18.5.19

Die Traumdeutung


La sensación de ahogo, los ojos como platos y el corazón desbocado.
La melancolía avanzando, reptando por mi mente como una planta trepadora, agarrándose de las grietas.
La vieja tristeza que te envuelve en un círculo que se cierra cada vez más.
El juego perverso que no hace más que volver a empezar.

Cada sueño es una tortura y a la vez una visión significativa. Podés ser la persona más racional del planeta y aun así reconocer que los sueños suelen ser una enorme herramienta de análisis.
Pero, ¿es necesario?
Sinceramente ya no sé cómo escribir estas cosas sin sonar repetitiva. Tortura, insuficiencia, tristeza, significantes que vuelven a aparecer en cada intento de simbolización.
El loop del sufrimiento en la escritura fragmentada.
O capaz que la fragmentada soy yo.

Lo que seguro está fragmentado es el sueño.
Mi departamento era el escenario de una previa llena de hombres, mi amiga Agus, el novio, Número 3, Adonis, y un par más que no vienen al caso. Un escenario ecuménico de gente que no se conoce y que jamás debería mezclarse, ¿qué puede salir mal?
Todo, Male, todo salió (sale) mal.
Se formaban parejas, yo quedaba sola al lado de un compañero de facultad que siempre me mira raro (real), y que intentaba avanzar conmigo. Yo me lo sacaba de encima porque estaba angustiada y el chabón insistía, insistía, insistía. Como no le daba bola, se empezaba a pajear al lado mío. Normal.
Asqueada salía corriendo para la pieza y encontraba una escena bizarra. Agus llorando a mares en mi cama, discutiendo con el novio.
Lo que él le decía era que o aceptaba abrir la pareja o se terminaba todo. Ella claramente no quería, sufría, se desgarraba cada vez que escuchaba la sola idea. Y yo lloraba con ella, me enfurecía, sentía ese dolor como si fuese propio.
En el medio de semejante escándalo, Adonis salía casi corriendo, por motivos que desconozco. Yo le gritaba y no me escuchaba (o no me quería escuchar). Y bueno, se iba. No me sorprende.
Finalmente Agus aceptaba las nuevas condiciones, llorando derrotada, silenciosa. Me intentaba acostar en la cama con una sensación amarga y Número 3 se me acercaba, y me pedía algo. No recuerdo qué era pero podemos inferir perfectamente para qué lado se orientaba. Yo creo que le retrucaba que sólo si se quedaba esa noche porque estaba angustiada, y le alargaba la mano.
Me miraba, primero con asco, luego con sorna.
Se sonreía, me soltaba la mano.
Se iba.
La sensación de ahogo, los ojos como platos y el corazón desbocado.

Hasta ahí la forma, los desplazamientos, las condensaciones, los mecanismos del sueño. Pero, ¿qué se desplaza, qué se condensa, qué se simboliza?
La previa llena de gente donde solo me importan algunas personas habla por sí misma. Un mundo lleno de gente de donde sólo me son posibles algunas personas, no más. Y no lo intenten, no sucederá, no quiero saber.
El flaco de la facultad insistiendo y pajéandose ante mi negativa me parece una escena de lo más violenta. Me suena a forzarme una sexualidad que no quiero, a empujarme al desconche, a abrirme a experiencias que no quiero tener y relaciones que no me interesa intentar. Me resulta como el intento de los allosexuales de que entienda su mundo cuando no lo entenderé nunca, cuando estoy cómoda con cómo soy o al menos con cómo me funciona, aunque me traiga problemas. Sí, trae problemas. Pero forzarme a experimentar desesperadamente nunca fue una buena opción. No, no quiero hacerlo. Por favor, déjenme tranquila.
Al menos en ese sentido, no estoy rota. Sólo funciono diferente, sólo no sigo las reglas de la heteronorma.
La escena de Agus y Juan es durísima. Primero porque me hace sentir culpable, porque me parece que él es alto compañero para ella, que siempre la banca y que nunca la lastimaría así, menos adrede. Segundo, porque sentía su dolor como si fuese mío. Tenía el típico instinto de “con mi amiga, no”: a mí si querés cagame a trompadas, pero a mi amiga no la toques. Nunca la vi sufrir así y creo que si llego a presenciar semejante cosa arranco a los tiros, sin mediar palabra.
Pero lo peor no es eso. El tema no era solamente “con mi amiga no”…era “conmigo no”. Es una maldita proyección de lo que más temo y de lo que no quiero que suceda, que me pongan esa condición para poder mantener una relación si en algún momento puedo encontrar alguien con quien más o menos coincida.
No quiero ser la segunda, no quiero el desgarro de los celos insidiosos, no quiero saber lo que puede pasar. Mi personalidad no toleraría semejante cosa. Y entiendo que hay gente que se puede sentir muy cómoda pero no creo que el mío sea el caso. Me torturaría con cada detalle (si es imaginado, incluso peor), me desvelaría si sé lo que está pasando, me viviría comparando. No, yo paso. Eso sólo me haría sufrir.
Porque, sinceramente, a veces ya sufro así.
Conmigo no, por favor conmigo no. No me pidan la única cosa que no puedo dar, no me pidan que entre en ese espiral horrible. No podría.

