El
fascismo fue un fenómeno histórico nacido en Europa, más precisamente en Italia
en los años 20 del siglo pasado, y cuyo período de esplendor concluyó
abruptamente con el final de la Segunda Guerra Mundial. Con el esclarecimiento
de los horrores de la Alemania nazi y los juicios de Núremberg, y con la
posterior caída del régimen franquista en España, el mundo parecía haber
asistido al final del fascismo en el poder.
Sin
embargo, el reciente avance de la ultraderecha en diferentes regiones del mundo
nos abre la puerta a la pregunta de si el sistema internacional se está
enfrentando a un resurgimiento del fascismo bajo nuevas formas. ¿Qué son
realmente estos regímenes? ¿Existen líderes neofascistas? Y, quizás, la más
acuciante: ¿a qué peligro nos enfrentamos?
¿QUÉ ES EL FASCISMO?
La
palabra “fascismo” jamás desapareció del vocabulario político ni del sentido
común. Usada a menudo como insulto para un oponente, es en cambio raramente
usada para asumirla como identidad propia: el fascista siempre es el otro, el
adversario. Nunca uno.
Solemos
pensar al fascismo como un movimiento político e ideológico de la ultraderecha
que defiende la superioridad racial y la supremacía de la nación en cuestión,
un Estado totalitario y corporativista, con un líder carismático, un uso de la
violencia estatal y paraestatal contra las minorías y la persecución de la
oposición política.
Matthew
Feldman es director del Centro para el Análisis de la Extrema Derecha (CARR por
sus siglas en inglés) y es especialista en el análisis del fascismo y la
derecha radical. En sus palabras, el fascismo es “un movimiento revolucionario
de la extrema derecha, basado en una reconstrucción total de la sociedad, que
debe ser social, cultural, incluso espiritual y, por supuesto y sobre todas las
cosas, política. Todas las fases de los movimientos totalitarios están basadas
en reordenar las energías lejos de la decadencia y la maldad, y hacia lo que
los fascistas consideran salud o renovación”.
Kevin
Passmore, por su parte, es profesor de historia en la Universidad Cardiff, y se
ha especializado en el fascismo de los años ’30. Para él, dar una definición
certera del fascismo es difícil, puesto que cada movimiento histórico es
diferente y atraviesa una serie de cambios y etapas. Sin embargo, si miramos
con atención la diferencia entre la extrema derecha y el fascismo, quizás
podamos tener una idea más clara de qué característica principal reviste el
fenómeno. “Yo diría que la mayor diferencia es que, si bien existen algunos
grupos marginales en la extrema derecha, no existe un movimiento paramilitar
masivo como el que existió en el período de entreguerras”, explica Passmore.
“No quiere decir por ello que ninguno de ellos sea fascista, puesto que al no
tener una definición clara no podemos responder esa pregunta, pero sí configura
una diferencia por su rol en la sociedad, porque los movimientos paramilitares
no sólo golpeaban gente: se habían convertido en el Estado mismo”.
Si
juntamos las tres definiciones, obtenemos un movimiento revolucionario de la
extrema derecha que pretende reconstruir la sociedad y que se caracteriza,
principalmente, por el uso de fuerzas paramilitares pero también por el culto a
un líder carismático, la persecución de la oposición política y de las
minorías, y por un Estado fuerte con tendencias corporativistas. Sin embargo,
seguimos sin tener en cuenta un factor fundamental: el patrón de acumulación y
el modo de producción.
Desde
una perspectiva materialista, la determinación socioeconómica de los factores
materiales es clave para analizar los fenómenos políticos e internacionales. Si
la formación social, política, jurídica e ideológica depende del modo de
producción, en este caso el capitalista, es lógico postular que existe una
relación entre el surgimiento de los neofascismos y el patrón de acumulación
neoliberal vigente.
Siguiendo
esta línea, Alain Badiou en “Una perversión capitalista” plantea la relación
que podemos encontrar entre el capitalismo y el fenómeno fascista: “…pienso que
podemos llamar ‘fascismo’ a la subjetividad popular generada y suscitada por el
capitalismo, ya sea porque hay una crisis sistémica grave –tal fue el caso en
los años treinta-, ya, quizás más profundamente, bajo el efecto de los límites
estructurales del capitalismo que su globalización puso en evidencia.” Para
Badiou el fascismo es esencialmente reactivo e intracapitalista, porque no
propone otra estructura del mundo ni una modificación del modo de producción.
