27.2.19

La niñez en disputa.


Tucumán. Una nena de 11 años violada por la pareja de su abuela. Un embarazo claramente no deseado. Una provincia que parece un feudo. Un lobby eclesiástico. Un gobierno irresponsable, un Estado ausente. El cóctel perfecto, parece, para la tortura infantil.
No, no es el primer caso que escuchamos donde todos los derechos se vulneran en pos de un fanatismo demencial. No habíamos terminado de superar el horror del caso de la nena de Jujuy cuando nos enteramos de éste. Y lo peor es que hay mil casos bajo la alfombra donde la tortura infantil y el pisoteo de derechos establecidos es la ley primera. El norte argentino, tierra feudal, mentalidad medieval.
Foto: El Once.
El Código Penal prevé, desde 1921, tres causales donde el aborto no será punible: cuando sea hecho para evitar un peligro de vida o de salud para la madre que no pueda evitarse por otros medios, cuando el embarazo provenga de una violación, o cuando “atente contra el pudor de una mujer idiota o demente” (sic), previendo que en éste último caso será necesario el consentimiento de su representante legal para realizarse el procedimiento. Este derecho está consagrado en el artículo 86 del Código, libro segundo, título I, capítulo I.
Más tarde, en 2012, la Corte Suprema de la Nación ratificó este artículo en virtud del caso de una chica de 15 años violada por su padrastro (fallo F.A.L), donde interpretó que los abortos podían ser no punibles por riesgo de salud de la persona gestante o por violación aun cuando la salud mental de la misma no fuese un factor incidente, en respuesta a ciertos grupos religiosos que argumentaban que sólo era posible cuando la mujer era “demente” (sic). Además, el fallo estableció que era necesario dictar un pronunciamiento para guiar la solución de futuros casos, con tres reglas: que tanto la Constitución como los Tratados Internacionales de Derechos Humanos impiden el castigo de los abortos por violación en consonancia con los principios de igualdad, dignidad de las personas y legalidad; que los médicos no deben pedir autorización judicial para este tipo de interrupciones, sólo se requiere el consentimiento de la víctima; que los jueces deben abstenerse de judicializar el acceso a las interrupciones legales. Con estas normas en mente, se creó el Protocolo Nacional de ILE (Protocolo para la Atención Integral de las Personas con Derecho a la Interrupción Legal del Embarazo)…al que no todas las provincias adhirieron. Adivinen en qué status se encuentra Tucumán.
De hecho, no sólo Tucumán no adhiere al Protocolo ILE (Interrupción Legal del Embarazo), sino que hace pocos meses sus legisladores provinciales (tanto del PJ como de Cambiemos) presentaron un proyecto para evitar el aborto aún en casos de violación, en nombre del derecho del niñe por nacer, del criterio de salvar las dos vidas, de la no discriminación del niñe nacide de una violación, y previendo una supuesta asistencia integral de la mujer que lo único que pretende es hacer que el embarazo llegue a término, sea éste deseado o no. En clara ignorancia del principio de jerarquía de las leyes, que no permite que una legislación provincial sobrepase a una nacional como el Código Penal, el proyecto también ignora la dimensión del deseo en la maternidad, y quiere equiparar los derechos de una mujer cuya integridad sexual fue vulnerada a los de un feto. Para peor, obliga a la mujer a hacerse una ecografía de manera previa al aborto, prevé la posibilidad de la objeción de conciencia de les profesionales de la salud (que, como veremos en el caso de la niña tucumana, fue una jugarreta sucia), y habilita a hacer campañas para concientizar sobre “el valor de la vida desde la concepción”.

