21.12.18

Al borde de la democracia: el auge del neofascismo en el mundo


            El fascismo fue un fenómeno histórico nacido en Europa, más precisamente en Italia en los años 20 del siglo pasado, y cuyo período de esplendor concluyó abruptamente con el final de la Segunda Guerra Mundial. Con el esclarecimiento de los horrores de la Alemania nazi y los juicios de Núremberg, y con la posterior caída del régimen franquista en España, el mundo parecía haber asistido al final del fascismo en el poder.
            Sin embargo, el reciente avance de la ultraderecha en diferentes regiones del mundo nos abre la puerta a la pregunta de si el sistema internacional se está enfrentando a un resurgimiento del fascismo bajo nuevas formas. ¿Qué son realmente estos regímenes? ¿Existen líderes neofascistas? Y, quizás, la más acuciante: ¿a qué peligro nos enfrentamos?

¿QUÉ ES EL FASCISMO?

            La palabra “fascismo” jamás desapareció del vocabulario político ni del sentido común. Usada a menudo como insulto para un oponente, es en cambio raramente usada para asumirla como identidad propia: el fascista siempre es el otro, el adversario. Nunca uno.
            Solemos pensar al fascismo como un movimiento político e ideológico de la ultraderecha que defiende la superioridad racial y la supremacía de la nación en cuestión, un Estado totalitario y corporativista, con un líder carismático, un uso de la violencia estatal y paraestatal contra las minorías y la persecución de la oposición política.
            Matthew Feldman es director del Centro para el Análisis de la Extrema Derecha (CARR por sus siglas en inglés) y es especialista en el análisis del fascismo y la derecha radical. En sus palabras, el fascismo es “un movimiento revolucionario de la extrema derecha, basado en una reconstrucción total de la sociedad, que debe ser social, cultural, incluso espiritual y, por supuesto y sobre todas las cosas, política. Todas las fases de los movimientos totalitarios están basadas en reordenar las energías lejos de la decadencia y la maldad, y hacia lo que los fascistas consideran salud o renovación”.
            Kevin Passmore, por su parte, es profesor de historia en la Universidad Cardiff, y se ha especializado en el fascismo de los años ’30. Para él, dar una definición certera del fascismo es difícil, puesto que cada movimiento histórico es diferente y atraviesa una serie de cambios y etapas. Sin embargo, si miramos con atención la diferencia entre la extrema derecha y el fascismo, quizás podamos tener una idea más clara de qué característica principal reviste el fenómeno. “Yo diría que la mayor diferencia es que, si bien existen algunos grupos marginales en la extrema derecha, no existe un movimiento paramilitar masivo como el que existió en el período de entreguerras”, explica Passmore. “No quiere decir por ello que ninguno de ellos sea fascista, puesto que al no tener una definición clara no podemos responder esa pregunta, pero sí configura una diferencia por su rol en la sociedad, porque los movimientos paramilitares no sólo golpeaban gente: se habían convertido en el Estado mismo”.
            Si juntamos las tres definiciones, obtenemos un movimiento revolucionario de la extrema derecha que pretende reconstruir la sociedad y que se caracteriza, principalmente, por el uso de fuerzas paramilitares pero también por el culto a un líder carismático, la persecución de la oposición política y de las minorías, y por un Estado fuerte con tendencias corporativistas. Sin embargo, seguimos sin tener en cuenta un factor fundamental: el patrón de acumulación y el modo de producción.
            Desde una perspectiva materialista, la determinación socioeconómica de los factores materiales es clave para analizar los fenómenos políticos e internacionales. Si la formación social, política, jurídica e ideológica depende del modo de producción, en este caso el capitalista, es lógico postular que existe una relación entre el surgimiento de los neofascismos y el patrón de acumulación neoliberal vigente.
            Siguiendo esta línea, Alain Badiou en “Una perversión capitalista” plantea la relación que podemos encontrar entre el capitalismo y el fenómeno fascista: “…pienso que podemos llamar ‘fascismo’ a la subjetividad popular generada y suscitada por el capitalismo, ya sea porque hay una crisis sistémica grave –tal fue el caso en los años treinta-, ya, quizás más profundamente, bajo el efecto de los límites estructurales del capitalismo que su globalización puso en evidencia.” Para Badiou el fascismo es esencialmente reactivo e intracapitalista, porque no propone otra estructura del mundo ni una modificación del modo de producción.
            La pregunta por el modo de producción y por la conexión entre el sistema capitalista podemos reducirla a preguntarnos si el régimen fascista altera, niega o modifica las leyes inherentes al funcionamiento del capitalismo o si, por el contrario, funciona dentro de él y lo respalda.
            “Tanto los fascistas italianos como los nazis afirmaban, de muchas formas, que estaban en contra de lo que veían como capitalismo, pero también hicieron mucho para ayudar al capitalismo”, remarca Kevin Passmore. “Los movimientos modernos tienden a ser anti-globalización y atacan los McDonald’s o a Amazon, pero también algunos de ellos pregonan un liberalismo de mercado global, como UKIP en Gran Bretaña”. Son más anti-globalización que anti-capitalismo: están a favor de un capitalismo nacionalista.
            Una opinión similar tiene Matthew Feldman: “estas condiciones son parte del océano en el que los fascismos nadan, hoy y en el pasado. Estos grupos quieren una especie de capitalismo para la nación y no derrocar el capitalismo en sí”.
            El régimen fascista funciona dentro del capitalismo sin cuestionar su patrón de acumulación, pregonando un capitalismo nacionalista de carácter corporativo. Los nuevos movimientos neofascistas no se oponen al sistema capitalista, sino que buscan generar, dentro de él, una síntesis particular del modo de producción.