Y el final. Bueno, previo a eso, Adonis tomándose el palo es algo que a nadie sorprende y que no requiere mayor análisis, ¿verdad? Sigamos.
En un primer momento el final sólo me pareció completamente sádico, burlón, pero no lograba establecer alguna otra conexión.
Pero algo en el fondo de la mente me decía que había algo más. Que Número 3 no era Número 3 en ese momento, que la situación remitía a otra.
Había algo ahí. Mi lugar, el suyo, el ángulo, la mano, el asco…
Boom.
Claro que había algo.
Porque eso ya lo viviste. Porque esa parte del sueño pasó de verdad.
El ruego, la desolación, la burla, el abismo, la caída.
La negativa, el “(ya) no quiero siquiera cuidarte porque sos otra cosa”. La cosificación, el abandono.
Claro que la escena iba a pegar con la fuerza de un déjà vu, como una patada en el estómago, como la peor de tus pesadillas.
Porque fue, literalmente, la peor de tus pesadillas hecha realidad.
¿Te acordás, verdad?
¿Quién sino él?
¿Quién sino el mismísimo borrego?

No, no es Número 3, ni son Agus y Juan, ni es el flaco de la facultad. Ponele que Adonis sí sea él, pero como se limitó a hacer mutis por el foro no me da muchas posibilidades de análisis. Aunque, de todos modos, me parece sumamente significativo.
Solamente yo era yo. Freud estaría orgulloso de semejante muestra de desplazamientos y condensaciones en una sola pieza.
El punto es todo ese engranaje maquiavélico y siniestro que lleva a plasmar en una sola superficie onírica, llena de metáforas y metonimias, tus peores miedos.
Perder lo que querés (o nunca alcanzarlo) y que te pidan que te hagas a un costado, pero sin irte. Que te tengan un poco como un títere que puedan mover a su antojo. ¿No te suena conocido? ¿Me vas a venir a decir que no hay alguien que, si quiere, te mueve como una marioneta mal hecha?
Porque el tema no es el juego con los demás. Te puede llegar a molestar una que otra cosa, pero te la bancás porque viene por otro lado.
A lo que le tenés miedo es a volver a amar a alguien con la misma intensidad y que la respuesta sea un sí y un no. Que la condición sea resignarte a tener un lugar absolutamente secundario, doloroso. Y de emociones ni hablar. El mandato millenial de la frialdad, de la no intensidad, del orgullo extremo, de mantener una dignidad que les juro que no tengo la más pálida idea de qué es.
¿Qué es lo peor?
Que, llegado el caso, sos perfectamente capaz de aceptar.

Lo preocupante es que desde que me levanté que le doy vueltas al sueño y no puedo salir de la sensación de ahogo, de la dominante de color oscura que tenía, del llanto de mi amiga, del mío, de la sonrisa socarrona del final.
Y la siento, la veo a mi alrededor, rodeándome como una niebla espesa, densa, oscura.
La tristeza.
Es la misma y a la vez es nueva pero, en el fondo, sé que es ella.
Le puedo asociar mil y un significantes: desgano, cansancio emocional, frustración, fastidio, enojo, capricho, oscuridad, llanto, maltrato, trabajo emocional no resuelto, dolor, sufrimiento, angustia, ira, celos, inseguridad, abandono, reemplazo, bronca, apatía, depresión, insuficiencia, impulsividad, mal humor…
Pero en el fondo todo eso se resume en tristeza. Tristeza pura y dura, tristeza que invade todo, que te toma la voz, que se te traslada al cuerpo, que se te plasma en la expresión y se te ve en los ojos.
Tristeza que te roba el hambre y las ganas, que te hace encorvarte, que te desarma.
Tristeza que te envuelve, te aísla, te cala hasta los huesos y no te deja ser.
Tristeza que te habla al oído como una vieja amiga y te dice las cosas que no querés escuchar, pero que sabés que son verdad.
Al final, la lucha es inútil. Ella siempre vuelve.
Es la única que siempre vuelve.

