8.12.22

En la cancha se ven los pingos

 

“¿Y si no ganamos?” 

“Tenés que aprender a tomarte las cosas con calma, yo a vos te conozco”. 

“No, no te pongas así, ojito con la esperanza, que después te estampás contra la pared”.

“Bajale tres cambios a la intensidad”.

 

Frases célebres escuchadas una y otra vez como un loop inexorable de gente que no entiende, ni podrá entender.

De un lado mi desborde ciclotímico estallando a intervalos cada vez más cortos, del otro lado el Comité de Arbitraje de Personas Normales juzgando cada acción y decisión que tome, por pequeña que sea, chequeando con el VAR a ver si me pasé de la raya realmente, o si vale la jugada.

Y en el medio estoy yo, haciendo equilibrio en la fina cornisa en la que vivo 24/7.

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Quién carajo se podrá tomar las cosas con calma, me pregunto yo, ¿no?

Está bien, acá en Ciudad Neurótica la calma no es un concepto que se maneje muy a menudo, pero no me van a decir que no estuvieron nunca en mi lugar.

No me van a decir que nunca los dejó en offside un par de [censurado por mi propio bien]…A mamá escritora con cuentos mal rematados, no.

No se hagan los superados, que acá hemos perdido más de una vez la cabeza por eso-que-ya-sabemos.

 

La diferencia es que yo nunca tuve la cabeza bien puesta sobre los hombros, y que acá la palabra que representa eso-que-ya-sabemos está proscrita, es mala palabra.

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“Se busca: la cordura de Malena.

Vista por última vez en 1994, a minutos de su nacimiento”.

 

No tengo recompensa que ofrecer para recuperar lo que perdí antes de saber lo valioso que era, ni tengo solución para el nudo gordiano que armé para vivir sin ella, donde existo sin principio, final, ni norte.

El nudo es mi propio ser, que une simbólico, imaginario, real, y otras yerbas.

El nudo soy yo.

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Y acá estoy, anudando palabras, escribiendo una vez más las incoherencias que me salen de la cabeza como si alguien fuese a leerme con un módico interés a pagar en cuotas, como si mis palabras fuesen moneda de cambio a ofrecer por un pasaje al Mundial de la Normalidad, exorcismo verbal de una locura vieja como el tiempo y de la que ya sos campeona.

Como si, como si, como si, la vida en un eterno “como si” mientras pasa el tiempo y yo no hago realmente nada con todo lo que tengo.

Resolver pendientes no es hacer.

 

Hacer sería tirarte a la pileta y patear esa pelota porque hacer sería hacerse cargo de lo que te pasa, pero lo veo poco probable, porque ahí abrís la puerta al juego y vos no querés jugar.

Vos querés ganar el partido sin jugarlo, y eso no se puede.

Los pingos se ven en la cancha, pero vos le tenés terror al pasto, aunque sabés que el equipo contrario te está esperando para dar la batalla.

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Porque, a ver…soy loca, pero no como vidrio.

Puedo preguntarme hasta el hartazgo si lo que estoy viendo es real, y también puedo preguntarme qué vendría a constituir el estatuto de lo real en este mundo distópico, caótico, neurótico como yo.

Bueno, neurótico, lo que se dice neurótico, no. Más bien…limítrofe. Pero divago, as usual.

Podría dudar de mis capacidades como narradora de los hechos que me involucran, podría dudar de mi memoria, de la lectura de esos ojos, de lo que dicen por ahí, de las palabras y las tiritas de notificaciones que no se las lleva el viento porque viven capturadas en el instante de una foto digital.

Puedo y podría, pero no vale la pena, porque los hechos son los hechos.

 

Puedo hacerme gaslighting hasta convencerme de que nada de lo que vi es real, y aún así, seguiría siéndolo.

Aunque no lo creyera.


Pero entonces no actuaría y perdería el partido por walk-out, que no sé si no es peor que perderlo habiéndolo jugado honestamente, cuando sabés que el equipo contrario, de nuevo, ya está en su posición.

Aceptaron jugar este partido, lo que debería indicarte más o menos tu posición en este fixture errático de figuras fantasmagóricas.

Estás en la liga, porque si no, no habrían venido a jugar.

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Ajjj, qué metáfora desagradable, forzada, tirada de los pelos en este texto unido solamente por la fe colectiva de mis 45 personalidades, se nota que de fútbol no entiendo un carajo, aunque mi limerencia trastornada y siempre al límite haga que esté temporalmente en modo termo Lumilagro aguante la Scaloneta DALEEEE BOOOO.

De muchas cosas no entiendo, y de otras me hago la que no puedo ni quiero entender, pero entiendo muchísimo más de lo que querría.

Gajes de ser una habitante limítrofe de cornisas emocionales finitas como la línea que me separa del barranco psicótico.

 

La maldición de vivir en la cornisa es que ves las cornisas ajenas, y les gritás sin ningún tipo de utilidad que cuidado, que se van a caer.

No te escuchan, pero vos lo intentás.

La maldición de vivir en la cornisa es que nunca sabés si te vas a caer en un colchón salvavidas, o si te vas a romper el cráneo contra el asfalto.

Ahhh pero bien que siempre querés saltar, maniática.

Ya te gustaría saltar.

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            No estoy yendo a ningún lado en particular con estas líneas erráticas porque con este texto no pretendo ganarme el Nóbel de Literatura, ni ningún premio auspiciado por malvadas corporaciones editoriales. Le sobran emociones, le sobran comas, le sobra fútbol, y le falta hilo conductor.

Mis pingos literarios se verán en otras canchas, esta cancha es solo mía (¿lo es?), y está para ordenarme las ideas, despejarme la bruma mental, y salir de una vez a dar el puto partido en el que solita, solita y por mi propia voluntad, decidí meterme.

Nada de lo que estoy escribiendo tiene sentido porque nada de lo que estoy sintiendo viviendo tiene sentido, y si mi mente no tiene el famoso hilo rojo de la coherencia cósmica y kármica (dhármica no, por favor, eso sí que no), no lo tendrá nada que salga de ella, ni nada que salga de mí, que vendría a ser lo mismo.

Nada de lo que estoy haciendo ni escribiendo se parece a nada de lo que hice ni escribí anteriormente y eso por momentos me tranquiliza, y por momentos me espanta.

 

Porque el equipo contrario tampoco se parece a nada de lo que haya enfrentado jamás.

En ningún sentido.

Tanto es así que perdería el tiempo intentando describirlo, porque como siempre sostuve, lo que escapa a la simbolización es porque sabe que los intentos de simbolizarlo serían no hacerle justicia.

Bue, bancá la mecha, futbolera falsa, poeta de segunda, lacaniana desencajada, limerente y demente que sueña despierta con lo que de noche no puede.

Eso sí estuvo de más, pero lo dejo, porque a los actos fallidos se les pone el pecho.

Podré no hacerme cargo de muchas cosas, pero de las asociaciones libres de mi inconsciente nunca he renegado, y como dicen por ahí, plata y miedo nunca tuve.

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Siento el vértigo en la entrada del estómago, el calor del verano de Buenos Aires, los acordes de una canción que temo reconocer, la ansiedad de unos cuantos millones de argentinos puestos en un lugar…y la mía en otro, aunque creo que a fin de cuentas es casi el mismo.

 

Juegan Argentina – Países Bajos.

Dudo, respiro hondo…y juego yo.