EUROPA Y LOS FASCISMOS DEL SIGLO XXI

            Al parecer los extensos debates europeos sobre la herencia de los regímenes fascistas, la necesidad del fortalecimiento de la democracia y la tolerancia y la severidad para con el discurso del odio no han sido suficientes para frenar la avanzada de la extrema derecha e, incluso, de grupos que podemos considerar como neofascistas.
            Quizás el mejor ejemplo de estos grupos sea Amanecer Dorado, el partido político griego que reivindica el nazismo, creado por el ex militar Nikolaos Michaloliakos. Aunque rechazan el epíteto de “nazis” (fascista siempre es el otro y nunca una reivindicación identitaria propia), su bandera está inspirada en la esvástica, han entonado consignas nazis en el parlamento reiteradas veces, y tienen un carácter racista, xenófobo y anti-inmigratorio.
            “Amanecer Dorado es probablemente uno de los movimientos que más se acercan al nazismo y al fascismo italiano, que comparten el mito de los griegos como una raza aria y superior y que tienen lo más cercano a un ala paramilitar”, subraya Passmore. Si bien fue creado en diciembre de 1980, fue ganando popularidad al calor de la fuerte crisis del capitalismo heleno, particularmente debido a sus consignas críticas de la Unión Europea y de la zona del euro. Su ideología y simbolismo nazis no hacen de Amanecer Dorado un partido marginal: actualmente cuenta con quince escaños en el Parlamento griego, lo que lo ubica como la cuarta fuerza electa.
            Otro país que asiste a un resurgimiento de estas corrientes es España, donde la herencia franquista y del bando nacional de la Guerra Civil se entremezcla con las nuevas tendencias de la ultraderecha como Vox.
            La herencia franquista se mantiene a través de fundaciones que mantienen vivo el patrimonio de Francisco Franco, José Antonio Primo de Rivera, y la División Azul (parte del ejército español que luchó contra los rusos en alianza con los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial); en muchos casos, el gobierno español ha subvencionado a estas organizaciones por su labor de archivo histórico.
            Algunas de estas fundaciones, como la Francisco Franco, son más radicales y sus líderes han tenido declaraciones en contra de la Unión Europea y los inmigrantes, y se oponen firmemente a la exhumación del cuerpo de Franco y a la Ley de Memoria Histórica 52/2007 (ley española que establece políticas a favor de los perseguidos durante la Guerra Civil y la dictadura franquista, con un cierto carácter de revisionismo histórico).
            Otras, como la Fundación José Antonio Primo de Rivera, son más cautelosas a la hora de definirse, no se inclinan a pedir el voto a ningún espacio político y su posición es más “de observación”.
            Al preguntarles si tienen opinión formada sobre la inmigración, responden: “el intelecto de José Antonio no es omnisciente, es el pensamiento de un político brillante que muere asesinado a los treinta y tres años. En su corto tiempo de actividad política no habían debutado temas que hoy están en la agenda de lo que mueve el mundo, como las células madre, el cambio climático o los movimientos migratorios masivos hacia Europa”.
            No declaran abiertamente ser contrarios a la Unión Europea, al contrario, se manifiestan, al menos de palabra, con una vocación integradora. “El pensamiento de José Antonio es de inspiración humanista, en absoluto de nacionalismo cerril; era un convencido del papel de España en Europa y de su responsabilidad con Hispanoamérica”, dicen sus representantes.
            Sin embargo, sí son rotundos con respecto a la Ley de Memoria Histórica: “creemos que esa Ley no debiera de haber existido nunca. El filósofo Gustavo Bueno matizó que la Memoria Histórica es un concepto falso y confuso. Para él, relacionar la memoria con la historia es un concepto ‘inadmisible’ porque ‘la memoria es un concepto psicológico individual y muchos que exigen la Memoria Histórica sólo conocen la historia por los libros que leyeron, pero eso no es Memoria Histórica’”.
            Vox, por su parte, fue creado en 2013 y aún no tiene representación parlamentaria propia. Accediendo a su Plataforma Electoral se pueden ver las diferentes propuestas que enarbolan, entre ellas: deportación de los inmigrantes ilegales sin ninguna posibilidad de que regularicen su situación, levantamiento de un muro “inquebrantable” en Ceuta y Melilla, suspensión del espacio Schengen, suspensión de la cobertura de la cirugía de cambio de género y del aborto, derogación del derecho de aborto, protección y promoción de la tauromaquia, rebaja impositiva, reducción del gasto público, cierre de las mezquitas “fundamentalistas”, derogación de la Ley de Memoria Histórica…Se oponen a la “ideología de género”, niegan la violencia de género y pretenden la eliminación de los programas que la combaten, son recelosos de la Unión Europea y están en contra de la independencia de Cataluña.
