Anoche volví a soñar con vos. Y qué
querés que te diga, estoy harta.
Así que voy a tratar de recomponer mi
cadena de pensamiento de la última pesadilla, a ver si la puedo exorcizar.
Venga, vamos, acompañame que esto es íntegramente tu culpa.
Narrativamente era bastante simple: por
alguna razón nos veíamos, hablábamos. Pero yo no escuchaba tu voz sino mis
propios pensamientos. Simbólico, ¿no?
Y pensaba muchas cosas mientras el mundo
giraba alrededor nuestro, como en las epifanías de las series. Quizás hasta el
final haya sido una epifanía. Quizás no. Pero vos sabés que yo soy medio bruja
y ando profetizando cosas. Sí, ya sé, vos sos más médium que yo, pero no me
restes mérito que bastante he aclarado oníricamente.
Tengo una nebulosa de todo lo que
pensaba y sólo el final está en su lugar, así que acompañame a esta asociación
libre para nada freudiana y bastante poco ortodoxa.
Let’s go.
Recuerdo que me preguntaba qué mierda
hacía ahí con vos, metida en una conversación bizarra (porque no necesitaba
escucharla para saber que una conversación nuestra no puede ser otra cosa que
bizarra).
Y hablando de recordar, me ahogó una
catarata de recuerdos y de olvidos. Más olvidos que recuerdos.
Me olvidé muchas cosas que antes tenía
grabadas a fuego. Me olvidé el tacto de tu pelo en mis dedos, el peso de tu
cabeza en mi pecho, dónde empieza tu sonrisa. Me olvidé tu tacto háptico, tu
aroma, el gusto de tus panes rellenos.
Otras las recuerdo como a través de una
cortina de humo. Sé que puedo reconstruir tus facciones como lo hace un ciego,
pero no termino de encajar las piezas en su lugar. Tu voz en mis sueños suena
distorsionada, metálica, desganada. Y no creo que haya sido así.
Pero, ¿importa acaso la verdad cuando
nuestros recuerdos no son más que niebla construida porque le tenemos pánico al
olvido? ¿Cuál es el punto de recordar gente que ya no está porque eligió no
estar, de guardar en tu memoria sus datos y su imagen? Conozco tantas cosas
tuyas que no quiero saber: tu historia, el nombre de tu primera novia que ahora
que lo pienso no es casual, tus gustos, tus texturas. ¿Cómo se hace para borrar
todo eso? ¿Quién asumió que yo quería recordar? ¿Acaso pensás que para mí es
divertido que mi inconsciente te reconstruya porque una vez te conocí como la
palma de mi mano? Es tortuoso, es difícil, y no lo quiero. Soy como Funes el
memorioso, atada a la tortura de tener una memoria prodigiosa que no quiero. Yo
sólo quiero olvidar.
Ya no diferencio entre recuerdo y
reconstrucción. Contar todo se me hace difícil porque mi percepción del pasado
está asaltada por sentimientos encontrados: ¿quiero recordar para escribir o
quiero olvidar para sanar? En el fondo mi orgullo por no idealizarte y por no
tener nada de nostalgia se empaña porque aún así recuerdo. Contra mi voluntad
te recuerdo, contra mi salud. Ya no quiero recordar, déjenme olvidar, dejame olvidar.
No podré olvidar hasta que escriba y eso
implica que no habrá sanación hasta no vomitar hasta la última palabra. Ok,
acepto tu desafío…no te quejes del resultado.
La memoria emotiva es curiosa, y sobre
todo cuando se trata de estímulos materiales o sensoriales. Digo, puedo
convivir perfectamente con el unicornio de peluche que me regalaste (já, vengan
de a mil a querer sacarme mi unicornio, los desafío), pero no puedo tomar café
en la taza que usabas vos. Uso tranquilamente la camisa de jean pero el
universo no permita que me cruce a alguien usando tu perfume porque empiezo a
temblar como una nena. Y la peor: no puedo ni ver las mochilas rojas y grises.
No, no es joda, me hacen mal. Una vez me crucé en el subte a un tipo con una
mochila igual a la tuya y me puse a HIPERVENTILAR. Charlame de traumas y de una
memoria tan perfecta y ridículamente detallista que duele (la flaca no se
acordaba tu voz pero sí tu mochila, totalmente normal).
Siempre he sostenido que las relaciones
fallidas y mal terminadas te arruinan una buena lista de cosas, pero eso es
tema de otro texto…o capítulo, si te gusta el término. Ah sí, la promesa del
libro. Creo que tocamos ese tema en el sueño pero no sé cuál era el enfoque.
¿Te acordás que me alentabas a escribir? Jamás pensé que iba a terminar escribiendo
de vos. Vos ibas a ser el futuro, lo que seguía al punto final de mi tragedia.
Y ya ves que no fuiste más que otro hito en mi historia de desgracias. Se
suponía que yo no tenía que escribir de lo bueno, de lo bello, que eras vos.
Siempre creí que lo bello es indescriptible y que no podés ahondar en él sin
terminar en un cliché. Lo trágico, en cambio, permite más licencias poéticas.
Lo grotesco, lo monstruoso, lo abismal, eso sí vale la pena, eso llena páginas
sustanciosas. Y todo eso me lo regalaste, así que gracias.
Ahora tengo tanta monstruosidad, tanto abismo,
que no sé qué hacer con ellos. No sé por dónde empezar a vadearlos, a reconstruirlos,
a describirlos. La escritora bloqueada, la escritora fallida. La comunicadora
sin palabras.
