18.5.19

Die Traumdeutung


La sensación de ahogo, los ojos como platos y el corazón desbocado.
La melancolía avanzando, reptando por mi mente como una planta trepadora, agarrándose de las grietas.
La vieja tristeza que te envuelve en un círculo que se cierra cada vez más.
El juego perverso que no hace más que volver a empezar.

Cada sueño es una tortura y a la vez una visión significativa. Podés ser la persona más racional del planeta y aun así reconocer que los sueños suelen ser una enorme herramienta de análisis.
Pero, ¿es necesario?
Sinceramente ya no sé cómo escribir estas cosas sin sonar repetitiva. Tortura, insuficiencia, tristeza, significantes que vuelven a aparecer en cada intento de simbolización.
El loop del sufrimiento en la escritura fragmentada.
O capaz que la fragmentada soy yo.

Lo que seguro está fragmentado es el sueño.
Mi departamento era el escenario de una previa llena de hombres, mi amiga Agus, el novio, Número 3, Adonis, y un par más que no vienen al caso. Un escenario ecuménico de gente que no se conoce y que jamás debería mezclarse, ¿qué puede salir mal?
Todo, Male, todo salió (sale) mal.
Se formaban parejas, yo quedaba sola al lado de un compañero de facultad que siempre me mira raro (real), y que intentaba avanzar conmigo. Yo me lo sacaba de encima porque estaba angustiada y el chabón insistía, insistía, insistía. Como no le daba bola, se empezaba a pajear al lado mío. Normal.
Asqueada salía corriendo para la pieza y encontraba una escena bizarra. Agus llorando a mares en mi cama, discutiendo con el novio.
Lo que él le decía era que o aceptaba abrir la pareja o se terminaba todo. Ella claramente no quería, sufría, se desgarraba cada vez que escuchaba la sola idea. Y yo lloraba con ella, me enfurecía, sentía ese dolor como si fuese propio.
En el medio de semejante escándalo, Adonis salía casi corriendo, por motivos que desconozco. Yo le gritaba y no me escuchaba (o no me quería escuchar). Y bueno, se iba. No me sorprende.
Finalmente Agus aceptaba las nuevas condiciones, llorando derrotada, silenciosa. Me intentaba acostar en la cama con una sensación amarga y Número 3 se me acercaba, y me pedía algo. No recuerdo qué era pero podemos inferir perfectamente para qué lado se orientaba. Yo creo que le retrucaba que sólo si se quedaba esa noche porque estaba angustiada, y le alargaba la mano.
Me miraba, primero con asco, luego con sorna.
Se sonreía, me soltaba la mano.
Se iba.
La sensación de ahogo, los ojos como platos y el corazón desbocado.

Hasta ahí la forma, los desplazamientos, las condensaciones, los mecanismos del sueño. Pero, ¿qué se desplaza, qué se condensa, qué se simboliza?
La previa llena de gente donde solo me importan algunas personas habla por sí misma. Un mundo lleno de gente de donde sólo me son posibles algunas personas, no más. Y no lo intenten, no sucederá, no quiero saber.
El flaco de la facultad insistiendo y pajéandose ante mi negativa me parece una escena de lo más violenta. Me suena a forzarme una sexualidad que no quiero, a empujarme al desconche, a abrirme a experiencias que no quiero tener y relaciones que no me interesa intentar. Me resulta como el intento de los allosexuales de que entienda su mundo cuando no lo entenderé nunca, cuando estoy cómoda con cómo soy o al menos con cómo me funciona, aunque me traiga problemas. Sí, trae problemas. Pero forzarme a experimentar desesperadamente nunca fue una buena opción. No, no quiero hacerlo. Por favor, déjenme tranquila.
Al menos en ese sentido, no estoy rota. Sólo funciono diferente, sólo no sigo las reglas de la heteronorma.
La escena de Agus y Juan es durísima. Primero porque me hace sentir culpable, porque me parece que él es alto compañero para ella, que siempre la banca y que nunca la lastimaría así, menos adrede. Segundo, porque sentía su dolor como si fuese mío. Tenía el típico instinto de “con mi amiga, no”: a mí si querés cagame a trompadas, pero a mi amiga no la toques. Nunca la vi sufrir así y creo que si llego a presenciar semejante cosa arranco a los tiros, sin mediar palabra.
Pero lo peor no es eso. El tema no era solamente “con mi amiga no”…era “conmigo no”. Es una maldita proyección de lo que más temo y de lo que no quiero que suceda, que me pongan esa condición para poder mantener una relación si en algún momento puedo encontrar alguien con quien más o menos coincida.
No quiero ser la segunda, no quiero el desgarro de los celos insidiosos, no quiero saber lo que puede pasar. Mi personalidad no toleraría semejante cosa. Y entiendo que hay gente que se puede sentir muy cómoda pero no creo que el mío sea el caso. Me torturaría con cada detalle (si es imaginado, incluso peor), me desvelaría si sé lo que está pasando, me viviría comparando. No, yo paso. Eso sólo me haría sufrir.
Porque, sinceramente, a veces ya sufro así.
Conmigo no, por favor conmigo no. No me pidan la única cosa que no puedo dar, no me pidan que entre en ese espiral horrible. No podría.

