11.5.19

El mito de la suficiencia helénica

No puedo salir de mi cabeza. Es como una celda acolchada con camisa de fuerza, cuatro paredes que enloquecerían a cualquiera y vaya si me están enloqueciendo a mí. Cuatro paredes donde mis demonios bailan hasta el amanecer en círculos, donde hay ausencias que pesan y presencias ligeras, donde la oscuridad es perenne como un invierno narniano. Donde quien manda no soy yo, y el rey que elegí se ríe de mí con el descaro de saber que es el elegido.
Claro, que él es el elegido.
Y yo no.

Porque el tiempo parece ser un círculo perverso y volvemos siempre a lo mismo. Tantas veces lo escuché que ya se hizo mantra en la celda acolchada y es el ritmo que conduce la danza demoníaca.
No sos suficiente.
Nunca fuiste suficiente.
Nunca serás suficiente.
Creo que todos mis problemas se reducen a eso. A no ser suficiente nunca, a tener una vara altísima que no puedo alcanzar y que, irónicamente, yo no puse ahí. ¿Quién me puso la vara tan alta? ¿Cómo la saco? ¿Por qué tengo que seguir saltando como poseída para intentar alcanzar un nivel descabellado que no me garantiza nada, porque cuando llego se abre otro límite y así hasta el hartazgo?
No lo entiendo, es confuso, es agotador, y por sobre todas las cosas, ya no lo quiero. Ya hablamos de bailar como poseída mientras otro es maestro de orquesta. Bueno, esto es igual, pero con un componente de toxicidad asqueroso, pútrido, morboso.
Un comando incorpóreo que te dice que tenés que llegar, un imperativo categórico propio que te lleva a bailar desquiciada intentando alcanzar el límite sólo para descubrir que no lo estás alcanzando nunca.
¿No suena un poco como el mecanismo del deseo? ¿No tendrá que ver con eso? Perseguir algo inalcanzable para luego llegar y darte cuenta que no, eso no es, que es otra cosa que está más allá y así sucesivamente buscás y buscás y no encontrás, mientras acumulás llegadas y triunfos que no podés disfrutar siquiera por un segundo.
La perversión del mecanismo del deseo llegó a definir mi suficiencia.
El tema es que parece que la definió un mecanismo del deseo ajeno.

¿Qué es ser suficiente, además?
¿Quién define el standard de suficiencia? ¿Quién se arroga la capacidad, quién osa erigirse en juez de lo que deben ser los demás? ¿Cómo se te ocurre que podés decirle a alguien que no es suficiente? ¿Quién carajo te creés que sos para decir eso?
Jamás le diría a alguien que no es suficiente y, sin embargo, me lo viven diciendo a mí.
De vuelta, ¿qué es ser suficiente?
¿Qué necesita el mundo para verme como suficiente, por favor? ¿Qué tengo que hacer para parar este frenesí infernal de la yuta suficiencia? ¿Qué? ¿Qué más?
Es que me miro y, objetivamente y sin ánimos de ser soberbia, no lo entiendo. Soy medianamente bonita en términos hegemónicos, y no te digo que tenga un lomo de infarto pero me defiendo en mi metro cincuenta y ocho de semi-hegemonía. Me considero una persona notablemente inteligente, que puede hablar de muchas cosas. Ponele que interesante, ciertamente amena. Tengo talentos variados aunque no descolle en ninguno: bailo, canto, actúo, escribo, analizo cosas. Bruja en formación. Soy muy fiel (me atrevería a decir que demasiado), soy cariñosa. Puedo ser graciosa, irónica, divertida. Soy perseverante, organizada. Una persona casi completa.
Quizás ahí está el problema: soy medianamente, semi-hegemónica, notablemente, ponele que, no descollante, en formación, casi. Mediocre. Y la gente quiere perfección absoluta, aún sin verse al espejo y ver que no se acercan a una perfección que, además, no existe.
Y bueno, después tenés el temita de  los defectos. Que soy una psiquiátrica de mierda, una intensa sin remedio, una ansiosa, una rara, una no heteronormada y encima no asumida. Una pobre enamoradiza. Una pesada, una ignorante, una mediocre.
Una suicida.
¿Es que la mancha no se borra nunca? ¿No me van a dejar nunca en paz con eso? A mucha honra, tuve más ovarios que muchos de ustedes que si miran a la Parca a los ojos se mean encima.
Pero hasta para la Parca no fui suficiente y me dejó tirada en este mundo de mierda sin saber a dónde ir.