En el caso que nos ocupa, dos de las tres causales de aborto no punible que rigen desde hace casi un siglo se cumplen: la menor fue violada y corría riesgo su vida. Que fue violada no necesita discusión: creo que estamos todes de acuerdo en que una nena de 11 años no puede dar consentimiento alguno para una relación sexual, que es abuso sexual por donde se lo mire. Y que corría riesgo su salud lo confirmaron les doctores que finalmente hicieron la práctica: su cuerpo no hubiese resistido llevar a término el embarazo, ni el parto, y al momento de la intervención presentaba preeclampsia (complicación de la gestación que se relaciona con problemas en el desarrollo de los vasos de la placenta, y que puede derivar en hipertensión arterial, cambios en la capacidad de coagulación de la sangre, e incluso paro cardíaco). Lisa y llanamente: si esa nena seguía con el embarazo, se moría. Tanto su embarazo, como su bebé ahora fuera del útero con sólo cinco meses de gestación, eran y son inviables. El aborto en la semana 16, cuando se le descubrió el embarazo, hubiese sido una solución perfectamente segura y no revictimizante. Pero no, no se lo iban a permitir.
Volvamos un momento a las tres reglas que estableció el fallo F.A.L: que los abortos por causal de violación no pueden ser penados, que les doctores deben actuar sin pedir autorización judicial, y que les jueces no deben judicializar el proceso para evitar su dilación. Las dos últimas fueron claramente desoídas: las autoridades del hospital pidieron autorización a la Justicia, y les agentes del poder judicial se encargaron de dilatar la autorización hasta que el aborto no fue posible. La primera, si bien no fue exactamente desobedecida, está en duda dadas las amenazas de los grupos “pro-vida” (antiderechos) a les profesionales que realizaron la práctica. Como no pueden penalizarla, elles toman la justicia en sus manos, otra vez, de manera medieval, pasando por encima de toda ley y todo poder democrático.
Todos los derechos de la menor fueron vulnerados: la persona que debería haberla cuidado la violó, la atención médica llegó tarde, se dilató su acceso a la ILE, no se le brindó ayuda psicológica durante el proceso y no dejaban pasar a les profesionales, la quisieron separar de su mamá, la presionaron para aceptar su embarazo y se lo romantizaron como si fuese una bendición, y no se respetó su voluntad. La niña, entre llantos y repetidas veces, pidió: “quiero que me saquen esto que me puso adentro el viejo”. ¿Eso no es pedir un aborto? ¿Eso no es una súplica de no ser madre?
La nena rechazaba su embarazo a las claras, porque no le decía bebé, no le decía hije, no le decía embarazo: le decía “eso”. ESO. Su rechazo llegaba al plano simbólico, porque no podía ni nombrar la atrocidad que le habían hecho. Se negaba a que le sacaran la ropa interior para revisarla, porque no poder nombrar no significa no entender: significa no poder simbolizar. Y ya sabemos que lo terrible se esconde tras la no simbolización.
Finalmente, cuando no pudieron dilatar más el proceso, tuvieron que hacerle una micro-cesárea (a todas luces, que sea micro no disminuye el trauma, ni hace desaparecer el dolor y la cicatriz), porque un procedimiento por vía vaginal no era posible por el estado de salud de la nena. Una vez dentro del quirófano, TODES les profesionales, anestesista e instrumentista incluides, se declararon objetores de conciencia. Y si bien se está disponiendo incluir la figura del objetor de conciencia, esta figura no aplica cuando el procedimiento es una urgencia y no hay tiempo para buscar otres profesionales que lo realicen. Y sí, declararse objetor de conciencia dentro del quirófano no es posible, y no es más que una jugarreta para intentar bloquear la ILE, dejando de lado el estado de salud de la paciente.
Y lo que es peor: no se sabe cómo, pero los grupos antiderechos se enteraron de quiénes harían la cirugía antes que les profesionales mismes, y se dedicaron a amenazarles de muerte y escracharles. Porque no les importaba salvar la vida de una nena que se moría, importaba más su ceguera religiosa.

Yendo a una dimensión más abstracta, el concepto de autonomía corporal (bodily autonomy en inglés) puede ser útil para analizar la situación, considerándolo un derecho básico. Puede definirse como el derecho al autogobierno sobre el propio cuerpo sin ninguna influencia externa o coerción, en relación al consentimiento afirmativo para participar en cualquier actividad sexual, para la salud reproductiva, y los derechos que tienen que ver con la privacidad, el tratamiento médico, la orientación sexo-genérica, la educación y otros aspectos. Claro está, incluye, en el caso de las personas gestantes, la posibilidad de decidir sobre el aborto.
Hagamos una analogía con la donación de órganos: según la reciente Ley Justina todes somos donantes, a menos que expresemos lo contrario. Es decir, hasta un cadáver tiene autonomía corporal, desde el momento en que se respeta lo que la persona dijo en vida: NO. Entonces, tenemos que no se puede obligar a nadie a dar su cuerpo para salvar la vida de otre, aún cuando sea un cadáver. Lo repito: NO SE PUEDE OBLIGAR A NADIE A RENUNCIAR A SU AUTONOMÍA CORPORAL PARA SALVAR OTRA VIDA. Entonces, ¿por qué se obliga a una persona gestante a renunciar a su autonomía corporal para salvar la “vida” de un cúmulo de células que son inviables fuera del útero? Si hasta un cadáver tiene respetada su autonomía corporal, ¿por qué una persona gestante no puede acceder al mismo derecho?
Es claro el por qué: los cuerpos gestantes, los cuerpos femeninos, son territorio de batalla. Somos territorio de conquista, un pedazo de carne que se disputa para su uso y al que no se le reconocen derechos básicos. No, no podrás decir que no. No, no podrás abortar. Serás útero o no serás, serás madre o no serás, serás incubadora o no serás.
Nos quieren dejar en claro que ellos tienen el poder: el poder de violar, el poder de violentar, el poder de disponer de nuestros cuerpos, el poder de hacer parir, el poder de hacer morir. El poder del Estado es cómplice, y determina qué, cuándo y cómo sucede con nuestros cuerpos. De la autonomía corporal, ni noticias. La dimensión del deseo en la maternidad está completamente borrada, porque el deseo de la persona gestante se les antoja irrisorio: el deseo que cuenta es el deseo de quien tiene el poder.
La maternidad obligada, la violación en todo sentido de los cuerpos gestantes, el femicidio, la revictimización, la ausencia de justicia, las violencias que atravesamos: todos esos son dispositivos de disciplinamiento del cuerpo femenino y/o gestante, dispositivos que nos quieren demostrar que el poder pasa por otro lado. Que no es nuestro. Que ni siquiera nuestros cuerpos son nuestros. El lobby eclesiástico y los movimientos antiderechos se suman a la cruzada disciplinaria sobre las femineidades y los cuerpos gestantes, vaya uno a saber por qué. Porque su Biblia lo dice. Porque su Dios lo impone. Porque su cosmovisión planteada como verdadera lo estipula. Y no aceptan que las cosmovisiones son múltiples y no pueden imponer, desde una religión, la ley democrática y republicana.