Porque es evidente que, en el fondo, todo es inútil. Que, en el fondo, hay algo que está mal conmigo, que no puedo solucionar. Que me persiguen mis fantasmas hasta en los sueños, que no puedo ni dormir tranquila para escaparme de la realidad porque ésta se resignifica en lo onírico.
Que si la tristeza es la única que no me ha abandonado todavía (y no da signos de hacerlo) es porque hay algo estructural que no voy a poder cambiar.
Escribo para no olvidar aunque esté dudando incluso del motivo. Escribir para qué, intentar para qué, cambiar para qué, emociones para qué, el amor para qué. La derrota total ante la tristeza y ante el resto.
La derrota total de todos los ideales, el derrumbe de lo conocido y la imposibilidad de construir otra cosa.
Algo necesito construir y no puedo, algo tengo que crear y no me sale. Todes necesitamos un relato, algo en qué creer, una narrativa que le dé sentido a nuestra vida y le invente una dirección.
Porque en algo tenés que creer y todo en lo que creías está ardiendo a tus pies.
Y cuando ves las cenizas, ¿qué podés hacer? ¿De dónde sacás las fuerzas para empezar de nuevo?
¿A dónde puedo ir?

¿Cuáles son las reglas?
No recuerdo haber aceptado meterme en este juego perverso cuando decidí que era tiempo de salir.
Es que tampoco decidí, tampoco busqué.
Yo no los busqué, yo no quise esto.
Yo acepté pensando que se venía otra cosa, que finalmente algo iba a salirme bien, que la mierda había quedado atrás.
Ahora quiero salir y no sé cómo.
Y entonces el dolor, entonces pasarla como el culo, entonces el hielo que te quema por dentro.
Entonces ver cosas que no querías ver, entonces hacerte una película, entonces sufrir.
Entonces las emociones incontrolables de un corazón inexistente, entonces el aguijonazo de la tristeza y el frío.
Entonces la sensación de ahogo, los ojos como platos y el corazón desbocado.

11.5.19

El mito de la suficiencia helénica

No puedo salir de mi cabeza. Es como una celda acolchada con camisa de fuerza, cuatro paredes que enloquecerían a cualquiera y vaya si me están enloqueciendo a mí. Cuatro paredes donde mis demonios bailan hasta el amanecer en círculos, donde hay ausencias que pesan y presencias ligeras, donde la oscuridad es perenne como un invierno narniano. Donde quien manda no soy yo, y el rey que elegí se ríe de mí con el descaro de saber que es el elegido.
Claro, que él es el elegido.
Y yo no.

Porque el tiempo parece ser un círculo perverso y volvemos siempre a lo mismo. Tantas veces lo escuché que ya se hizo mantra en la celda acolchada y es el ritmo que conduce la danza demoníaca.
No sos suficiente.
Nunca fuiste suficiente.
Nunca serás suficiente.
Creo que todos mis problemas se reducen a eso. A no ser suficiente nunca, a tener una vara altísima que no puedo alcanzar y que, irónicamente, yo no puse ahí. ¿Quién me puso la vara tan alta? ¿Cómo la saco? ¿Por qué tengo que seguir saltando como poseída para intentar alcanzar un nivel descabellado que no me garantiza nada, porque cuando llego se abre otro límite y así hasta el hartazgo?
No lo entiendo, es confuso, es agotador, y por sobre todas las cosas, ya no lo quiero. Ya hablamos de bailar como poseída mientras otro es maestro de orquesta. Bueno, esto es igual, pero con un componente de toxicidad asqueroso, pútrido, morboso.
Un comando incorpóreo que te dice que tenés que llegar, un imperativo categórico propio que te lleva a bailar desquiciada intentando alcanzar el límite sólo para descubrir que no lo estás alcanzando nunca.
¿No suena un poco como el mecanismo del deseo? ¿No tendrá que ver con eso? Perseguir algo inalcanzable para luego llegar y darte cuenta que no, eso no es, que es otra cosa que está más allá y así sucesivamente buscás y buscás y no encontrás, mientras acumulás llegadas y triunfos que no podés disfrutar siquiera por un segundo.
La perversión del mecanismo del deseo llegó a definir mi suficiencia.
El tema es que parece que la definió un mecanismo del deseo ajeno.

