La sensación de ahogo, los ojos como
platos y el corazón desbocado.
La melancolía avanzando, reptando por mi
mente como una planta trepadora, agarrándose de las grietas.
La vieja tristeza que te envuelve en un
círculo que se cierra cada vez más.
El juego perverso que no hace más que
volver a empezar.
Cada sueño es una tortura y a la vez una
visión significativa. Podés ser la persona más racional del planeta y aun así
reconocer que los sueños suelen ser una enorme herramienta de análisis.
Pero, ¿es necesario?
Sinceramente ya no sé cómo escribir
estas cosas sin sonar repetitiva. Tortura, insuficiencia, tristeza,
significantes que vuelven a aparecer en cada intento de simbolización.
El loop del sufrimiento en la escritura
fragmentada.
O capaz que la fragmentada soy yo.
Lo que seguro está fragmentado es el
sueño.
Mi departamento era el escenario de una
previa llena de hombres, mi amiga Agus, el novio, Número 3, Adonis, y un par
más que no vienen al caso. Un escenario ecuménico de gente que no se conoce y
que jamás debería mezclarse, ¿qué puede salir mal?
Todo, Male, todo salió (sale) mal.
Se formaban parejas, yo quedaba sola al
lado de un compañero de facultad que siempre me mira raro (real), y que
intentaba avanzar conmigo. Yo me lo sacaba de encima porque estaba angustiada y
el chabón insistía, insistía, insistía. Como no le daba bola, se empezaba a
pajear al lado mío. Normal.
Asqueada salía corriendo para la pieza y
encontraba una escena bizarra. Agus llorando a mares en mi cama, discutiendo
con el novio.
Lo que él le decía era que o aceptaba
abrir la pareja o se terminaba todo. Ella claramente no quería, sufría, se
desgarraba cada vez que escuchaba la sola idea. Y yo lloraba con ella, me
enfurecía, sentía ese dolor como si fuese propio.
En el medio de semejante escándalo,
Adonis salía casi corriendo, por motivos que desconozco. Yo le gritaba y no me
escuchaba (o no me quería escuchar). Y bueno, se iba. No me sorprende.
Finalmente Agus aceptaba las nuevas
condiciones, llorando derrotada, silenciosa. Me intentaba acostar en la cama
con una sensación amarga y Número 3 se me acercaba, y me pedía algo. No
recuerdo qué era pero podemos inferir perfectamente para qué lado se orientaba.
Yo creo que le retrucaba que sólo si se quedaba esa noche porque estaba
angustiada, y le alargaba la mano.
Me miraba, primero con asco, luego con
sorna.
Se sonreía, me soltaba la mano.
Se iba.
La sensación de ahogo, los ojos como
platos y el corazón desbocado.
Hasta ahí la forma, los desplazamientos,
las condensaciones, los mecanismos del sueño. Pero, ¿qué se desplaza, qué se
condensa, qué se simboliza?
La previa llena de gente donde solo me
importan algunas personas habla por sí misma. Un mundo lleno de gente de donde
sólo me son posibles algunas personas, no más. Y no lo intenten, no sucederá,
no quiero saber.
El flaco de la facultad insistiendo y
pajéandose ante mi negativa me parece una escena de lo más violenta. Me suena a
forzarme una sexualidad que no quiero, a empujarme al desconche, a abrirme a
experiencias que no quiero tener y relaciones que no me interesa intentar. Me
resulta como el intento de los allosexuales de que entienda su mundo cuando no
lo entenderé nunca, cuando estoy cómoda con cómo soy o al menos con cómo me
funciona, aunque me traiga problemas. Sí, trae problemas. Pero forzarme a
experimentar desesperadamente nunca fue una buena opción. No, no quiero
hacerlo. Por favor, déjenme tranquila.
Al menos en ese sentido, no estoy rota.
Sólo funciono diferente, sólo no sigo las reglas de la heteronorma.
La escena de Agus y Juan es durísima.
Primero porque me hace sentir culpable, porque me parece que él es alto
compañero para ella, que siempre la banca y que nunca la lastimaría así, menos
adrede. Segundo, porque sentía su dolor como si fuese mío. Tenía el típico
instinto de “con mi amiga, no”: a mí si querés cagame a trompadas, pero a mi
amiga no la toques. Nunca la vi sufrir así y creo que si llego a presenciar
semejante cosa arranco a los tiros, sin mediar palabra.
Pero lo peor no es eso. El tema no era
solamente “con mi amiga no”…era “conmigo
no”. Es una maldita proyección de lo que más temo y de lo que no quiero que
suceda, que me pongan esa condición para poder mantener una relación si en
algún momento puedo encontrar alguien con quien más o menos coincida.
No quiero ser la segunda, no quiero el
desgarro de los celos insidiosos, no quiero saber lo que puede pasar. Mi
personalidad no toleraría semejante cosa. Y entiendo que hay gente que se puede
sentir muy cómoda pero no creo que el mío sea el caso. Me torturaría con cada
detalle (si es imaginado, incluso peor), me desvelaría si sé lo que está
pasando, me viviría comparando. No, yo paso. Eso sólo me haría sufrir.
Porque, sinceramente, a veces ya sufro
así.
Conmigo no, por favor conmigo no. No me
pidan la única cosa que no puedo dar, no me pidan que entre en ese espiral
horrible. No podría.
Y el final. Bueno, previo a eso, Adonis
tomándose el palo es algo que a nadie sorprende y que no requiere mayor
análisis, ¿verdad? Sigamos.
En un primer momento el final sólo me
pareció completamente sádico, burlón, pero no lograba establecer alguna otra conexión.
Pero algo en el fondo de la mente me
decía que había algo más. Que Número 3 no era Número 3 en ese momento, que la
situación remitía a otra.