Les niñes deben ser libres. Deben jugar y correr, deben ir al jardín y a la escuela, deben crecer en un ambiente de contención, y deben empezar a ser conscientes de que poseen autonomía corporal. La niñez debería ser un derecho y no una disputa. La ESI es para ello fundamental, para enseñarles que, más allá de que el lobby eclesiástico y el Estado feudal no lo quieran reconocer, su cuerpo es solamente suyo y nadie debería violentarlo. El movimiento antiderechos, clamando “con mis hijos no te metas”, termina permitiendo la vejación de niñes y los embarazos no deseados de niñas que no deben ser madres.
Porque las niñas son niñas, no madres.
Ninguna niña puede, ni debe, ser madre.
Nunca.

25.2.19

0-


Felicitaciones por hacerme llorar.
Miserable, cobarde, imbécil, pusilánime, imposible.
Hablo de mí, eh.
Estoy cansada. No puedo creer que volví a mis épocas de llorar hecha un bollo en el sillón, de no comer, de no querer hacer nada.
Me hiciste sentir…pero yo no quería.
Quería sentir, pero  no así.

Por favor, sáquenme esto de adentro. Sáquenme esta opresión del pecho que no me deja respirar, sáquenme esto que no sé cómo se maneja, déjenme tranquila. ¿O no se acuerdan lo que pasó la última vez que sentí? No quiero, no quiero, déjenme sola.
No, no quiero estar sola. No es ése el punto. El punto es que para sufrir ya tengo bastante y no necesitaba tu ayuda. No necesito que me recuerden lo insuficiente, lo fea, lo no deseable que soy. Para eso estoy yo, gracias. Necesito otra clase de estímulos.
Pero déjenme sola. Déjenme que me pudra, que me apague, que me marchite sola, pero sin dolor. No quiero más dolor, ya fue suficiente. Una cicatriz en la muñeca que solo yo puedo ver es suficiente, no quiero revivirla. Un mes en el infierno que nadie puede comprender fue más que suficiente, no quiero volver ahí. Por favor, no permitan que me vuelvan a llevar ahí, antes que eso prefiero desaparecer, convertirme en helecho, hacerme monja.
Arrancame el corazón que no sé si tengo, pero no me lo rompas. Prefiero un agujero negro y no los pedazos que no encajan.

Estoy atrapada en un círculo vicioso de subidas y bajadas, de adrenalina, serotonina y dopamina que desaparecen de un momento a otro dejándome con abstinencia. No, ya sé que lo que me pasa no es químico, pero, si en parte no lo fuese, ¿por qué te medicarían con químicos? ¿No te deberían recetar, no sé, un viaje? ¿Un perro? ¿Hacer amigos? ¿Comer helado?
Atrapada en una vida que no elegí, que no quería, que no pedí. Atrapada porque todas mis decisiones me llevan de vuelta al punto de salida. Como en un perverso y real juego, como si fuese Bandersnatch, termino siempre tomando el peor camino, termino presa de mis decisiones y de mis omisiones, presa de estas putas emociones que no puedo manejar porque no termino de sentir. Basta, no puedo vivir así.
Atrapada en esta identidad de mierda que no me deja ser libre, que no me permite abrirme a cosas nuevas, que no me deja elegir. Elige ella, no elijo yo. Y ella elige mal.
Ella eligió a quien no me elige. No podría decir que me sorprende, siempre pasa lo mismo.
Pero esta vez he tenido suficiente.