¿Qué es ser suficiente, además?
¿Quién define el standard de suficiencia? ¿Quién se arroga la capacidad, quién osa erigirse en juez de lo que deben ser los demás? ¿Cómo se te ocurre que podés decirle a alguien que no es suficiente? ¿Quién carajo te creés que sos para decir eso?
Jamás le diría a alguien que no es suficiente y, sin embargo, me lo viven diciendo a mí.
De vuelta, ¿qué es ser suficiente?
¿Qué necesita el mundo para verme como suficiente, por favor? ¿Qué tengo que hacer para parar este frenesí infernal de la yuta suficiencia? ¿Qué? ¿Qué más?
Es que me miro y, objetivamente y sin ánimos de ser soberbia, no lo entiendo. Soy medianamente bonita en términos hegemónicos, y no te digo que tenga un lomo de infarto pero me defiendo en mi metro cincuenta y ocho de semi-hegemonía. Me considero una persona notablemente inteligente, que puede hablar de muchas cosas. Ponele que interesante, ciertamente amena. Tengo talentos variados aunque no descolle en ninguno: bailo, canto, actúo, escribo, analizo cosas. Bruja en formación. Soy muy fiel (me atrevería a decir que demasiado), soy cariñosa. Puedo ser graciosa, irónica, divertida. Soy perseverante, organizada. Una persona casi completa.
Quizás ahí está el problema: soy medianamente, semi-hegemónica, notablemente, ponele que, no descollante, en formación, casi. Mediocre. Y la gente quiere perfección absoluta, aún sin verse al espejo y ver que no se acercan a una perfección que, además, no existe.
Y bueno, después tenés el temita de  los defectos. Que soy una psiquiátrica de mierda, una intensa sin remedio, una ansiosa, una rara, una no heteronormada y encima no asumida. Una pobre enamoradiza. Una pesada, una ignorante, una mediocre.
Una suicida.
¿Es que la mancha no se borra nunca? ¿No me van a dejar nunca en paz con eso? A mucha honra, tuve más ovarios que muchos de ustedes que si miran a la Parca a los ojos se mean encima.
Pero hasta para la Parca no fui suficiente y me dejó tirada en este mundo de mierda sin saber a dónde ir.

De nuevo, ¿quién carajo se arroga el derecho de apuntar con un dedo acusador y juzgar la suficiencia ajena?
Quizás un lector desprevenido podría decirme, sin mucha dificultad, que el problema es mío por escuchar voces ajenas y darles crédito. Dale, no las escuches, sé libre, paz y amor hermana.
Sí, claro, querido lector. Dejame que te cuente.
Sí, las voces de la suficiencia quizás sean siempre ajenas. Pero las terminás haciendo carne, hueso, sangre, impulso eléctrico propio. Se mezclan con tu voz propia para encarnar una corporeidad fantasmal que te impulsa a correr, saltar, volar incluso para llegar. Y enterarte, una vez que apoyás los pies en ese techo, que ahora es un suelo y otro techo te espera. Y el juego de la oca vuelve a empezar.
No es fácil cuando incorporás las voces de la suficiencia.
¿Y quiénes son las voces de la mía?
Bueno, en un principio quizás eran voces más familiares de lo que uno querría admitir. Pero las entendés y las apartás gentilmente.
Luego, las voces del amor violento e iracundo del que sobrevive un recuerdo reprimido por seguridad y que en algún momento tendré que vomitar. Pero no es momento ahora.
Cuando las borraste, las voces del amor borreguil con su trino casi celestial, que le hubiesen hecho creer a cualquiera que la tragedia se había terminado. Y oh no, cómo me equivoqué: la danza recién acababa de empezar.
¿Y ahora? ¿Qué sonido fantasmal lleva adelante el coro de alimañas?
Dije al principio que el rey se sienta en el trono con la convicción de ser el elegido y la perversidad de reírse de mí sabiendo que yo no lo soy ni lo seré. Es cómodo ocupar tronos ajenos cuando te lo dejan servido en bandeja y eso hice yo. Servirle el lugar en bandeja, entregarle eso. Entregarle, entregarME.
Volvemos siempre a lo mismo, es mi eterno problema de endiosar mortales en pedestales de mármol.
Pedestales griegos.
Sí, ni siquiera tengo que decirlo. Ya lo dije todo.

