿Cómo que le escribiste una
carta, cómo que lo querés llamar? Pues claro, si no me preguntás qué siento
todo te va a resultar una sorpresa. No entendían mi vacío porque no entendían
qué me pasaba. Y estoy convencida de que nunca lo intentaron entender. No
entendían ese amor enfermo de un corazón muerto. Vacío.
Cama vacía, corazón vacío, tiempo vacío.
El no ser me perseguía. Me perseguía la falta, la falta constitutiva del
sujeto, lo que no estaba ahí. Mi larga lista de ausencias me miraba dormir por
las noches y se sentaba conmigo en el patio durante el día. Y mi ausencia
principal se reía de mí en mis pesadillas…igual que hoy, un año después.
El hoy es un concepto que también es
elástico: puede ser hoy, cuatro de febrero; hoy, la era contemporánea; un hoy
vago por oposición vaga al pasado del ayer.
Mi hoy es diferente. Mi hoy procede de
un quiebre con toda mi vida anterior, con todo lo que conocía, con todo lo que
validaba como cierto. Mi hoy se opone al ayer como en una brutal dialéctica. Mi
hoy contradice al ayer, quiebra con el ayer, aplasta y reprime al ayer porque
si no, no sobrevive.
Pero el ayer da pelea y aparece como
pesadillas, como flashbacks, como triggers, como inseguridades, como miedos. Se
resiste a la cura y a la represión, se resiste a que lo arranque de una puta
vez.
¿Cómo arrancarlo?
Bueno, escribirlo quizás sea una opción.
El tema es… lo insimbolizable. Lo que no puede ser nombrado, lo que se resiste
a encajar en palabras, movimientos, notas musicales. Como criaturas de un abismo,
innombrables. Como el vacío de mi abismo, oscuras, insimbolizables, muertas
vivas. La resistencia de lo insimbolizable que se esconde en ese vacío que miro
todo el tiempo y al que no quiero volver nunca más.
Y donde sin embargo vivo.
Soy también una criatura del abismo.
Hablando del vacío, hablemos de mis sueños.
Quien tiene confianza conmigo sabe que no duermo tranquila hace años. Digamos
que mi historial amoroso ha sido un desastre y me dejó llena de cicatrices y de
pesadillas vívidas, tremendas. He perdido la cuenta de las veces que me
desperté llena de miedo, transpirada, con el corazón en la boca, pensando que
era todo real y que volvía el grito, el insulto, el golpe. He perdido la
cuenta. O quizás nunca quise contar.
Y cuando pensaste que finalmente las
pesadillas se fundían en un abrazo sanador, el abrazo fue recuerdo y el recuerdo
nueva pesadilla. Ah, y estas eran peores, como una patada en medio del hígado.
Tan reales y distorsionadas a la vez. Tan dulces y ponzoñosas. Tan descorazonadoramente
oníricas.
Hubo una en particular que fue terrible,
una especie de recuento de toda nuestra historia que finalizaba en el abandono (como
en la vida real), pero muchísimo más gráfico, más punzante. Donde se paseaba
con mi reemplazo frente a mis ojos y se reía de mí: “¿de verdad pensaste que
vos y yo íbamos a volver?”
Con esa frase salté de la cama y miré
hacia la puerta porque habría jurado por mi vida que estaba ahí mirándome,
vigilándome, envenenándome. Así de real es mi inconsciente, que recrea su
energía a la perfección pero añadiéndole un toque de toxicidad viperina
insoportable.
Y no lloré pero no volví a dormir.
Y no dormí pero no volví a soñar.
El punto es que, mientras vos batallás
en medio del abismo, la vida cotidiana sigue. Pastilla de la mañana, pastilla
de la noche, sublingual por si tenés un ataque de pánico, ¿entendiste querida?
Ésta es para compensar las emociones, ésta para la impulsividad. Lástima que
para el vacío no la inventaron todavía.
Porque no, no tengo el corazón roto. No
estoy despechada. Estoy, simplemente, vacía. Como si mi corazón se hubiese
pulverizado y hubiese decidido no volver a aparecer en mi pecho.
Porque no lo extraño, ni lo idealizo, ni
sufro, ni quiero que vuelva (no, no vuelvas, por favor no vuelvas, por lo que
más quieras no vuelvas).
Porque simplemente no siento.
Pero no sentir no implica permanecer
ciega ante otros estímulos. Sí, me ha gustado gente en el proceso (gente=dos
personas). Bueno, casi (¿gente=una persona?). Pero es como cuando te gustaba un
personaje de una película o serie: sabías que no sería real, que ese Adonis
jamás te abrazaría porque no era posible.
Jamás sería posible, mirá si ese ser
todo perfecto se iba a fijar en una criatura abismal como vos. Y, en el
improbable caso de que notara tu presencia, jamás serías suficiente. Oh no, no
serías suficiente…otra vez.
Pero bueno, a mí me gustaba ese Adonis y
si me servía mirarlo y soñar un rato, no le hacía daño a nadie más que a mí
misma con mis altas expectativas y mis gustos raros e imposibles. A mí me
gustaba y, mientras no hubiese contacto, mientras se mantuviese perfectamente
imposible, era también perfectamente indoloro.
¿El deseo? Bien, gracias. No era una
realidad tampoco. En sí, nunca fue una realidad muy concisa conmigo, y con este
Adonis no pasaba. Era atracción pero no deseo porque sabemos que el deseo
conmigo es una gema difícil de conseguir. El deseo en mi caso involucra contacto
concreto. No habría deseo porque no lo tocaría nunca, porque no sería real.
Pero… ¿y si fuese real?
Mi pregunta principal es qué hacer si en
medio de la lucha con mis demonios abismales aparece un nuevo deseo. Qué hago
si mis pesadillas son desplazadas por otros sueños, menos terroríficos pero
igual de atormentadores. Qué pasa con ese nuevo objeto de deseo que es tan
lejano como la ausencia misma.
Si venías en medio de tus mambos y
Adonis mismo se personifica en tu vida, ¿qué hacés? ¿Cómo hacés?
Si venías escapando de tu abismo y
chocás con una emoción nueva en un corazón que creías vacío, muerto,
inexistente, ¿qué camino seguís?
¿Lo seguís?
¿Y si el otro también pelea con sus
mambos y sus abismos? No habrás pensado que Adonis era ajeno a las emociones
mortales… ¿o sí? Porque no creo que lo sea.
¿No serás vos que otra vez andás
endiosando simples mortales en pedestales de mármol?
¿No serás vos la única que crea mambos
donde no hay, que pretende rellenar vacíos que quizás deben quedar ahí?
Abundan las preguntas y escasean las
respuestas.
En cuanto al vacío, la idea del memorial
del 11/S me parece interesante. Quiero decir, no rellenaron el vacío del hueco
de las torres, sino que lo convirtieron en fuente. Y quizás ese ejemplo sea el
pivot clave. Quizás no necesito combatir mis abismos, rellenar mis abismos,
hacerlos desaparecer.
Quizás deba transformarlos en germen de cosas,
en origen de lo nuevo. Quizás del abismo deba surgir otra criatura como yo,
pero más fuerte. Quizás mis abismos terminen siendo útiles...
Quizás deba convertirlos en fuentes.
Quizás deba convertirlos en fuentes.
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