Mi cansancio no es físico, es mental, emocional, espiritual. Estoy cansada de este mundo tan difícil, cansada de las relaciones humanas que no dejan de decepcionarme, cansada de tanto dolor. Es como si solo pudiese escribir de mi dolor, de mi sufrimiento. No hay felicidad en mi escritura, hay oscuridad, veneno, amargura, sangre. No puedo escribir cosas felices: no me sale. Y no las tengo.
No, no entendés. No sabés. No podés comprender. No comprendés hasta que ves la sangre, o sentís la piel quemada, o te dejás las uñas marcadas. No sabés hasta que el dolor físico calma el emocional, hasta que tu último recurso es dolor para combatir el dolor. No, no lo pueden entender, discúlpenme. Podrán saber mucho pero no podrán entender las cicatrices…y no hablo solamente de las que se ven.
Cómo explicar lo que significa cuando jamás sentiste vacío semejante. No podría. No hay palabras que describan la nada. Lo que no existe no se puede describir, no es tangible, no se puede representar. El mareo de lo insimbolizable.

Y como no comprenden, no valoran, no cuidan, no piensan. No se preguntan las cosas dos veces, no dimensionan ni se cuestionan por qué una es como es, por qué hace lo que hace, las consecuencias de las cosas.
No necesito niñeros, no necesito enfermeros, no necesito un guardaespaldas. Necesito que la gente deje de ser tan egoísta y tenga responsabilidad emocional. Y no me refiero a potenciales parejas solamente. Las amistades necesitan mucha responsabilidad emocional. Y muchas no tienen ni la suficiente para entender por qué las sacaste de tu vida.
Porque el desamor no es sólo ausencia, es destrato, agresividad, histeria. Es hablarte cuando te necesitan (a las seis de la mañana, muy coherente), es borrarse cuando pinta, es no comprender un límite. Son veneno para el alma, una inyección de cianuro directo al corazón.

Mi psicóloga dice que soy dadora universal, que dono para todos y pocos pueden donar para mí. Que no sé decir que no. Que siempre estoy disponible aunque nadie esté disponible para mí, que sigo dando a pesar del dolor, que pienso más en los demás que en mí misma.
Y no puedo cortar ese círculo vicioso de dar y dar y dar que me consume la energía, que me deja más sola que nunca. Hay gente a la que no puedo decirle que no. Y después me sorprendo cuando me regalan espinas en vez de rosas.
Y podría seguir así toda la vida hasta que me chupen el alma y me dejen seca.  Voy a seguir así porque no aprendo y mi aparente generosidad no frena ni aunque me ponga en riesgo de vida. Como antes, como siempre.

Quisiera decir que esto que estoy escribiendo es decir basta, pero no voy a mentirme ni a mentirles. No puedo decir basta, no puedo decirle que no, es demasiado pedir.
Seguiré sintiendo, doliendo, escribiendo cosas sin sentido. Seguiré siendo la no elegida, la deprimida, la apática.
Pero ya no quiero mentir. No me obliguen a poner la otra mejilla, no me obliguen a fingir que todo está bien, a sonreír, a postear fotos donde se me vea bomba, a proyectar una imagen que no soy.
No puedo prometer que vaya a decir que no.
Pero puedo prometer que no voy a seguir mintiendo.
No tengo por qué avergonzarme de lo que soy, de lo que siento, de mi tristeza, de mi dolor. No tengo por qué ocultar que no estoy bien, que siento vacío, que hay cosas que no voy a poder superar nunca. No es algo que ocultar. No tengo que mentir.
No tengo que agachar la cabeza por no ser neurotípica.

¿Sabés qué? Gracias por hacerme llorar.
Significa que estoy viva. Me viene bien que me lo recuerden.

10.2.19

Memoria e insuficiencia


Anoche volví a soñar con vos. Y qué querés que te diga, estoy harta.
Así que voy a tratar de recomponer mi cadena de pensamiento de la última pesadilla, a ver si la puedo exorcizar. Venga, vamos, acompañame que esto es íntegramente tu culpa.
Narrativamente era bastante simple: por alguna razón nos veíamos, hablábamos. Pero yo no escuchaba tu voz sino mis propios pensamientos. Simbólico, ¿no?
Y pensaba muchas cosas mientras el mundo giraba alrededor nuestro, como en las epifanías de las series. Quizás hasta el final haya sido una epifanía. Quizás no. Pero vos sabés que yo soy medio bruja y ando profetizando cosas. Sí, ya sé, vos sos más médium que yo, pero no me restes mérito que bastante he aclarado oníricamente.
Tengo una nebulosa de todo lo que pensaba y sólo el final está en su lugar, así que acompañame a esta asociación libre para nada freudiana y bastante poco ortodoxa.
Let’s go.