Y el final. Bueno, previo a eso, Adonis tomándose el palo es algo que a nadie sorprende y que no requiere mayor análisis, ¿verdad? Sigamos.
En un primer momento el final sólo me pareció completamente sádico, burlón, pero no lograba establecer alguna otra conexión.
Pero algo en el fondo de la mente me decía que había algo más. Que Número 3 no era Número 3 en ese momento, que la situación remitía a otra.
Había algo ahí. Mi lugar, el suyo, el ángulo, la mano, el asco…
Boom.
Claro que había algo.
Porque eso ya lo viviste. Porque esa parte del sueño pasó de verdad.
El ruego, la desolación, la burla, el abismo, la caída.
La negativa, el “(ya) no quiero siquiera cuidarte porque sos otra cosa”. La cosificación, el abandono.
Claro que la escena iba a pegar con la fuerza de un déjà vu, como una patada en el estómago, como la peor de tus pesadillas.
Porque fue, literalmente, la peor de tus pesadillas hecha realidad.
¿Te acordás, verdad?
¿Quién sino él?
¿Quién sino el mismísimo borrego?

No, no es Número 3, ni son Agus y Juan, ni es el flaco de la facultad. Ponele que Adonis sí sea él, pero como se limitó a hacer mutis por el foro no me da muchas posibilidades de análisis. Aunque, de todos modos, me parece sumamente significativo.
Solamente yo era yo. Freud estaría orgulloso de semejante muestra de desplazamientos y condensaciones en una sola pieza.
El punto es todo ese engranaje maquiavélico y siniestro que lleva a plasmar en una sola superficie onírica, llena de metáforas y metonimias, tus peores miedos.
Perder lo que querés (o nunca alcanzarlo) y que te pidan que te hagas a un costado, pero sin irte. Que te tengan un poco como un títere que puedan mover a su antojo. ¿No te suena conocido? ¿Me vas a venir a decir que no hay alguien que, si quiere, te mueve como una marioneta mal hecha?
Porque el tema no es el juego con los demás. Te puede llegar a molestar una que otra cosa, pero te la bancás porque viene por otro lado.
A lo que le tenés miedo es a volver a amar a alguien con la misma intensidad y que la respuesta sea un sí y un no. Que la condición sea resignarte a tener un lugar absolutamente secundario, doloroso. Y de emociones ni hablar. El mandato millenial de la frialdad, de la no intensidad, del orgullo extremo, de mantener una dignidad que les juro que no tengo la más pálida idea de qué es.
¿Qué es lo peor?
Que, llegado el caso, sos perfectamente capaz de aceptar.

Lo preocupante es que desde que me levanté que le doy vueltas al sueño y no puedo salir de la sensación de ahogo, de la dominante de color oscura que tenía, del llanto de mi amiga, del mío, de la sonrisa socarrona del final.
Y la siento, la veo a mi alrededor, rodeándome como una niebla espesa, densa, oscura.
La tristeza.
Es la misma y a la vez es nueva pero, en el fondo, sé que es ella.
Le puedo asociar mil y un significantes: desgano, cansancio emocional, frustración, fastidio, enojo, capricho, oscuridad, llanto, maltrato, trabajo emocional no resuelto, dolor, sufrimiento, angustia, ira, celos, inseguridad, abandono, reemplazo, bronca, apatía, depresión, insuficiencia, impulsividad, mal humor…
Pero en el fondo todo eso se resume en tristeza. Tristeza pura y dura, tristeza que invade todo, que te toma la voz, que se te traslada al cuerpo, que se te plasma en la expresión y se te ve en los ojos.
Tristeza que te roba el hambre y las ganas, que te hace encorvarte, que te desarma.
Tristeza que te envuelve, te aísla, te cala hasta los huesos y no te deja ser.
Tristeza que te habla al oído como una vieja amiga y te dice las cosas que no querés escuchar, pero que sabés que son verdad.
Al final, la lucha es inútil. Ella siempre vuelve.
Es la única que siempre vuelve.

Porque es evidente que, en el fondo, todo es inútil. Que, en el fondo, hay algo que está mal conmigo, que no puedo solucionar. Que me persiguen mis fantasmas hasta en los sueños, que no puedo ni dormir tranquila para escaparme de la realidad porque ésta se resignifica en lo onírico.
Que si la tristeza es la única que no me ha abandonado todavía (y no da signos de hacerlo) es porque hay algo estructural que no voy a poder cambiar.
Escribo para no olvidar aunque esté dudando incluso del motivo. Escribir para qué, intentar para qué, cambiar para qué, emociones para qué, el amor para qué. La derrota total ante la tristeza y ante el resto.
La derrota total de todos los ideales, el derrumbe de lo conocido y la imposibilidad de construir otra cosa.
Algo necesito construir y no puedo, algo tengo que crear y no me sale. Todes necesitamos un relato, algo en qué creer, una narrativa que le dé sentido a nuestra vida y le invente una dirección.
Porque en algo tenés que creer y todo en lo que creías está ardiendo a tus pies.
Y cuando ves las cenizas, ¿qué podés hacer? ¿De dónde sacás las fuerzas para empezar de nuevo?
¿A dónde puedo ir?

¿Cuáles son las reglas?
No recuerdo haber aceptado meterme en este juego perverso cuando decidí que era tiempo de salir.
Es que tampoco decidí, tampoco busqué.
Yo no los busqué, yo no quise esto.
Yo acepté pensando que se venía otra cosa, que finalmente algo iba a salirme bien, que la mierda había quedado atrás.
Ahora quiero salir y no sé cómo.
Y entonces el dolor, entonces pasarla como el culo, entonces el hielo que te quema por dentro.
Entonces ver cosas que no querías ver, entonces hacerte una película, entonces sufrir.
Entonces las emociones incontrolables de un corazón inexistente, entonces el aguijonazo de la tristeza y el frío.
Entonces la sensación de ahogo, los ojos como platos y el corazón desbocado.

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