            Los políticos de Vox se presentan, utilizando sus palabras, como “gente como tú”, que nunca han vivido de la política. Como outsiders, defraudados con la actuación del Partido Popular y con los políticos tradicionales, buscando un cambio para España
            En último lugar, podemos dirigir la vista hacia Hungría y el gobierno de la FIDESZ- Unión Cívica Húngara, liderada por Viktor Orbán como Primer Ministro. Este gobierno se ha vuelto tristemente célebre en los últimos tiempos por acciones tales como la suspensión del musical Billy Elliot ante presiones de los medios cercanos al Poder Ejecutivo por su contenido LGBT+ y su posible “propagación de la homosexualidad”, la aprobación de la Ley Stop Soros que criminaliza a cualquiera que ayude a un inmigrante en condición de irregularidad, y la ley que prohíbe a los sin techo dormir en la calle, permitiendo su detención y la destrucción de sus pertenencias por la policía. El FIDESZ tiene una clara postura anti-inmigratoria, de intervencionismo estatal, muy conservadora en cuanto a la integración europea y de fuerte recelo para con la banca internacional; también ensalza la tradición cristiana del país magiar, lo que se refleja en una restricción de los derechos LGBT+, como el matrimonio entre personas del mismo sexo, y en las concepciones de familia que se sostienen.
            Orbán se encuentra ya en su tercer mandato consecutivo y, gracias a su amplia victoria en los últimos comicios, ha logrado aprobar una reforma de la Constitución que estipula que “no se podrá instalar en Hungría población extranjera” y que quienes no sean ciudadanos del Espacio Económico Europeo deberán realizar trámites personalizados para residir en suelo húngaro. Esta reforma se suma a las demás disposiciones de política migratoria del gobierno, que se ha negado sistemáticamente a cumplir con las cuotas de solicitantes de asilo que debía recibir de acuerdo al arreglo comunitario europeo, y a la doble valla electrificada que erigió en su frontera con Serbia.
            Gáspár Miklós Tamás en “Democracia corrompida en Hungría” atribuye la situación a una debilidad estructural del sistema democrático para construir un panorama más justo, y a la conversión de Hungría del régimen soviético a uno de economía de libre mercado, lo que destruyó puestos de trabajo y el andamiaje del Estado de Bienestar. Por otro lado, Tamás también se refiere a las intenciones gubernamentales del Primer Ministro en unos términos que se asemejan a la definición de fascismo que pudimos armar anteriormente. “Lo que Orbán tenía en mente desde el comienzo era una forma de renacimiento nacional. No sólo era una grandeza restaurada, sino también prosperidad económica y rehabilitación de un Estado que él percibe, no sin razón, como una institución ineficaz que ya nadie respeta. Ve en una clase media vasta y fuerte, emprendedora, valiente, disciplinada, la columna vertebral del país.” Tamás también se refiere a los enemigos que el régimen húngaro, como todo buen representante de la ultraderecha, designa: “…la derecha húngara estima que los adversarios de esta clase media son, por un lado, las multinacionales, las instituciones financieras y el ‘capitalismo financiero’ y por el otro, los proletarios, los pobres, los ‘comunistas’.”
            “Hungría tiene una larga tradición de autoritarismo de derecha y de nacionalismo que se convierte en fascismo. Tuvieron, de hecho, un líder fascista que accedió al poder en los años ‘30”, agrega Kevin Passmore. “Hay una larga tradición en Hungría de antisemitismo y anticomunismo. Siempre han creído que para ser parte de la nación había que ser todos iguales, tener la misma religión, hablar el mismo lenguaje, y ser hostiles para con las minorías. También hay una larga tradición de enfrentamiento con los migrantes que se ha alimentado de todo lo anterior en Hungría”.
            Según el Reporte 2017/2018 de Amnistía Internacional, “continuó la represión sistemática de los derechos de las personas refugiadas y migrantes” (sólo pueden presentarse diez nuevas solicitudes de asilo por día hábil), además de que más de una cuarta parte de la población estaba al borde de la pobreza y la exclusión social, mientras que el 16% tenía privaciones materiales graves.