De nuevo, ¿quién carajo se arroga el derecho de apuntar con un dedo acusador y juzgar la suficiencia ajena?
Quizás un lector desprevenido podría decirme, sin mucha dificultad, que el problema es mío por escuchar voces ajenas y darles crédito. Dale, no las escuches, sé libre, paz y amor hermana.
Sí, claro, querido lector. Dejame que te cuente.
Sí, las voces de la suficiencia quizás sean siempre ajenas. Pero las terminás haciendo carne, hueso, sangre, impulso eléctrico propio. Se mezclan con tu voz propia para encarnar una corporeidad fantasmal que te impulsa a correr, saltar, volar incluso para llegar. Y enterarte, una vez que apoyás los pies en ese techo, que ahora es un suelo y otro techo te espera. Y el juego de la oca vuelve a empezar.
No es fácil cuando incorporás las voces de la suficiencia.
¿Y quiénes son las voces de la mía?
Bueno, en un principio quizás eran voces más familiares de lo que uno querría admitir. Pero las entendés y las apartás gentilmente.
Luego, las voces del amor violento e iracundo del que sobrevive un recuerdo reprimido por seguridad y que en algún momento tendré que vomitar. Pero no es momento ahora.
Cuando las borraste, las voces del amor borreguil con su trino casi celestial, que le hubiesen hecho creer a cualquiera que la tragedia se había terminado. Y oh no, cómo me equivoqué: la danza recién acababa de empezar.
¿Y ahora? ¿Qué sonido fantasmal lleva adelante el coro de alimañas?
Dije al principio que el rey se sienta en el trono con la convicción de ser el elegido y la perversidad de reírse de mí sabiendo que yo no lo soy ni lo seré. Es cómodo ocupar tronos ajenos cuando te lo dejan servido en bandeja y eso hice yo. Servirle el lugar en bandeja, entregarle eso. Entregarle, entregarME.
Volvemos siempre a lo mismo, es mi eterno problema de endiosar mortales en pedestales de mármol.
Pedestales griegos.
Sí, ni siquiera tengo que decirlo. Ya lo dije todo.

La metáfora griega surgió como una casualidad y fue escalando posiciones porque me doy cuenta que no fue una casualidad en absoluto. Algo en mi cerebro dormido entendió que era perfecta la analogía y que, si no la veía en toda su profundidad, lo haría en algún momento. Y que encima conectaba con la analogía que se refería a mí.
Pues bien, el momento llegó.
Resulta que el mito de Adonis lo comparten varias religiones, pero vamos con la griega que nos ofrece mayores dimensiones de análisis. Muchas son las versiones, pero todas concuerdan en que Adonis era un joven de increíble belleza (ja) y que, por eso, la diosa Afrodita quedó prácticamente hechizada por él (doble ja), por lo que lo encerró en un cofre y se lo dio a Perséfone (a.k.a, la esposa de Hades y por ende la mujer del señor del mismísimo inframundo, tomen nota) para que lo cuidara. Cero psiquiátrica, Afrodita, muy sereno lo tuyo, secuestrar a alguien. El problema fue que Perséfone también se encaprichó con el señorito y empezaron una guerra resuelta por Zeus de una manera un poco salomónica: cuatro meses con Afrodita, cuatro con Perséfone, cuatro con quien quieras. Algunas versiones resaltan, cosa que me resulta curiosa, que Adonis prefería a Afrodita y elegía pasar con ella los cuatro meses libres (ah, pero no se liberaba de Perséfone tampoco…). Y además, Perséfone estaba casada y, ¿no se supone que ella y Hades son como la pareja ejemplo del panteón griego? ¿Qué onda, chicos? ¿Poliamor o adulterio, amor libre o cuernos conscientes?
Las cosas no terminan bien para el pobre Adonis, que parece que muere a manos de un jabalí. Qué poco poético, le auguraba un final mejor. Háganlo semidiós, al menos, no sé, Afrodita hacé algo.
Afrodita hacé algo.
Afrodita.

Quienes hayan cursado algo de actuación de método Strasberg habrán cruzado las subpersonalidades, derivadas de los arquetipos de Jung, que vendrían a ser las energías de diferentes calibres que tenemos adentro y que podemos utilizar para componer personajes o despertar emociones. Suena a falopa cósmica pero funciona.
A nadie le sorprenderá que, en el caso femenino, la energía sensual/sexual/amorosa sea la Afrodita (en los hombres es Don Juan, podría haber sido Adonis y no me arruinaban la metáfora helénica eh).
Bueno, siempre tuve muy presente a la Afrodita, sobre todo cuando bailo. No me resulta difícil el jazz seductor, Fosse, Chicago. Hay algo ahí casi natural (no, esencial no, ya estamos de acuerdo en que la esencia es una mentira idealista y platónica). El problema es, como lo puse en claro en todos los textos anteriores, la Afrodita de la vida real. ¿Podés seducir en la vida real? ¿Podés generar atracción, ser objeto de deseo?
No.
Falsa Afrodita y nunca femme fatale, nunca objeto de deseo. Fantasma de Afrodita, quizás.