La
pregunta por el modo de producción y por la conexión entre el sistema
capitalista podemos reducirla a preguntarnos si el régimen fascista altera,
niega o modifica las leyes inherentes al funcionamiento del capitalismo o si,
por el contrario, funciona dentro de él y lo respalda.
“Tanto
los fascistas italianos como los nazis afirmaban, de muchas formas, que estaban
en contra de lo que veían como capitalismo, pero también hicieron mucho para
ayudar al capitalismo”, remarca Kevin Passmore. “Los movimientos modernos
tienden a ser anti-globalización y atacan los McDonald’s o a Amazon, pero
también algunos de ellos pregonan un liberalismo de mercado global, como UKIP
en Gran Bretaña”. Son más anti-globalización que anti-capitalismo: están a
favor de un capitalismo nacionalista.
Una
opinión similar tiene Matthew Feldman: “estas condiciones son parte del océano
en el que los fascismos nadan, hoy y en el pasado. Estos grupos quieren una
especie de capitalismo para la nación y no derrocar el capitalismo en sí”.
El
régimen fascista funciona dentro del capitalismo sin cuestionar su patrón de
acumulación, pregonando un capitalismo nacionalista de carácter corporativo. Los
nuevos movimientos neofascistas no se oponen al sistema capitalista, sino que
buscan generar, dentro de él, una síntesis particular del modo de producción.
EUROPA Y LOS FASCISMOS DEL SIGLO XXI
Al
parecer los extensos debates europeos sobre la herencia de los regímenes
fascistas, la necesidad del fortalecimiento de la democracia y la tolerancia y
la severidad para con el discurso del odio no han sido suficientes para frenar
la avanzada de la extrema derecha e, incluso, de grupos que podemos considerar
como neofascistas.
Quizás
el mejor ejemplo de estos grupos sea Amanecer Dorado, el partido político
griego que reivindica el nazismo, creado por el ex militar Nikolaos
Michaloliakos. Aunque rechazan el epíteto de “nazis” (fascista siempre es el
otro y nunca una reivindicación identitaria propia), su bandera está inspirada
en la esvástica, han entonado consignas nazis en el parlamento reiteradas
veces, y tienen un carácter racista, xenófobo y anti-inmigratorio.
“Amanecer
Dorado es probablemente uno de los movimientos que más se acercan al nazismo y
al fascismo italiano, que comparten el mito de los griegos como una raza aria y
superior y que tienen lo más cercano a un ala paramilitar”, subraya Passmore.
Si bien fue creado en diciembre de 1980, fue ganando popularidad al calor de la
fuerte crisis del capitalismo heleno, particularmente debido a sus consignas
críticas de la Unión Europea y de la zona del euro. Su ideología y simbolismo
nazis no hacen de Amanecer Dorado un partido marginal: actualmente cuenta con
quince escaños en el Parlamento griego, lo que lo ubica como la cuarta fuerza
electa.
Otro
país que asiste a un resurgimiento de estas corrientes es España, donde la
herencia franquista y del bando nacional de la Guerra Civil se entremezcla con las
nuevas tendencias de la ultraderecha como Vox.
La
herencia franquista se mantiene a través de fundaciones que mantienen vivo el
patrimonio de Francisco Franco, José Antonio Primo de Rivera, y la División
Azul (parte del ejército español que luchó contra los rusos en alianza con los
alemanes durante la Segunda Guerra Mundial); en muchos casos, el gobierno
español ha subvencionado a estas organizaciones por su labor de archivo
histórico.
Algunas
de estas fundaciones, como la Francisco Franco, son más radicales y sus líderes
han tenido declaraciones en contra de la Unión Europea y los inmigrantes, y se
oponen firmemente a la exhumación del cuerpo de Franco y a la Ley de Memoria
Histórica 52/2007 (ley española que establece políticas a favor de los
perseguidos durante la Guerra Civil y la dictadura franquista, con un cierto
carácter de revisionismo histórico).
Otras,
como la Fundación José Antonio Primo de Rivera, son más cautelosas a la hora de
definirse, no se inclinan a pedir el voto a ningún espacio político y su
posición es más “de observación”.