La metáfora griega surgió como una casualidad y fue escalando posiciones porque me doy cuenta que no fue una casualidad en absoluto. Algo en mi cerebro dormido entendió que era perfecta la analogía y que, si no la veía en toda su profundidad, lo haría en algún momento. Y que encima conectaba con la analogía que se refería a mí.
Pues bien, el momento llegó.
Resulta que el mito de Adonis lo comparten varias religiones, pero vamos con la griega que nos ofrece mayores dimensiones de análisis. Muchas son las versiones, pero todas concuerdan en que Adonis era un joven de increíble belleza (ja) y que, por eso, la diosa Afrodita quedó prácticamente hechizada por él (doble ja), por lo que lo encerró en un cofre y se lo dio a Perséfone (a.k.a, la esposa de Hades y por ende la mujer del señor del mismísimo inframundo, tomen nota) para que lo cuidara. Cero psiquiátrica, Afrodita, muy sereno lo tuyo, secuestrar a alguien. El problema fue que Perséfone también se encaprichó con el señorito y empezaron una guerra resuelta por Zeus de una manera un poco salomónica: cuatro meses con Afrodita, cuatro con Perséfone, cuatro con quien quieras. Algunas versiones resaltan, cosa que me resulta curiosa, que Adonis prefería a Afrodita y elegía pasar con ella los cuatro meses libres (ah, pero no se liberaba de Perséfone tampoco…). Y además, Perséfone estaba casada y, ¿no se supone que ella y Hades son como la pareja ejemplo del panteón griego? ¿Qué onda, chicos? ¿Poliamor o adulterio, amor libre o cuernos conscientes?
Las cosas no terminan bien para el pobre Adonis, que parece que muere a manos de un jabalí. Qué poco poético, le auguraba un final mejor. Háganlo semidiós, al menos, no sé, Afrodita hacé algo.
Afrodita hacé algo.
Afrodita.

Quienes hayan cursado algo de actuación de método Strasberg habrán cruzado las subpersonalidades, derivadas de los arquetipos de Jung, que vendrían a ser las energías de diferentes calibres que tenemos adentro y que podemos utilizar para componer personajes o despertar emociones. Suena a falopa cósmica pero funciona.
A nadie le sorprenderá que, en el caso femenino, la energía sensual/sexual/amorosa sea la Afrodita (en los hombres es Don Juan, podría haber sido Adonis y no me arruinaban la metáfora helénica eh).
Bueno, siempre tuve muy presente a la Afrodita, sobre todo cuando bailo. No me resulta difícil el jazz seductor, Fosse, Chicago. Hay algo ahí casi natural (no, esencial no, ya estamos de acuerdo en que la esencia es una mentira idealista y platónica). El problema es, como lo puse en claro en todos los textos anteriores, la Afrodita de la vida real. ¿Podés seducir en la vida real? ¿Podés generar atracción, ser objeto de deseo?
No.
Falsa Afrodita y nunca femme fatale, nunca objeto de deseo. Fantasma de Afrodita, quizás.

Llegado a este punto tenemos a los personajes de la metáfora bien claros. Adonis, con su belleza hipnótica según parece, Afrodita que no se da cuenta que es una diosa y que todo este quilombo sexo-afectivo es un poco mortal para ella, Perséfone, una acumuladora que encima que tiene un marido re cool y re tanático le quiere escupir el asado a Afrodita.
Problema número uno, yo no soy ni seré Afrodita. Y si yo soy una falsa Afrodita, una diosa de cartón pintado, significa que hay una verdadera Afrodita que es la que se va a quedar con todo.
Problema número dos, hay una Perséfone (o varias). Y oh sorpresa, es una relación y lucha con la muerte, otra vez. La señora del inframundo. La Parca. Hola amiga, nos encontramos de nuevo.
Problema número tres, largá la falopa helénica que la primera que lo nombró Adonis fuiste vos.

