21.12.19

Belleza superyoica


Thomas Mann dice que la belleza puede atravesarte como el dolor.
Yo agregaría que es la belleza ajena la que puede revolverse como un cuchillo en una llaga. Dudo, realmente, que la propia sea un problema en tiempos de selfies y desesperación por engagement en redes sociales.
Es la belleza ajena la que se te puede clavar como una aguja en una vena y deslizar mierda en tu torrente sanguíneo, la que infecta tu cerebro como una toxina, la droga superyoica que es a la vez el deber de tener esa belleza y la conciencia de jamás alcanzarla.
El mandato de la felicidad, hoy por hoy, es un mandato de belleza.
“Sé bella, o no seas nada.”

Imagínense el daño que puede tener semejante imposición en cualquier psiquis inocente, especialmente de quienes aún están desarrollándola (ejem, niñes, adolescentes, ejem quienes más vulnerables son y más redes consumen).
Ahora imaginen ese daño potenciando por problemas de ansiedad y depresión subyacentes, por síndrome del impostor, por personalidad símil-borderline y perfeccionismo extremo.
Y ahora, agréguenle la destrucción adolescente de la violencia machista simbólica.
Voilá.
That’s me.

Las tres son increíblemente bellas.
No, no sólo fotogénicas: bellas.
Son esa clase de gente que te das vuelta por la calle a mirar con la mandíbula desencajada porque, ¿cómo alguien puede ir por la vida con ese nivel de seguridad, de delicadeza?
¿Cómo alguien puede ser tan linda a las 9 de la mañana en rodete de ballet y a cara lavada? ¿Cómo alguien puede sacarse selfies en tan primerísimo primer plano sin filtro y aún así ser prácticamente un ángel? ¿Cómo alguien puede ser tan linda que traslada ese encanto y esa luz a su arte?
¿Cómo alguien puede, sin siquiera pensarlo, cumplir tan a la perfección el mandato superyoico de la belleza?

Pero la tercera.
Uf.
Es hermosa.
Es tipo HOLY-SHIT-hermosa, con esa belleza sobrecogedora que es a la vez atractiva y demoledora, hipnótica y humillante: querés ser como yo (o estar conmigo, depende) y nunca podrás.
Cara simétrica, el lado izquierdo exactamente igual al derecho. Ese tipo de pelo que cae prolijo, lacio pesado, frizz inexistente, el corte milimétrico, ni medio mechón salido de lugar. Sonrisa brillante y parejita, dientes Colgate de molde, de las que nacen justo en el medio del arco de Cupido de los labios y se extienden hacia ambos lados a la misma distancia y en equilibrio.
Flaca pero lo suficientemente curvilínea, altura promedio. Físico que bastante bien concuerda con lo “hegemónico”.
Inteligente, mucho más que yo, a juzgar por lo que he leído de ella, con buen gusto, admirada, seguidora impoluta del guión progresista de cómo ser popular e indie y no fallar en el intento.
No me sorprende sentirme inferior a semejante mujer.
Tampoco me sorprendería ser juzgada inferior a semejante mujer. Si yo misma me reconozco menos, ¿por qué razón el resto no lo haría?

Quizás no es sororo andar comparándose con otras mujeres, ni es sano psicológicamente. Quizás es tóxico (más allá de que ahora TODO se ha vuelto tóxico, por ende, si todo es tóxico, nada lo es).
            Quizás no obedece al mandato opuesto al de la belleza, que es el mandato de la aceptación, del amor propio. Que, sano como es, sigue siendo un mandato impuesto: amate, tenés que amarte, amate, amateamateAMATE.
Somos personas. Y las personas sienten.
Las personas se comparan y se deprimen, las personas se sienten feas. No siempre las personas se aman a sí mismas, con más frecuencia es lo contrario. Conozco tantos brazos marcados y llenos de cicatrices que atestiguan eso…
Las personas tienen emociones que son socialmente mal vistas, feas o inadecuadas. Las personas indefectiblemente sienten celos, envidia, ira incontrolable, desagrado, miedo, odio.
Las personas se sienten insuficientes.

Yo me siento insuficiente, aunque no sea una novedad. Siento que nunca alcanzo esa vara por la que me cansé hace tiempo de saltar, porque nada de lo que haga, bien o mal, me acerca a ella.
Aparentemente no sólo es tóxico, sino que no está de acuerdo con ser feminista el sentirse insuficiente, el tener inseguridades, el mirarse al espejo y no gustarse.
No es así como funciona.
Ser feminista es entender esos condicionamientos y mandatos, pero no necesariamente hacerlos desaparecer de golpe. Conocer una realidad y entenderla no me permite, automáticamente, cambiarla o eliminarla (¿les suena? ¿Marx, fetichismo de la mercancía, Althusser, ideología?).
Yo puedo entender que depilarse no es más que un mandato patriarcal y aún así no poder dejar de hacerlo, como puedo perfectamente entender que el mandato de la felicidad y de la belleza son imposiciones externas y aún así sentirme mal cuando no estoy feliz todo el tiempo, o verme gorda y fláccida, o querer hacer desaparecer la celulitis y pensar en tratamientos de cosmética, o pensar que no soy atractiva para nadie así como soy.
No me hace menos feminista, me hace humana.
Y como humana me parece bastante más sano admitir que a veces tengo emociones que no son muy alegres, antes que hacer de cuenta que siempre soy una perfecta deconstruida.
            La deconstrucción no quita las emociones, la sensación de insuficiencia, la presión de ser bella, el sentimiento de inferioridad.   Solamente nos hace tomar conciencia de que no son emociones sanas pero…siguen ahí.
            Y, además, sentir que (me) “estoy fallando” a mí misma como feminista implica la idea de un feministómetro propio o ajeno, de una manera “correcta” de transitar el camino feminista.
            De no ser suficientemente feminista.
            Y ya estoy harta de juntar insuficiencias.

            Así que, sí, aunque suponga ser una “mala feminista”, me permito admitir que el mandato patriarcal-capitalista-neoliberal-superyoico de la belleza me cala más hondo de lo que me gustaría.
            Que no puedo dejar de compararme con esas tres bellezas monumentales y sentir que no llego a ese nivel, ni para mi propia percepción, ni para las ajenas.
            Que cualquier cosa que haga quedará corta al lado de lo que hagan quienes me rodean.
            Que hay emociones que no puedo controlar.
            Y que me molesta no ser una belleza encantadora, una inteligencia deslumbrante, un talento inigualable.
            Me duele no ser elegida.
            Me duele ser insuficiente.