Al
preguntarles si tienen opinión formada sobre la inmigración, responden: “el
intelecto de José Antonio no es omnisciente, es el pensamiento de un político
brillante que muere asesinado a los treinta y tres años. En su corto tiempo de
actividad política no habían debutado temas que hoy están en la agenda de lo
que mueve el mundo, como las células madre, el cambio climático o los
movimientos migratorios masivos hacia Europa”.
No
declaran abiertamente ser contrarios a la Unión Europea, al contrario, se
manifiestan, al menos de palabra, con una vocación integradora. “El pensamiento
de José Antonio es de inspiración humanista, en absoluto de nacionalismo
cerril; era un convencido del papel de España en Europa y de su responsabilidad
con Hispanoamérica”, dicen sus representantes.
Sin
embargo, sí son rotundos con respecto a la Ley de Memoria Histórica: “creemos
que esa Ley no debiera de haber existido nunca. El filósofo Gustavo Bueno
matizó que la Memoria Histórica es un concepto falso y confuso. Para él,
relacionar la memoria con la historia es un concepto ‘inadmisible’ porque ‘la
memoria es un concepto psicológico individual y muchos que exigen la Memoria
Histórica sólo conocen la historia por los libros que leyeron, pero eso no es
Memoria Histórica’”.
Vox,
por su parte, fue creado en 2013 y aún no tiene representación parlamentaria
propia. Accediendo a su Plataforma Electoral se pueden ver las diferentes
propuestas que enarbolan, entre ellas: deportación de los inmigrantes ilegales
sin ninguna posibilidad de que regularicen su situación, levantamiento de un
muro “inquebrantable” en Ceuta y Melilla, suspensión del espacio Schengen,
suspensión de la cobertura de la cirugía de cambio de género y del aborto,
derogación del derecho de aborto, protección y promoción de la tauromaquia, rebaja
impositiva, reducción del gasto público, cierre de las mezquitas “fundamentalistas”,
derogación de la Ley de Memoria Histórica…Se oponen a la “ideología de género”,
niegan la violencia de género y pretenden la eliminación de los programas que
la combaten, son recelosos de la Unión Europea y están en contra de la
independencia de Cataluña.
Los
políticos de Vox se presentan, utilizando sus palabras, como “gente como tú”,
que nunca han vivido de la política. Como outsiders, defraudados con la actuación
del Partido Popular y con los políticos tradicionales, buscando un cambio para
España
En
último lugar, podemos dirigir la vista hacia Hungría y el gobierno de la
FIDESZ- Unión Cívica Húngara, liderada por Viktor Orbán como Primer Ministro.
Este gobierno se ha vuelto tristemente célebre en los últimos tiempos por
acciones tales como la suspensión del musical Billy Elliot ante presiones de los medios cercanos al Poder
Ejecutivo por su contenido LGBT+ y su posible “propagación de la
homosexualidad”, la aprobación de la Ley Stop Soros que criminaliza a
cualquiera que ayude a un inmigrante en condición de irregularidad, y la ley
que prohíbe a los sin techo dormir en la calle, permitiendo su detención y la
destrucción de sus pertenencias por la policía. El FIDESZ tiene una clara
postura anti-inmigratoria, de intervencionismo estatal, muy conservadora en
cuanto a la integración europea y de fuerte recelo para con la banca
internacional; también ensalza la tradición cristiana del país magiar, lo que
se refleja en una restricción de los derechos LGBT+, como el matrimonio entre
personas del mismo sexo, y en las concepciones de familia que se sostienen.
Orbán
se encuentra ya en su tercer mandato consecutivo y, gracias a su amplia
victoria en los últimos comicios, ha logrado aprobar una reforma de la
Constitución que estipula que “no se podrá instalar en Hungría población
extranjera” y que quienes no sean ciudadanos del Espacio Económico Europeo
deberán realizar trámites personalizados para residir en suelo húngaro. Esta
reforma se suma a las demás disposiciones de política migratoria del gobierno,
que se ha negado sistemáticamente a cumplir con las cuotas de solicitantes de
asilo que debía recibir de acuerdo al arreglo comunitario europeo, y a la doble
valla electrificada que erigió en su frontera con Serbia.