¿Qué hago con esto?
Mi parte bruja me mira desconcertada. Adonis nunca estuvo en mis planes pero ella sabía que se venía la noche (pero ese es tema de otro capítulo, muy interesante por cierto). Y capaz que yo no escuché lo suficiente a mi intuición.
Una intuición que te advertía que estabas, otra vez, llevando al pedestal de mármol un ideal. Curiosamente, con una metáfora bastante precisa, incluso en la parte de la vanidad de Adonis (y sí chabón, hacete cargo, el límite del amor propio y la vanidad es una línea muy difusa, sos de los que se saben lindos y lo aprovechan, y encima yo no colaboro porque te lo resalto todo el tiempo).
Siendo una falsa Afrodita, tengo varias opciones. Puedo hacerme a un lado y entender que toda esta perfección griega no es para mí, que nunca me van a elevar en un pedestal de mármol, que ni rituales, ni rosas, ni vestido blanco. El vestido blanco, ¿te acordás cuando le pediste al borrego rosas y vestido blanco? Ridícula, rogando de rodillas. Triste y ridícula, sin rosas ni vestido blanco ni corazón ni salud mental. Llena de cicatrices, llena de químicos, llena de muerte. Llena de vacío.
Puedo también devanarme los sesos intentando bajar a Adonis del pedestal (buena suerte con eso). Puedo enemistarme a muerte con mi idea espectral de Perséfone y volver a las luchas tanáticas que tan conocidas me resultan. Puedo invocar a Zeus para lograr un acuerdo salomónico que no podría dejar a nadie satisfecho. Podría hacer todo eso, incluso podría no hacer nada.
O podría hacerme cargo de lo que soy, lo que no soy y lo que quiero ser, e intentar hacer de mí una verdadera Afrodita, una Afrodita que se ponga las pilas y comprenda que la diosa del amor y la belleza es ella y que por eso puede manejar los hilos a su antojo.
Aunque no sé cómo hacer eso.

El punto es, volviendo a la suficiencia, que todo significa una lucha.
Male 2017 tenía un razonamiento bastante interesante…y bastante psiquiátrico: yo ya no lucho por la supervivencia, lucho por la suficiencia, y si muero en el camino, si en el camino dejo la vida, habré muerto con la gloria de intentar ser la mejor.
Uf, no. Por favor no. Perséfone es otra, dejá que ella se lleve lo tanático. La muerte y vos mejor que queden separadas.
Male 2018 la verdad es que no pensaba. Pensaban la risperidona y el valproato de magnesio y eso le parecía suficiente.
Hasta esa noche (¿era veintidós, otra vez esa fecha?)
Ahí nació otra cosa. Ahí me vi de vuelta traída a una lucha que no pensaba poder lidiar y, sin embargo, acá me tienen. Male 2019, la que quiere ganar y no puede, la que se enfrenta a todo el panteón griego con tal de obtener media caricia y quizás una canción.
Y, como en el mecanismo perverso del deseo, obtuviste más de una caricia y bastantes canciones. El tema es…el mecanismo mismo. El movimiento de los engranajes libidinales que nos llevan más allá, a desear más, más, más. Como una droga, más, más, más. Como el peligro, más, más, más. Como la música, más, más, más.
Deseo tuyo, deseo ajeno, suficiencia, Adonis, Afrodita, Perséfone, la Parca, droga, peligro, música, danza demoníaca. Quién sabe qué cosa pueda llegar a salir de ese mix.
Nada bueno, eso seguro.
Es una carrera por la suficiencia, y tengo que llegar yo y no tiene que llegar nadie más, tengo que correr, tengo que llegar. Veo la meta, ahí está, y corro, galopo, salto, vuelo desesperada, pero la línea de llegada parece correrse ante mis ojos.
Y no entiendo que quizás hay gente que ya estaba en la línea de llegada cuando yo empecé a correr. Algunos nacen con la ventaja de ser suficientes, de ser elegibles, de ser perfectos. Algunas ya nacen Afroditas.
No me cayó eso en suerte. Nunca me van a decir que sí.

Bailan los demonios, bailan las ausencias, baila medio panteón griego ante mis ojos desorbitados.
Bailan todos, menos vos y yo.
Eso me debería dar una pauta.
¿Bailarías, Adonis?
¿Con quién?
¿Cuál es el precio?
¿Cuál es la vara de tu suficiencia?

