6.5.23

Sísifo en el cadalso

 
    Ahh, el frío.
    El frío interno recorriendo cada arteria, cada vena, hasta el último capilar.
    Parálisis gélida de cada uno de mis músculos preguntándose si será la última vez, a sabiendas de que soy Sísifo en su tortura interminable.
    Volvió el frío.
    O tal vez nunca se fue.
    Porque en esta cornisa soplan vientos helados directos desde los glaciares patagónicos, que atraviesan mi garganta con sus esquirlas de hielo.
    Y en el viento se repiten los acordes de la vieja canción del abandono, el reemplazo, la insuficiencia, y la fiel obediencia.
 
    Vivir en la cornisa implica que se vayan arrojando al vacío partes de vos que nunca vas a ver volver.
    Y el frío envolviéndote cada vez más fuerte, cada vez más adentro.
    Cada vez más frío un corazón cada vez más roto, y a la vez inexorablemente cada vez más insensible.
    No hay lágrimas que expresen el cansancio de vivir, no hay éxito que compense lo que nunca pude alcanzar.
    La cima de la victoria parece llegar y luego se esfuma dejándome nuevamente en la cornisa, a punto de caer.
    Quiero caer.
    Estoy harta de hacer equilibrio.
    Me duelen los dedos de agarrarme a lo poco que me queda, y ya no tengo fuerza en medio del frío que me consume y entumece.
    ¿Cuánto puede aguantar un ser humano? ¿Cuántas horas de dolor, cuántos gramos de desidia, cuántos kilómetros de desamor?
 
    Podría haberme salvado.
    Podrían haberme salvado, y uno tras otro eligieron no hacerlo.
    Eligieron a otra, y yo tengo frío y elijo rendirme.
    Cada quien elige lo que puede, y yo ya no puedo.
    No quiero ni puedo seguir librando esta batalla perdida y demencial contra un destino escrito en piedra y rociado en sangre.
    Basta, ya basta, por piedad ya basta.
    Ya son años huyendo del frío hasta quedar sin aliento.
    Quizás debería dejarme ganar, arrojarme a las gélidas aguas que siempre han esperado consumirme, soltar la cornisa.
    Pero así como no me salvan, tampoco me dejan soltarme.
    Vivo en un limbo impuesto por otros: mi cornisa al final no es mía, es un juicio externo, armado sobre las ruinas de mis posibilidades de triunfar.
    Construyeron para mí un cadalso eterno, me subieron, y me dejaron acá sin verdugo que me ejecute.
    Por favor basta, tengo frío, estoy agotada, y ya no siento nada más que la impaciencia de esperar el final.
    Nótese que ya no pido ni siquiera un acto de amor, ni un gesto de cariño, ni saberme finalmente suficiente y elegida.
    Pido que se termine con mi miseria y tortura.
    Pido algo más que justo, porque bastante se han divertido ya con mi desgracia.
 
    Me han empujado a la locura, para luego condenarme por ella, y encerrarme con sus cadenas redondas tomadas a intervalos regulares.
    Me han prometido amor con palabras bonitas para luego dárselo a otras personas en mis torcidas narices, dejándome con tanto amor sin destinatario pudriéndose acá adentro.
    Me han presionado para cumplir con sus propias varas de la suficiencia, solo para correrlas de mi alcance cuando puedo rozarlas.
    Me han forzado a tratar de ser siempre la mejor, la más inteligente, la más hermosa, la más flaca, la más talentosa, para luego verme reemplazada y empujada a un lado por alguien que no puede ni llegar a mis talones.
    Una vez, dos veces, todas las veces.
    Me han dicho que no soy suficiente, y a la vez que soy demasiado, como si hubiese una justa medida del ser que no estuviese alcanzando o comprendiendo.
    ¿Qué es “ser en la medida justa”? ¿Qué demente inventó este juego de la cordura y la suficiencia?
    No entiendo las reglas, para mí no es divertido: es un juego de la Oca siniestro que conmigo siempre vuelve a comenzar aunque los demás jugadores egresen victoriosos.
    Ya no quiero jugar, porque con cada partida se me hacen nuevas grietas por donde entra el viento frío.
    Y sin embargo sigo acá, cada vez más muerta, pero sin dudas aún viva.
 
    ¿Cuánto tiempo más hasta el descanso? ¿Cuándo llega el alivio y se termina la tortura?
    Si solamente será con el verdugo, pongo mi cuello en la guillotina: ya no hay nada en este mundo para mí.