Gáspár
Miklós Tamás en “Democracia corrompida en Hungría” atribuye la situación a una
debilidad estructural del sistema democrático para construir un panorama más
justo, y a la conversión de Hungría del régimen soviético a uno de economía de
libre mercado, lo que destruyó puestos de trabajo y el andamiaje del Estado de
Bienestar. Por otro lado, Tamás también se refiere a las intenciones
gubernamentales del Primer Ministro en unos términos que se asemejan a la
definición de fascismo que pudimos armar anteriormente. “Lo que Orbán tenía en
mente desde el comienzo era una forma de renacimiento nacional. No sólo era una
grandeza restaurada, sino también prosperidad económica y rehabilitación de un
Estado que él percibe, no sin razón, como una institución ineficaz que ya nadie
respeta. Ve en una clase media vasta y fuerte, emprendedora, valiente,
disciplinada, la columna vertebral del país.” Tamás también se refiere a los
enemigos que el régimen húngaro, como todo buen representante de la
ultraderecha, designa: “…la derecha húngara estima que los adversarios de esta
clase media son, por un lado, las multinacionales, las instituciones
financieras y el ‘capitalismo financiero’ y por el otro, los proletarios, los
pobres, los ‘comunistas’.”
“Hungría
tiene una larga tradición de autoritarismo de derecha y de nacionalismo que se
convierte en fascismo. Tuvieron, de hecho, un líder fascista que accedió al
poder en los años ‘30”, agrega Kevin Passmore. “Hay una larga tradición en
Hungría de antisemitismo y anticomunismo. Siempre han creído que para ser parte
de la nación había que ser todos iguales, tener la misma religión, hablar el
mismo lenguaje, y ser hostiles para con las minorías. También hay una larga
tradición de enfrentamiento con los migrantes que se ha alimentado de todo lo
anterior en Hungría”.
Según
el Reporte 2017/2018 de Amnistía Internacional, “continuó la represión
sistemática de los derechos de las personas refugiadas y migrantes” (sólo
pueden presentarse diez nuevas solicitudes de asilo por día hábil), además de
que más de una cuarta parte de la población estaba al borde de la pobreza y la
exclusión social, mientras que el 16% tenía privaciones materiales graves.
DONALD TRUMP, ¿DEL REALITY AL FASCISMO?
El
triunfo de Donald Trump en las elecciones de 2016 y su investidura como el 45°
presidente de los Estados Unidos generó muchísimos interrogantes y debates en
torno a su figura, sus declaraciones y sus posibles políticas gubernamentales.
Su discurso fuertemente emocional, xenófobo, misógino, homofóbico y
anti-inmigratorio, su apelación a una base de votantes descontentos con la
gestión Obama y con el núcleo de la política tradicional, y su presentación
como un outsider, despertaron la pregunta acerca de si sería o no un régimen
fascista.
“Hay
similitudes y diferencias, no tiene un movimiento paramilitar masivo detrás,
aunque haya sí gente con armas. Así que, ¿es Donald Trump un fascista?
Su tema principal es el emprendedorismo y el sueño americano y aplastar a los
enemigos de esa idea, lo que lo hace un intolerante y autoritario liberalista
de libre mercado, algo muy diferente”, enfatiza Passmore.
“Creo
que está usando muchos de los temas de la derecha radical, incluyendo una
apelación a una base blanca y nacionalista, la hostilidad hacia otros grupos
étnicos y religiosos, pero para ser un fascista tendría que ser revolucionario,
y no hemos visto eso aún: no es lo que consideraríamos un fascista
revolucionario tratando de regenerar su nación mediante un cambio totalitario”,
aclara Matthew Feldman.
Ignacio
Ramonet, en “Los motivos de una victoria inesperada”, escribe: “…el mensaje de
Trump no es semejante al de un partido neofascista europeo […] Él mismo se
define como un ‘conservador con sentido común y su posición, en el abanico de
la política, se situaría más exactamente a la derecha de la derecha”.
En
pocas palabras, podemos decir que, si bien su discurso apela a muchos de los
lugares comunes del fascismo, y aunque pueda resultar de una intolerancia
atroz, no se configura dentro de las características que listamos para definir
un gobierno o un grupo neofascista, aunque sin duda podamos llamarle “populista
de derecha”.