DONALD TRUMP, ¿DEL REALITY AL FASCISMO?

            El triunfo de Donald Trump en las elecciones de 2016 y su investidura como el 45° presidente de los Estados Unidos generó muchísimos interrogantes y debates en torno a su figura, sus declaraciones y sus posibles políticas gubernamentales. Su discurso fuertemente emocional, xenófobo, misógino, homofóbico y anti-inmigratorio, su apelación a una base de votantes descontentos con la gestión Obama y con el núcleo de la política tradicional, y su presentación como un outsider, despertaron la pregunta acerca de si sería o no un régimen fascista.
            “Hay similitudes y diferencias, no tiene un movimiento paramilitar masivo detrás, aunque haya sí gente con armas. Así que, ¿es Donald Trump un fascista? Su tema principal es el emprendedorismo y el sueño americano y aplastar a los enemigos de esa idea, lo que lo hace un intolerante y autoritario liberalista de libre mercado, algo muy diferente”, enfatiza Passmore.
            “Creo que está usando muchos de los temas de la derecha radical, incluyendo una apelación a una base blanca y nacionalista, la hostilidad hacia otros grupos étnicos y religiosos, pero para ser un fascista tendría que ser revolucionario, y no hemos visto eso aún: no es lo que consideraríamos un fascista revolucionario tratando de regenerar su nación mediante un cambio totalitario”, aclara Matthew Feldman.
            Ignacio Ramonet, en “Los motivos de una victoria inesperada”, escribe: “…el mensaje de Trump no es semejante al de un partido neofascista europeo […] Él mismo se define como un ‘conservador con sentido común y su posición, en el abanico de la política, se situaría más exactamente a la derecha de la derecha”.
            En pocas palabras, podemos decir que, si bien su discurso apela a muchos de los lugares comunes del fascismo, y aunque pueda resultar de una intolerancia atroz, no se configura dentro de las características que listamos para definir un gobierno o un grupo neofascista, aunque sin duda podamos llamarle “populista de derecha”.