Recuerdo que me preguntaba qué mierda hacía ahí con vos, metida en una conversación bizarra (porque no necesitaba escucharla para saber que una conversación nuestra no puede ser otra cosa que bizarra).
Y hablando de recordar, me ahogó una catarata de recuerdos y de olvidos. Más olvidos que recuerdos.
Me olvidé muchas cosas que antes tenía grabadas a fuego. Me olvidé el tacto de tu pelo en mis dedos, el peso de tu cabeza en mi pecho, dónde empieza tu sonrisa. Me olvidé tu tacto háptico, tu aroma, el gusto de tus panes rellenos.
Otras las recuerdo como a través de una cortina de humo. Sé que puedo reconstruir tus facciones como lo hace un ciego, pero no termino de encajar las piezas en su lugar. Tu voz en mis sueños suena distorsionada, metálica, desganada. Y no creo que haya sido así.
Pero, ¿importa acaso la verdad cuando nuestros recuerdos no son más que niebla construida porque le tenemos pánico al olvido? ¿Cuál es el punto de recordar gente que ya no está porque eligió no estar, de guardar en tu memoria sus datos y su imagen? Conozco tantas cosas tuyas que no quiero saber: tu historia, el nombre de tu primera novia que ahora que lo pienso no es casual, tus gustos, tus texturas. ¿Cómo se hace para borrar todo eso? ¿Quién asumió que yo quería recordar? ¿Acaso pensás que para mí es divertido que mi inconsciente te reconstruya porque una vez te conocí como la palma de mi mano? Es tortuoso, es difícil, y no lo quiero. Soy como Funes el memorioso, atada a la tortura de tener una memoria prodigiosa que no quiero. Yo sólo quiero olvidar.
Ya no diferencio entre recuerdo y reconstrucción. Contar todo se me hace difícil porque mi percepción del pasado está asaltada por sentimientos encontrados: ¿quiero recordar para escribir o quiero olvidar para sanar? En el fondo mi orgullo por no idealizarte y por no tener nada de nostalgia se empaña porque aún así recuerdo. Contra mi voluntad te recuerdo, contra mi salud. Ya no quiero recordar, déjenme olvidar, dejame olvidar.
No podré olvidar hasta que escriba y eso implica que no habrá sanación hasta no vomitar hasta la última palabra. Ok, acepto tu desafío…no te quejes del resultado.

La memoria emotiva es curiosa, y sobre todo cuando se trata de estímulos materiales o sensoriales. Digo, puedo convivir perfectamente con el unicornio de peluche que me regalaste (já, vengan de a mil a querer sacarme mi unicornio, los desafío), pero no puedo tomar café en la taza que usabas vos. Uso tranquilamente la camisa de jean pero el universo no permita que me cruce a alguien usando tu perfume porque empiezo a temblar como una nena. Y la peor: no puedo ni ver las mochilas rojas y grises. No, no es joda, me hacen mal. Una vez me crucé en el subte a un tipo con una mochila igual a la tuya y me puse a HIPERVENTILAR. Charlame de traumas y de una memoria tan perfecta y ridículamente detallista que duele (la flaca no se acordaba tu voz pero sí tu mochila, totalmente normal).
Siempre he sostenido que las relaciones fallidas y mal terminadas te arruinan una buena lista de cosas, pero eso es tema de otro texto…o capítulo, si te gusta el término. Ah sí, la promesa del libro. Creo que tocamos ese tema en el sueño pero no sé cuál era el enfoque. ¿Te acordás que me alentabas a escribir? Jamás pensé que iba a terminar escribiendo de vos. Vos ibas a ser el futuro, lo que seguía al punto final de mi tragedia. Y ya ves que no fuiste más que otro hito en mi historia de desgracias. Se suponía que yo no tenía que escribir de lo bueno, de lo bello, que eras vos. Siempre creí que lo bello es indescriptible y que no podés ahondar en él sin terminar en un cliché. Lo trágico, en cambio, permite más licencias poéticas. Lo grotesco, lo monstruoso, lo abismal, eso sí vale la pena, eso llena páginas sustanciosas. Y todo eso me lo regalaste, así que gracias.
Ahora tengo tanta monstruosidad, tanto abismo, que no sé qué hacer con ellos. No sé por dónde empezar a vadearlos, a reconstruirlos, a describirlos. La escritora bloqueada, la escritora fallida. La comunicadora sin palabras.