Llegado a este punto tenemos a los personajes de la metáfora bien claros. Adonis, con su belleza hipnótica según parece, Afrodita que no se da cuenta que es una diosa y que todo este quilombo sexo-afectivo es un poco mortal para ella, Perséfone, una acumuladora que encima que tiene un marido re cool y re tanático le quiere escupir el asado a Afrodita.
Problema número uno, yo no soy ni seré Afrodita. Y si yo soy una falsa Afrodita, una diosa de cartón pintado, significa que hay una verdadera Afrodita que es la que se va a quedar con todo.
Problema número dos, hay una Perséfone (o varias). Y oh sorpresa, es una relación y lucha con la muerte, otra vez. La señora del inframundo. La Parca. Hola amiga, nos encontramos de nuevo.
Problema número tres, largá la falopa helénica que la primera que lo nombró Adonis fuiste vos.

¿Qué hago con esto?
Mi parte bruja me mira desconcertada. Adonis nunca estuvo en mis planes pero ella sabía que se venía la noche (pero ese es tema de otro capítulo, muy interesante por cierto). Y capaz que yo no escuché lo suficiente a mi intuición.
Una intuición que te advertía que estabas, otra vez, llevando al pedestal de mármol un ideal. Curiosamente, con una metáfora bastante precisa, incluso en la parte de la vanidad de Adonis (y sí chabón, hacete cargo, el límite del amor propio y la vanidad es una línea muy difusa, sos de los que se saben lindos y lo aprovechan, y encima yo no colaboro porque te lo resalto todo el tiempo).
Siendo una falsa Afrodita, tengo varias opciones. Puedo hacerme a un lado y entender que toda esta perfección griega no es para mí, que nunca me van a elevar en un pedestal de mármol, que ni rituales, ni rosas, ni vestido blanco. El vestido blanco, ¿te acordás cuando le pediste al borrego rosas y vestido blanco? Ridícula, rogando de rodillas. Triste y ridícula, sin rosas ni vestido blanco ni corazón ni salud mental. Llena de cicatrices, llena de químicos, llena de muerte. Llena de vacío.
Puedo también devanarme los sesos intentando bajar a Adonis del pedestal (buena suerte con eso). Puedo enemistarme a muerte con mi idea espectral de Perséfone y volver a las luchas tanáticas que tan conocidas me resultan. Puedo invocar a Zeus para lograr un acuerdo salomónico que no podría dejar a nadie satisfecho. Podría hacer todo eso, incluso podría no hacer nada.
O podría hacerme cargo de lo que soy, lo que no soy y lo que quiero ser, e intentar hacer de mí una verdadera Afrodita, una Afrodita que se ponga las pilas y comprenda que la diosa del amor y la belleza es ella y que por eso puede manejar los hilos a su antojo.
Aunque no sé cómo hacer eso.

El punto es, volviendo a la suficiencia, que todo significa una lucha.
Male 2017 tenía un razonamiento bastante interesante…y bastante psiquiátrico: yo ya no lucho por la supervivencia, lucho por la suficiencia, y si muero en el camino, si en el camino dejo la vida, habré muerto con la gloria de intentar ser la mejor.
Uf, no. Por favor no. Perséfone es otra, dejá que ella se lleve lo tanático. La muerte y vos mejor que queden separadas.
Male 2018 la verdad es que no pensaba. Pensaban la risperidona y el valproato de magnesio y eso le parecía suficiente.
Hasta esa noche (¿era veintidós, otra vez esa fecha?)
Ahí nació otra cosa. Ahí me vi de vuelta traída a una lucha que no pensaba poder lidiar y, sin embargo, acá me tienen. Male 2019, la que quiere ganar y no puede, la que se enfrenta a todo el panteón griego con tal de obtener media caricia y quizás una canción.
Y, como en el mecanismo perverso del deseo, obtuviste más de una caricia y bastantes canciones. El tema es…el mecanismo mismo. El movimiento de los engranajes libidinales que nos llevan más allá, a desear más, más, más. Como una droga, más, más, más. Como el peligro, más, más, más. Como la música, más, más, más.
Deseo tuyo, deseo ajeno, suficiencia, Adonis, Afrodita, Perséfone, la Parca, droga, peligro, música, danza demoníaca. Quién sabe qué cosa pueda llegar a salir de ese mix.
Nada bueno, eso seguro.
Es una carrera por la suficiencia, y tengo que llegar yo y no tiene que llegar nadie más, tengo que correr, tengo que llegar. Veo la meta, ahí está, y corro, galopo, salto, vuelo desesperada, pero la línea de llegada parece correrse ante mis ojos.
Y no entiendo que quizás hay gente que ya estaba en la línea de llegada cuando yo empecé a correr. Algunos nacen con la ventaja de ser suficientes, de ser elegibles, de ser perfectos. Algunas ya nacen Afroditas.
No me cayó eso en suerte. Nunca me van a decir que sí.

Bailan los demonios, bailan las ausencias, baila medio panteón griego ante mis ojos desorbitados.
Bailan todos, menos vos y yo.
Eso me debería dar una pauta.
¿Bailarías, Adonis?
¿Con quién?
¿Cuál es el precio?
¿Cuál es la vara de tu suficiencia?

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