La charla seguía como en segundo plano
mientras mi mente iba a mil y mi corazón…bueno, mi corazón nada. ¿Qué clase de
charla podríamos tener nosotros, además? Hola sí, ¿me explicás cómo te volviste
un torturador medieval capaz de abandonarme en medio de un ataque de pánico?
Pero no quiero escribir de eso ahora. No es tiempo aún. Cuando te escriba será
desde el principio, la historia del borrego que se hizo lobo tan gradualmente
que no me di cuenta hasta que me saltó a la yugular.
Borrego. Sabés que me encantaría
resignificar esa palabra, ¿verdad? Arrancarle la capa de sentidos que le había
dado y otorgarle otra. Me gusta esa palabra, no creo que la merezcas más. Fue
mi idea además. Al fin y al cabo, no es más que un significante atado a un
sentido de manera arbitraria y convencional por mí, ¿no? ¿Eso significa que
puedo atar el significante a otro significado, crear otro signo, desterrar el
anterior? (Saussure no me mates por este uso apócrifo de tu teoría).
¿Y si creo un signo nuevo?
Pero, ¿era un mero signo? Nos olvidamos
del apego emocional de los signos, algo que poco se ha estudiado. Digo, para mí
el significante “borrego” acolchonaba una serie de significantes donde cobraba
sentido, una cadena significante que tenía nombre y apellido y correspondía a
ciertas emociones.
Quiero que acolche una nueva cadena, al
decir de Žižek (ah, la comunicadora filósofa). Quiero formar otra cadena con
otro nombre, otro apellido, otros significantes, otra interpelación.
Si sólo es un signo, si sólo sos un
signo, ¿qué me impide olvidar?
Irreconocible. Esa era la palabra que me
daba vueltas en la mente. Cuando una persona se convierte en un extraño, en
alguien que no podés reconocer, en alguien con quien parece que nunca
compartiste nada… ¿qué hacés?
Te deja knock out. Todo recurso al que
puedas apelar es inútil. Todos mis recursos fueron inútiles con vos. Tanto
esfuerzo, tanto amor al pedo. Tanto Eros, tanto Thanatos, para qué, si no me
quedé ni con uno ni con otro. No me bancó el amor ni la muerte, me quedé en el
purgatorio y sabés que aborrezco la idea del purgatorio, que es una mitad de
camino que me enferma. Y no me refiero a la clínica, aunque podría. Me refiero
a mi limbo emocional, a mi nada, a mi agujero negro sentimental.
Y hablando de los recursos llegamos al
final del sueño, que con eso tiene que ver.
Aparecía Adonis, ¿sabés? No sé por qué
pero caía Adonis y ahí sí que se me daba vuelta el puto mundo porque tenía alta
epifanía.
Pensaba. Pensaba que había usado todos
mis recursos con vos (y que habían sido inútiles). Pensaba que te había dado
todo, que todo lo había sacrificado para darte lo mejor de mí. Te escribí las
cartas más bellas (y poco dignas, hay que reconocerlo), te abrí las puertas de
mi casa y de mi vida, me esforcé por superar la mierda, te ayudé a superar la
tuya y te banqué todos los traumas (como eso de no apagar la luz, ¿o ya te
olvidaste?).
¿Sirvió para algo?
Claro que no.
Si igual te fuiste, me abandonaste en la
clínica para morirme, me reemplazaste. No es una pasada de factura eh, es una
somera descripción de eventos.
Me acuerdo que en el sueño pensaba que
lo nuestro había sido especial como (atenti a la metáfora onírica porque es un
estallo) un vino añejo o el licor maya que me traje de Río Secreto. Y que si
algo tan especial se había muerto tan rápida y abruptamente…todo podía morir de
un momento a otro.
Amistades, vínculos, romances. Todo se
puede morir rápido conmigo.
¿Por qué?
Vos mismo me lo dijiste, como el otro
antes que vos: no sos suficiente, Malena.
No soy suficiente. Nunca fui ni seré
suficiente.
Y entonces, ¿qué?
Nada. Lo miraba a Adonis y entendía.
Entendía que no puedo aspirar alto, ni bajo, ni a ras del suelo. Que no puedo
aspirar a nada porque todo es perecedero y encima conmigo se muere más rápido.
Soy una parca emocional, mato vínculos a la velocidad de la luz.
Lo miraba a Adonis y me repetía lo mismo
de siempre, mirá que semejante ser va a pensar que sos suficiente siquiera para
mirarte. Siquiera para tocarte. No alcanzás ni para eso, por algo todo son
excusas, por algo nunca se ven. Mirá que te van a mirar a vos, ridícula, falsa
Afrodita, diosa de la nada. Dejá de soñar, dejá de creer, dejá de esperar.
Esperás demasiado para ser una criatura
abismal e insuficiente, Malena.
Y eso es tu culpa, ¿sabés? Me hiciste
creer, por un tiempo, que era suficiente, que podía aspirar a no dormir sola y
a no tener pesadillas, que podía aspirar a Eros, que podía, que sí, que era posible.
Y después me reventaste la cabeza contra la pared.
Gracias por el desengaño, por la
historia, por el abismo. Mirá que me enseñaste mucho, pero hubiese preferido no
saber. La gente ignorante siempre es más feliz y yo quiero ignorar.
Ahora no sólo soy un ser insuficiente
sino torturado, que vive en la agonía de las pesadillas, de las epifanías
oníricas, de la memoria prodigiosa.
Mis torturas son dos: ser como Funes el
memorioso y no olvidar nunca. Y nunca ser suficiente.
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