La charla seguía como en segundo plano mientras mi mente iba a mil y mi corazón…bueno, mi corazón nada. ¿Qué clase de charla podríamos tener nosotros, además? Hola sí, ¿me explicás cómo te volviste un torturador medieval capaz de abandonarme en medio de un ataque de pánico? Pero no quiero escribir de eso ahora. No es tiempo aún. Cuando te escriba será desde el principio, la historia del borrego que se hizo lobo tan gradualmente que no me di cuenta hasta que me saltó a la yugular.
Borrego. Sabés que me encantaría resignificar esa palabra, ¿verdad? Arrancarle la capa de sentidos que le había dado y otorgarle otra. Me gusta esa palabra, no creo que la merezcas más. Fue mi idea además. Al fin y al cabo, no es más que un significante atado a un sentido de manera arbitraria y convencional por mí, ¿no? ¿Eso significa que puedo atar el significante a otro significado, crear otro signo, desterrar el anterior? (Saussure no me mates por este uso apócrifo de tu teoría).
¿Y si creo un signo nuevo?
Pero, ¿era un mero signo? Nos olvidamos del apego emocional de los signos, algo que poco se ha estudiado. Digo, para mí el significante “borrego” acolchonaba una serie de significantes donde cobraba sentido, una cadena significante que tenía nombre y apellido y correspondía a ciertas emociones.
Quiero que acolche una nueva cadena, al decir de Žižek (ah, la comunicadora filósofa). Quiero formar otra cadena con otro nombre, otro apellido, otros significantes, otra interpelación.
Si sólo es un signo, si sólo sos un signo, ¿qué me impide olvidar?

Irreconocible. Esa era la palabra que me daba vueltas en la mente. Cuando una persona se convierte en un extraño, en alguien que no podés reconocer, en alguien con quien parece que nunca compartiste nada… ¿qué hacés?
Te deja knock out. Todo recurso al que puedas apelar es inútil. Todos mis recursos fueron inútiles con vos. Tanto esfuerzo, tanto amor al pedo. Tanto Eros, tanto Thanatos, para qué, si no me quedé ni con uno ni con otro. No me bancó el amor ni la muerte, me quedé en el purgatorio y sabés que aborrezco la idea del purgatorio, que es una mitad de camino que me enferma. Y no me refiero a la clínica, aunque podría. Me refiero a mi limbo emocional, a mi nada, a mi agujero negro sentimental.

Y hablando de los recursos llegamos al final del sueño, que con eso tiene que ver.
Aparecía Adonis, ¿sabés? No sé por qué pero caía Adonis y ahí sí que se me daba vuelta el puto mundo porque tenía alta epifanía.
Pensaba. Pensaba que había usado todos mis recursos con vos (y que habían sido inútiles). Pensaba que te había dado todo, que todo lo había sacrificado para darte lo mejor de mí. Te escribí las cartas más bellas (y poco dignas, hay que reconocerlo), te abrí las puertas de mi casa y de mi vida, me esforcé por superar la mierda, te ayudé a superar la tuya y te banqué todos los traumas (como eso de no apagar la luz, ¿o ya te olvidaste?).
¿Sirvió para algo?
Claro que no.
Si igual te fuiste, me abandonaste en la clínica para morirme, me reemplazaste. No es una pasada de factura eh, es una somera descripción de eventos.
Me acuerdo que en el sueño pensaba que lo nuestro había sido especial como (atenti a la metáfora onírica porque es un estallo) un vino añejo o el licor maya que me traje de Río Secreto. Y que si algo tan especial se había muerto tan rápida y abruptamente…todo podía morir de un momento a otro.
Amistades, vínculos, romances. Todo se puede morir rápido conmigo.
¿Por qué?
Vos mismo me lo dijiste, como el otro antes que vos: no sos suficiente, Malena.
No soy suficiente. Nunca fui ni seré suficiente.

Y entonces, ¿qué?
Nada. Lo miraba a Adonis y entendía. Entendía que no puedo aspirar alto, ni bajo, ni a ras del suelo. Que no puedo aspirar a nada porque todo es perecedero y encima conmigo se muere más rápido. Soy una parca emocional, mato vínculos a la velocidad de la luz.
Lo miraba a Adonis y me repetía lo mismo de siempre, mirá que semejante ser va a pensar que sos suficiente siquiera para mirarte. Siquiera para tocarte. No alcanzás ni para eso, por algo todo son excusas, por algo nunca se ven. Mirá que te van a mirar a vos, ridícula, falsa Afrodita, diosa de la nada. Dejá de soñar, dejá de creer, dejá de esperar.
Esperás demasiado para ser una criatura abismal e insuficiente, Malena.
Y eso es tu culpa, ¿sabés? Me hiciste creer, por un tiempo, que era suficiente, que podía aspirar a no dormir sola y a no tener pesadillas, que podía aspirar a Eros, que podía, que sí, que era posible. Y después me reventaste la cabeza contra la pared.
Gracias por el desengaño, por la historia, por el abismo. Mirá que me enseñaste mucho, pero hubiese preferido no saber. La gente ignorante siempre es más feliz y yo quiero ignorar.
Ahora no sólo soy un ser insuficiente sino torturado, que vive en la agonía de las pesadillas, de las epifanías oníricas, de la memoria prodigiosa.

Mis torturas son dos: ser como Funes el memorioso y no olvidar nunca. Y nunca ser suficiente.