7.5.19

¿Amor? en tiempo presente


Qué fin de semana, ¿eh?
Si se lo decían a Male 2018 se revolcaba por el piso de risa incrédula, incapaz de darle crédito a algo tan descabellado.
Y sin embargo…

Sábado, 20:30.
El brillo de Victoria’s Secret.
El top blanco, el pantalón azul. Sí, vos sabés que así matás.
Nervios.
Mucha onda, muchas dudas.
Sabías lo que hacías. Sabías que estabas determinada a que las cosas pasaran. Un poco te saliste con la tuya y un poco no, y bueno, Adonis reapareciendo te nubló la mente (porque no deja de ser el alfa absoluto, sin dudas, y que te venga a rogar esa criatura es tentador y francamente surrealista). Pero pensabas con la suficiente claridad.
Y dijiste “hoy hago lo que quiero”. Bueno, si sabés lo que querés eso es relativamente fácil. El tema es sortear qué carajo querés. Pero bueno, querías. O parte de vos quería.
Y lo extraño es…que lo hiciste.
Bienvenido al club, Número 3.

Domingo (o lunes) a la madrugada. Estabas durmiendo arriba de un apunte, porque siempre se puede ser más patética, y sonó. Reconociste el sonido porque es diferente (porque sos una enferma). Y claro que levantaste el orto, te retocaste el maquillaje y saliste cual perro fiel.
No, Male 2018 no lo hubiera hecho.
Pero bueno, es Adonis. Y a Adonis le decimos que sí aunque nos pida que a las cinco de la mañana nos tomemos una carreta a Calamuchita vestidas de cabareteras. Lo hacemos, ¿no?
Buena, drama queen, que no es para tanto, que saliste ganando esta vez. Casi home run, diría yo. Y lo hiciste con todo gusto, con la satisfacción de salirte con la tuya un día más. Te llevaste más de lo que pedías. Oh sí, algo ganaste.
Bueno, le dijiste que sí. Pero te morías de ganas de decirle que sí.
Quizás no estés simplemente diciendo que sí como un perro.
Quizás hayas ganado agencia.
Y quizás, sólo quizás, la bruja que sos tenía razón (hora de retomar ese texto, por cierto). Capaz esta vez la falsa Afrodita gana algo.
Male 2019 está determinada a ganar.

Y el recuento somero de eventos no alcanza para explicar el mambo mental que tuve estos días (y los previos), ni el quilombo hormonal que me llevó a eso, ni las emociones extrañas.
El punto es que Número 3, interesante como es, me abrió la cabeza. Dos personas paradas en puntos tan disímiles, con concepciones tan diferentes de las cosas, coincidiendo en un punto, entablando…algo. Un vínculo efímero si querés pero no por eso menos real.
No, él no es Adonis. Y no, yo no soy la principal. Quizás eso lo hacía interesante. La no obligación de que todo sea perfecto, el miedo, la necesidad de impresionar. Nadie necesita que lo efímero sea perfecto, porque no lo podés capturar para comprobar su perfección. Lo efímero es. Y ya.
Medio que con Adonis siempre me esfuerzo para ser bonita, graciosa, irónica, perfecta (que no soy, que no seré). Y en no ser intensa, demasiado cariñosa, demasiado demostrativa, patética, insistente. Como si dar un paso en falso fuese la perdición (¿y qué es un paso en falso, además?). Como si pudiese ser suprahumana y controlar absolutamente todo. Hay algo de la vieja Male en todo ese control. Pero la nueva Male le está ganando espacios.
Quizás lo de Número 3 fue el laboratorio perfecto para esa nueva Male, porque no había lugar para la perfección. Era lo que era, y ya. Nada de devanarse los sesos pensando respuestas ingeniosas todo el tiempo. Nada de vivir con el peso en los metatarsos para correr en la dirección opuesta si todo se desbarranca. Nada de matarse a latigazos simbólicos cuando las cosas salen mal (porque, si lo pensás, hubo un disparo que salió por la culata y no te importó mucho que digamos).
Y la charla…boom.
Número 3 y el amor romántico, muy en claro. Respeto aunque no comparta, pero admiro la claridad.
Male y el amor romántico, por otro lado...