Había algo ahí. Mi lugar, el suyo, el
ángulo, la mano, el asco…
Boom.
Claro que había algo.
Porque eso ya lo viviste. Porque esa
parte del sueño pasó de verdad.
El ruego, la desolación, la burla, el
abismo, la caída.
La negativa, el “(ya) no quiero siquiera
cuidarte porque sos otra cosa”. La cosificación, el abandono.
Claro que la escena iba a pegar con la
fuerza de un déjà vu, como una patada en el estómago, como la peor de tus
pesadillas.
Porque fue, literalmente, la peor de tus
pesadillas hecha realidad.
¿Te acordás, verdad?
¿Quién sino él?
¿Quién sino el mismísimo borrego?
No, no es Número 3, ni son Agus y Juan,
ni es el flaco de la facultad. Ponele que Adonis sí sea él, pero como se limitó
a hacer mutis por el foro no me da muchas posibilidades de análisis. Aunque, de
todos modos, me parece sumamente significativo.
Solamente yo era yo. Freud estaría
orgulloso de semejante muestra de desplazamientos y condensaciones en una sola
pieza.
El punto es todo ese engranaje
maquiavélico y siniestro que lleva a plasmar en una sola superficie onírica,
llena de metáforas y metonimias, tus peores miedos.
Perder lo que querés (o nunca
alcanzarlo) y que te pidan que te hagas a un costado, pero sin irte. Que te
tengan un poco como un títere que puedan mover a su antojo. ¿No te suena
conocido? ¿Me vas a venir a decir que no hay alguien que, si quiere, te mueve
como una marioneta mal hecha?
Porque el tema no es el juego con los
demás. Te puede llegar a molestar una que otra cosa, pero te la bancás porque
viene por otro lado.
A lo que le tenés miedo es a volver a
amar a alguien con la misma intensidad y que la respuesta sea un sí y un no.
Que la condición sea resignarte a tener un lugar absolutamente secundario,
doloroso. Y de emociones ni hablar. El mandato millenial de la frialdad, de la
no intensidad, del orgullo extremo, de mantener una dignidad que les juro que
no tengo la más pálida idea de qué es.
¿Qué es lo peor?
Que, llegado el caso, sos perfectamente
capaz de aceptar.
Lo preocupante es que desde que me
levanté que le doy vueltas al sueño y no puedo salir de la sensación de ahogo,
de la dominante de color oscura que tenía, del llanto de mi amiga, del mío, de
la sonrisa socarrona del final.
Y la siento, la veo a mi alrededor,
rodeándome como una niebla espesa, densa, oscura.
La tristeza.
Es la misma y a la vez es nueva pero, en
el fondo, sé que es ella.
Le puedo asociar mil y un significantes:
desgano, cansancio emocional, frustración, fastidio, enojo, capricho,
oscuridad, llanto, maltrato, trabajo emocional no resuelto, dolor, sufrimiento,
angustia, ira, celos, inseguridad, abandono, reemplazo, bronca, apatía,
depresión, insuficiencia, impulsividad, mal humor…
Pero en el fondo todo eso se resume en
tristeza. Tristeza pura y dura, tristeza que invade todo, que te toma la voz,
que se te traslada al cuerpo, que se te plasma en la expresión y se te ve en
los ojos.
Tristeza que te roba el hambre y las
ganas, que te hace encorvarte, que te desarma.
Tristeza que te envuelve, te aísla, te
cala hasta los huesos y no te deja ser.
Tristeza que te habla al oído como una
vieja amiga y te dice las cosas que no querés escuchar, pero que sabés que son
verdad.
Al final, la lucha es inútil. Ella
siempre vuelve.
Es la única que siempre vuelve.
Porque es evidente que, en el fondo,
todo es inútil. Que, en el fondo, hay algo que está mal conmigo, que no puedo
solucionar. Que me persiguen mis fantasmas hasta en los sueños, que no puedo ni
dormir tranquila para escaparme de la realidad porque ésta se resignifica en lo
onírico.
Que si la tristeza es la única que no me
ha abandonado todavía (y no da signos de hacerlo) es porque hay algo
estructural que no voy a poder cambiar.
Escribo para no olvidar aunque esté
dudando incluso del motivo. Escribir para qué, intentar para qué, cambiar para
qué, emociones para qué, el amor para qué. La derrota total ante la tristeza y
ante el resto.
La derrota total de todos los ideales,
el derrumbe de lo conocido y la imposibilidad de construir otra cosa.
Algo necesito construir y no puedo, algo
tengo que crear y no me sale. Todes necesitamos un relato, algo en qué creer,
una narrativa que le dé sentido a nuestra vida y le invente una dirección.
Porque en algo tenés que creer y todo en
lo que creías está ardiendo a tus pies.
Y cuando ves las cenizas, ¿qué podés
hacer? ¿De dónde sacás las fuerzas para empezar de nuevo?
¿A dónde puedo ir?
¿Cuáles son las reglas?
No recuerdo haber aceptado meterme en
este juego perverso cuando decidí que era tiempo de salir.
Es que tampoco decidí, tampoco busqué.
Yo no los busqué, yo no quise esto.
Yo acepté pensando que se venía otra
cosa, que finalmente algo iba a salirme bien, que la mierda había quedado
atrás.
Ahora quiero salir y no sé cómo.
Y entonces el dolor, entonces pasarla
como el culo, entonces el hielo que te quema por dentro.
Entonces ver cosas que no querías ver, entonces
hacerte una película, entonces sufrir.
Entonces las emociones incontrolables de
un corazón inexistente, entonces el aguijonazo de la tristeza y el frío.
Entonces la sensación de ahogo, los ojos
como platos y el corazón desbocado.