4.2.19

De vacíos y abismos

Ya no lloro.
Es decir, no es que no quiera llorar. Simplemente es que no puedo.
No es que no haya tristeza, es que no hay lágrimas. Estoy seca, vacía.
El vacío. Por favor hablemos de este vacío muerto, incoloro pero oscuro. Hablemos del vacío abismal. Hablemos porque el vacío también es silencio y capaz que si hablamos se contrarresta.
Necesito una voz humana en medio del silencio abismal.

Es gracioso que en una institución psiquiátrica no te curan (no es que puedan, pero bueno, tampoco es que lo intenten mucho); lo que hacen es rehabilitarte a un estado funcional para que dejes de ser un cachorro peligroso y vuelvas a ser lo más parecido a un ser humano que hay. No les importa si realmente se te va la depresión, si dejás de tener ataques de pánico, si ya no ves enanitos de colores en el aire, si ya no escuchás voces: les importa que no se note y que puedas ir por la calle como cualquier hijo de vecino.
Y pues claro que yo no me curé. Una porque no hay cura, dos porque solo me enseñaron a reprimir mis sentimientos. Mis bellas emociones, que por cierto necesito para interpretar en el escenario, pero eso a ellos no les importaba. Ahí adentro llorar sí era una calamidad, todo llanto era una calamidad, porque no eras un ser humano con emociones. Eras un puto apellido. Una receta con ciertas drogas y sus dosis. Un compendio de síntomas. Un número de habitación. Un brazo con cicatrices. Un recuento de crisis. Una cosa.
Entonces agarraban a la cosa y la sacudían un poco, le preguntaban si dormía, si comía, si lloraba, y tal. ¿Indagar en la causa? Já, jamás. Para eso está tu terapeuta de afuera, no jodás con eso nena que acá no tenemos tiempo. ¿Tomaste la medicación de las cuatro? Perfecto, andá, nos vemos mañana. O pasado.
Y lo gracioso es que tiempo sobraba porque siento que ahí adentro estuve una vida. Los minutos no pasaban y el tiempo era un elemento chicloso, denso, elástico y jamás roto. Leías en dos minutos lo que afuera en media hora. El tiempo. Qué mambo, ¿no? Porque ellos no tenían tiempo para mí y sin embargo yo estaba llena de tiempo vacío.
El vacío otra vez.
Mi cama estaba vacía ahí adentro y a nadie le importaba que yo siguiera en mis trece. ¿Cómo que le escribiste una carta, cómo que lo querés llamar? Pues claro, si no me preguntás qué siento todo te va a resultar una sorpresa. No entendían mi vacío porque no entendían qué me pasaba. Y estoy convencida de que nunca lo intentaron entender. No entendían ese amor enfermo de un corazón muerto. Vacío.
Cama vacía, corazón vacío, tiempo vacío. El no ser me perseguía. Me perseguía la falta, la falta constitutiva del sujeto, lo que no estaba ahí. Mi larga lista de ausencias me miraba dormir por las noches y se sentaba conmigo en el patio durante el día. Y mi ausencia principal se reía de mí en mis pesadillas…igual que hoy, un año después.

El hoy es un concepto que también es elástico: puede ser hoy, cuatro de febrero; hoy, la era contemporánea; un hoy vago por oposición vaga al pasado del ayer.
Mi hoy es diferente. Mi hoy procede de un quiebre con toda mi vida anterior, con todo lo que conocía, con todo lo que validaba como cierto. Mi hoy se opone al ayer como en una brutal dialéctica. Mi hoy contradice al ayer, quiebra con el ayer, aplasta y reprime al ayer porque si no, no sobrevive.
Pero el ayer da pelea y aparece como pesadillas, como flashbacks, como triggers, como inseguridades, como miedos. Se resiste a la cura y a la represión, se resiste a que lo arranque de una puta vez.
¿Cómo arrancarlo?
Bueno, escribirlo quizás sea una opción. El tema es… lo insimbolizable. Lo que no puede ser nombrado, lo que se resiste a encajar en palabras, movimientos, notas musicales. Como criaturas de un abismo, innombrables. Como el vacío de mi abismo, oscuras, insimbolizables, muertas vivas. La resistencia de lo insimbolizable que se esconde en ese vacío que miro todo el tiempo y al que no quiero volver nunca más.
Y donde sin embargo vivo.
Soy también una criatura del abismo.