JAIR BOLSONARO: LA AMENAZA LATINOAMERICANA

            El caso más reciente es la elección de Jair Bolsonaro en Brasil, que cosechó 57.797.847 votos en la segunda vuelta. Este ex militar también se presenta como un outsider y recurrió a un discurso xenófobo, homofóbico y de violencia contra las minorías, y a una férrea oposición a la corrupción que asola al Partido de los Trabajadores (PT).
            Lucas Stelling es militante de Democracia Socialista, una corriente interna del PT, y es especialista en políticas públicas graduado de la Universidad Federal de Río de Janeiro. “Para mí Bolsonaro se puede llamar fascista, pero no todos sus electores son fascistas, durante la campaña utilizó un método de comunicación que nunca había pasado en Brasil utilizando noticias falsas sobre el candidato del PT, Fernando Haddad. Creo que es posible llamar a Bolsonaro fascista por sus posiciones, porque se declaró a favor de la tortura y de la dictadura, pero no todos sus electores lo son”, argumenta. “Bolsonaro pudo construir una imagen de outsider, hace 28 años que está en la política pero creó ese discurso”.
            “Los dos grandes ejes son qué va a pasar con la economía y con la seguridad, que ha prometido una política de casi tolerancia cero con los delincuentes y la flexibilización de la portación de armas”, dice Marcelo Silva de Sousa, periodista de Infobae desde Río de Janeiro. “Tiene como principal asesor a Paulo Guedes, un economista banquero formado en Chicago de ideas liberales, que ha prometido cortar el gasto público y hacer que Brasil tenga más socios comerciales en el mundo.”
            “Creo que Bolsonaro es un candidato de corte fascista, pero diría que su gobierno no lo será, porque no hay en Brasil un proceso de fuerzas de izquierda comunistas organizadas con posibilidades reales de tomar el poder”, agrega Silva de Sousa. “El voto a Bolsonaro hay que leerlo en tres ejes: discurso duro contra la violencia y la inseguridad, su presentación como un outsider de la política que promete un gobierno honesto, y unas ideas económicas diferentes”.
            De todos modos, la situación en Brasil, aún de manera previa a la asunción de Jair Bolsonaro, ya es compleja, y han aumentado los casos de ataques callejeros a las minorías sexuales. Latinoamérica mira con preocupación el caso brasilero y algunos analistas temen la posibilidad de un mayor giro a la derecha de toda la región. “La expansión del neofascismo es siempre un riesgo pero no creo que Bolsonaro vaya a intentar expandir sus ideales, sino que puede pasar como algo natural: que algún partido de la extrema derecha quiera replicar lo que él hizo en Brasil”, opina Stelling.


            Estos nuevos movimientos y partidos de la ultraderecha conforman un espectro bastante heterogéneo, dentro del cual no es posible establecer definiciones tajantes. Sin embargo, existen ciertos patrones que se repiten entre Europa, Estados Unidos y Brasil que podemos listar como características comunes al ascenso de la ultraderecha.
            Las contradicciones y crisis del modo de acumulación capitalista neoliberal, la globalización y las debilidades del sistema de democracia representativa han sido el caldo de cultivo para la aparición de movimientos de derecha radical, junto con el cambio demográfico y los flujos migratorios mundiales. El discurso del odio, la construcción de un Otro peligroso, la presentación como outsiders de la política tradicional y la apelación a las emociones por encima de la razón son características que atraviesan todos los ejemplos.
            En última instancia, como acuerdan los expertos, la forma de comprobar si realmente estamos ante un neofascismo puro es distinguir si existe una voluntad de derrocar el sistema político existente en lugar de trabajar dentro de él. Y por más que la mayoría de estos movimientos estén dentro de plataformas políticas clásicas o hayan llegado al poder por medio de las elecciones, no debemos olvidar que el nazismo también accedió al poder por el voto popular, y luego se convirtió en uno de los regímenes más sanguinarios de la historia.
            El desafío para la democracia es definir sus límites y fortalecer sus instituciones para enfrentar la amenaza de los líderes neofascistas. De lo contrario, se avanzará a una situación parecida a la húngara, con recorte de derechos, persecución a las minorías, y agudización de la contradicción social con base en la contradicción capitalista.