JAIR BOLSONARO: LA AMENAZA LATINOAMERICANA
El
caso más reciente es la elección de Jair Bolsonaro en Brasil, que cosechó
57.797.847 votos en la segunda vuelta. Este ex militar también se presenta como
un outsider y recurrió a un discurso xenófobo, homofóbico y de violencia contra
las minorías, y a una férrea oposición a la corrupción que asola al Partido de
los Trabajadores (PT).
Lucas
Stelling es militante de Democracia Socialista, una corriente interna del PT, y
es especialista en políticas públicas graduado de la Universidad Federal de Río
de Janeiro. “Para mí Bolsonaro se puede llamar fascista, pero no todos sus electores
son fascistas, durante la campaña utilizó un método de comunicación que nunca
había pasado en Brasil utilizando noticias falsas sobre el candidato del PT,
Fernando Haddad. Creo que es posible llamar a Bolsonaro fascista por sus
posiciones, porque se declaró a favor de la tortura y de la dictadura, pero no
todos sus electores lo son”, argumenta. “Bolsonaro pudo construir una imagen de
outsider, hace 28 años que está en la política pero creó ese discurso”.
“Los
dos grandes ejes son qué va a pasar con la economía y con la seguridad, que ha
prometido una política de casi tolerancia cero con los delincuentes y la
flexibilización de la portación de armas”, dice Marcelo Silva de Sousa,
periodista de Infobae desde Río de
Janeiro. “Tiene como principal asesor a Paulo Guedes, un economista banquero
formado en Chicago de ideas liberales, que ha prometido cortar el gasto público
y hacer que Brasil tenga más socios comerciales en el mundo.”
“Creo
que Bolsonaro es un candidato de corte fascista, pero diría que su gobierno no
lo será, porque no hay en Brasil un proceso de fuerzas de izquierda comunistas organizadas
con posibilidades reales de tomar el poder”, agrega Silva de Sousa. “El voto a
Bolsonaro hay que leerlo en tres ejes: discurso duro contra la violencia y la
inseguridad, su presentación como un outsider de la política que promete un
gobierno honesto, y unas ideas económicas diferentes”.
De
todos modos, la situación en Brasil, aún de manera previa a la asunción de Jair
Bolsonaro, ya es compleja, y han aumentado los casos de ataques callejeros a
las minorías sexuales. Latinoamérica mira con preocupación el caso brasilero y
algunos analistas temen la posibilidad de un mayor giro a la derecha de toda la
región. “La expansión del neofascismo es siempre un riesgo pero no creo que
Bolsonaro vaya a intentar expandir sus ideales, sino que puede pasar como algo
natural: que algún partido de la extrema derecha quiera replicar lo que él hizo
en Brasil”, opina Stelling.
Estos
nuevos movimientos y partidos de la ultraderecha conforman un espectro bastante
heterogéneo, dentro del cual no es posible establecer definiciones tajantes.
Sin embargo, existen ciertos patrones que se repiten entre Europa, Estados
Unidos y Brasil que podemos listar como características comunes al ascenso de
la ultraderecha.
Las
contradicciones y crisis del modo de acumulación capitalista neoliberal, la
globalización y las debilidades del sistema de democracia representativa han
sido el caldo de cultivo para la aparición de movimientos de derecha radical,
junto con el cambio demográfico y los flujos migratorios mundiales. El discurso
del odio, la construcción de un Otro peligroso, la presentación como outsiders
de la política tradicional y la apelación a las emociones por encima de la
razón son características que atraviesan todos los ejemplos.
En
última instancia, como acuerdan los expertos, la forma de comprobar si realmente
estamos ante un neofascismo puro es distinguir si existe una voluntad de
derrocar el sistema político existente en lugar de trabajar dentro de él. Y por
más que la mayoría de estos movimientos estén dentro de plataformas políticas
clásicas o hayan llegado al poder por medio de las elecciones, no debemos
olvidar que el nazismo también accedió al poder por el voto popular, y luego se
convirtió en uno de los regímenes más sanguinarios de la historia.
El
desafío para la democracia es definir sus límites y fortalecer sus
instituciones para enfrentar la amenaza de los líderes neofascistas. De lo
contrario, se avanzará a una situación parecida a la húngara, con recorte de
derechos, persecución a las minorías, y agudización de la contradicción social
con base en la contradicción capitalista.