Hablando del vacío, hablemos de mis sueños. Quien tiene confianza conmigo sabe que no duermo tranquila hace años. Digamos que mi historial amoroso ha sido un desastre y me dejó llena de cicatrices y de pesadillas vívidas, tremendas. He perdido la cuenta de las veces que me desperté llena de miedo, transpirada, con el corazón en la boca, pensando que era todo real y que volvía el grito, el insulto, el golpe. He perdido la cuenta. O quizás nunca quise contar.
Y cuando pensaste que finalmente las pesadillas se fundían en un abrazo sanador, el abrazo fue recuerdo y el recuerdo nueva pesadilla. Ah, y estas eran peores, como una patada en medio del hígado. Tan reales y distorsionadas a la vez. Tan dulces y ponzoñosas. Tan descorazonadoramente oníricas.
Hubo una en particular que fue terrible, una especie de recuento de toda nuestra historia que finalizaba en el abandono (como en la vida real), pero muchísimo más gráfico, más punzante. Donde se paseaba con mi reemplazo frente a mis ojos y se reía de mí: “¿de verdad pensaste que vos y yo íbamos a volver?”
Con esa frase salté de la cama y miré hacia la puerta porque habría jurado por mi vida que estaba ahí mirándome, vigilándome, envenenándome. Así de real es mi inconsciente, que recrea su energía a la perfección pero añadiéndole un toque de toxicidad viperina insoportable.
Y no lloré pero no volví a dormir.
Y no dormí pero no volví a soñar.

El punto es que, mientras vos batallás en medio del abismo, la vida cotidiana sigue. Pastilla de la mañana, pastilla de la noche, sublingual por si tenés un ataque de pánico, ¿entendiste querida? Ésta es para compensar las emociones, ésta para la impulsividad. Lástima que para el vacío no la inventaron todavía.
Porque no, no tengo el corazón roto. No estoy despechada. Estoy, simplemente, vacía. Como si mi corazón se hubiese pulverizado y hubiese decidido no volver a aparecer en mi pecho.
Porque no lo extraño, ni lo idealizo, ni sufro, ni quiero que vuelva (no, no vuelvas, por favor no vuelvas, por lo que más quieras no vuelvas).
Porque simplemente no siento.

Pero no sentir no implica permanecer ciega ante otros estímulos. Sí, me ha gustado gente en el proceso (gente=dos personas). Bueno, casi (¿gente=una persona?). Pero es como cuando te gustaba un personaje de una película o serie: sabías que no sería real, que ese Adonis jamás te abrazaría porque no era posible.
Jamás sería posible, mirá si ese ser todo perfecto se iba a fijar en una criatura abismal como vos. Y, en el improbable caso de que notara tu presencia, jamás serías suficiente. Oh no, no serías suficiente…otra vez.
Pero bueno, a mí me gustaba ese Adonis y si me servía mirarlo y soñar un rato, no le hacía daño a nadie más que a mí misma con mis altas expectativas y mis gustos raros e imposibles. A mí me gustaba y, mientras no hubiese contacto, mientras se mantuviese perfectamente imposible, era también perfectamente indoloro.
            ¿El deseo? Bien, gracias. No era una realidad tampoco. En sí, nunca fue una realidad muy concisa conmigo, y con este Adonis no pasaba. Era atracción pero no deseo porque sabemos que el deseo conmigo es una gema difícil de conseguir. El deseo en mi caso involucra contacto concreto. No habría deseo porque no lo tocaría nunca, porque no sería real.
            Pero… ¿y si fuese real?

Mi pregunta principal es qué hacer si en medio de la lucha con mis demonios abismales aparece un nuevo deseo. Qué hago si mis pesadillas son desplazadas por otros sueños, menos terroríficos pero igual de atormentadores. Qué pasa con ese nuevo objeto de deseo que es tan lejano como la ausencia misma.
Si venías en medio de tus mambos y Adonis mismo se personifica en tu vida, ¿qué hacés? ¿Cómo hacés?
Si venías escapando de tu abismo y chocás con una emoción nueva en un corazón que creías vacío, muerto, inexistente, ¿qué camino seguís?
¿Lo seguís?
¿Y si el otro también pelea con sus mambos y sus abismos? No habrás pensado que Adonis era ajeno a las emociones mortales… ¿o sí? Porque no creo que lo sea.
¿No serás vos que otra vez andás endiosando simples mortales en pedestales de mármol?
¿No serás vos la única que crea mambos donde no hay, que pretende rellenar vacíos que quizás deben quedar ahí?

            Abundan las preguntas y escasean las respuestas.

En cuanto al vacío, la idea del memorial del 11/S me parece interesante. Quiero decir, no rellenaron el vacío del hueco de las torres, sino que lo convirtieron en fuente. Y quizás ese ejemplo sea el pivot clave. Quizás no necesito combatir mis abismos, rellenar mis abismos, hacerlos desaparecer.
Quizás deba transformarlos en germen de cosas, en origen de lo nuevo. Quizás del abismo deba surgir otra criatura como yo, pero más fuerte. Quizás mis abismos terminen siendo útiles...
          Quizás deba convertirlos en fuentes.