¿Qué es el amor, Male 2019?
Ya no es el amor ciego de los tiempos violentos, ni el amor absoluto de los tiempos borreguiles, ni el amor dopado de los tiempos de internaciones psiquiátricas.
Es amor en tiempo presente. Y mierda que difiere de los anteriores.
Pero no deja de ser amor y lo sabés. Vos sabés lo que te pasó y lo que te pasa, aunque no sepas qué implica o estés aterrada de admitirlo. Pero eso no es admiración, no es reconocer talento, no es “che mirá qué piola”, no es “qué linda persona”, no es “wow cómo toca”. Es decir, no es nada de eso (o no es principalmente eso). Y, si no es amor, ¿qué es? ¿Acaso las cosas no se definen por su absoluta y negativa diferencia entre sí? Si todo esto difiere del deseo puro (que con vos no existe), de la amistad, de la buena onda, de la admiración, de lo platónico, muchas categorías no quedan.
Digamos que le ponés el nombre de amor romántico ante la falta de categorías, aunque sea con un sentido propio. Un sentido nuevo, diferente al que tenías antes.
Uno de los elementos nuevos es la variedad simultánea de objetos de deseo. Siempre tuve una monogamia rígida hasta en el nivel del deseo, si me gustás vos el resto del mundo desaparece. Y ahora…boom. No desaparecen, a lo sumo se ordenan jerárquicamente en un organigrama un poco ridículo. No sólo no desaparecen sino que actúan y me hacen actuar en consecuencia. Y no se anulan entre sí.
Descubrí que el deseo puede funcionar fuera del amor romántico como lo entendía, en un registro diferente. Hay emoción, pero es otra, que no sé identificar. Un cariño volátil, nada de instinto protector, algo más de juego. Ok, ¿puede ser un juego sin perspectiva de futuro? Eso para mí es nuevo.
Porque había cuidado, y había cariño, y había intimidad.
Número 3, categoría nueva.
Pero sigue habiendo una categoría relativamente estable, invariante.
La constante.
Adonis.

Siempre fuiste la groupie.
Todos músicos, uno tras otro.
Me parece que es esclarecedor. A ver, sos bailarina, no música. Vos dejás que la música la haga otro y te movés en consecuencia. Ellos te marcan el ritmo, arman la melodía como quieren, encadenan las notas y los silencios. Y vos te dejás llevar.
Y bailás. Porque claro, vos hacés eso, eso es lo que hiciste siempre: bailar al ritmo que otros proponen.
Pero no sos sólo una simple bailarina. No tocarás un instrumento pero cantás, zapateás. Sos perfectamente capaz de proponer un ritmo, de armar una armonía, de hacer música sola.
Ahí radica el cambio. Ya no querés bailar la música de otros, no querés moverte como una marioneta al ritmo que te marcan.
La flautista de Hamelín ahora sos vos. Y se agarran, que armás tu propio ritmo y bailarán hasta desmayarse y si no les gusta ahí está la puerta.
Pero no.
No es eso tampoco.
Vos no querés jerarquía, no querés flauta mágica, no querés conducir un ejército de zombies ni bailar hipnotizada hasta el cansancio dejando que otro sea el maestro de orquesta.
Vos querés crear música en conjunto.

¿Y si el amor romántico fuese eso?
Igualdad en la capacidad de agencia, abolición de las jerarquías, un piso común y algo a construir. Una melodía que al principio se improvisa y después establece su propio leitmotiv.
Y las canciones no duran para siempre, pero eso no quiere decir que los vínculos se desarmen. Quizás sólo indique un cambio de canción.

Estoy agotada de las metáforas pero siento que nunca puedo llegar al fondo de las cuestiones y las termino definiendo en términos de otras, con desplazamientos de sentido permanentes.
¿Será insimbolizable el amor romántico? ¿Va cambiando de significantes con el tiempo porque nunca encontrará un Significante Amo?
¿Es acaso la sensación de victoria agridulce del fin de semana la que no podés terminar de simbolizar?

 Y sin embargo…es algo concreto. Como darse vuelta en la cama y sentir que se daba vuelta conmigo para abrazarme.
Es decir, existe. Algo de eso existe, es tangible, no puede ser que todo te lo hayas imaginado. Está ahí.
Existe como las notas hipnóticas en el aire acompañadas de una voz rasposa pero dulce. Como un tacto háptico diferente a cualquiera que hayas tenido, que podrías reconocer. Como las emociones que sabés que tenés y que estás tapando. Como dos latidos que se aceleran y no por casualidad.
Que caiga o no bajo la categoría de amor romántico depende solamente de quien arme la cadena de significación. A ver, que un par de significantes casi siempre están claros, pero no todos. Cada quien arma su cadena como puede y juzga conveniente.
Y vos, Male 2019, ¿qué ponés en esa cadena?