No puedo salir de mi cabeza. Es como una
celda acolchada con camisa de fuerza, cuatro paredes que enloquecerían a
cualquiera y vaya si me están enloqueciendo a mí. Cuatro paredes donde mis
demonios bailan hasta el amanecer en círculos, donde hay ausencias que pesan y
presencias ligeras, donde la oscuridad es perenne como un invierno narniano.
Donde quien manda no soy yo, y el rey que elegí se ríe de mí con el descaro de
saber que es el elegido.
Claro, que él es el elegido.
Y yo no.
Porque el tiempo parece ser un círculo
perverso y volvemos siempre a lo mismo. Tantas veces lo escuché que ya se hizo
mantra en la celda acolchada y es el ritmo que conduce la danza demoníaca.
No sos suficiente.
Nunca fuiste suficiente.
Nunca serás suficiente.
Creo que todos mis problemas se reducen
a eso. A no ser suficiente nunca, a tener una vara altísima que no puedo
alcanzar y que, irónicamente, yo no puse ahí. ¿Quién me puso la vara tan alta? ¿Cómo
la saco? ¿Por qué tengo que seguir saltando como poseída para intentar alcanzar
un nivel descabellado que no me garantiza nada, porque cuando llego se abre
otro límite y así hasta el hartazgo?
No lo entiendo, es confuso, es agotador,
y por sobre todas las cosas, ya no lo quiero. Ya hablamos de bailar como
poseída mientras otro es maestro de orquesta. Bueno, esto es igual, pero con un
componente de toxicidad asqueroso, pútrido, morboso.
Un comando incorpóreo que te dice que
tenés que llegar, un imperativo categórico propio que te lleva a bailar
desquiciada intentando alcanzar el límite sólo para descubrir que no lo estás
alcanzando nunca.
¿No suena un poco como el mecanismo del
deseo? ¿No tendrá que ver con eso? Perseguir algo inalcanzable para luego
llegar y darte cuenta que no, eso no es, que es otra cosa que está más allá y
así sucesivamente buscás y buscás y no encontrás, mientras acumulás llegadas y
triunfos que no podés disfrutar siquiera por un segundo.
La perversión del mecanismo del deseo
llegó a definir mi suficiencia.
El tema es que parece que la definió un
mecanismo del deseo ajeno.
¿Qué es ser suficiente, además?
¿Quién define el standard de
suficiencia? ¿Quién se arroga la capacidad, quién osa erigirse en juez de lo
que deben ser los demás? ¿Cómo se te ocurre que podés decirle a alguien que no
es suficiente? ¿Quién carajo te creés que sos para decir eso?
Jamás le diría a alguien que no es
suficiente y, sin embargo, me lo viven diciendo a mí.
De vuelta, ¿qué es ser suficiente?
¿Qué necesita el mundo para verme como
suficiente, por favor? ¿Qué tengo que hacer para parar este frenesí infernal de
la yuta suficiencia? ¿Qué? ¿Qué más?
Es que me miro y, objetivamente y sin
ánimos de ser soberbia, no lo entiendo. Soy medianamente bonita en términos hegemónicos,
y no te digo que tenga un lomo de infarto pero me defiendo en mi metro
cincuenta y ocho de semi-hegemonía. Me considero una persona notablemente inteligente, que puede hablar de muchas cosas. Ponele que interesante,
ciertamente amena. Tengo talentos variados aunque no descolle en ninguno:
bailo, canto, actúo, escribo, analizo cosas. Bruja en formación. Soy muy fiel
(me atrevería a decir que demasiado), soy cariñosa. Puedo ser graciosa,
irónica, divertida. Soy perseverante, organizada. Una persona casi completa.
Quizás ahí está el problema: soy
medianamente, semi-hegemónica, notablemente, ponele que, no descollante, en
formación, casi. Mediocre. Y la gente quiere perfección absoluta, aún sin verse
al espejo y ver que no se acercan a una perfección que, además, no existe.
Y bueno, después tenés el temita de los defectos. Que soy una psiquiátrica de
mierda, una intensa sin remedio, una ansiosa, una rara, una no heteronormada y
encima no asumida. Una pobre enamoradiza. Una pesada, una ignorante, una
mediocre.
Una suicida.
¿Es que la mancha no se borra nunca? ¿No
me van a dejar nunca en paz con eso? A mucha honra, tuve más ovarios que muchos
de ustedes que si miran a la Parca a los ojos se mean encima.
Pero hasta para la Parca no fui
suficiente y me dejó tirada en este mundo de mierda sin saber a dónde ir.
De nuevo, ¿quién carajo se arroga el
derecho de apuntar con un dedo acusador y juzgar la suficiencia ajena?
Quizás un lector desprevenido podría
decirme, sin mucha dificultad, que el problema es mío por escuchar voces ajenas
y darles crédito. Dale, no las escuches, sé libre, paz y amor hermana.
Sí, claro, querido lector. Dejame que te
cuente.
Sí, las voces de la suficiencia quizás
sean siempre ajenas. Pero las terminás haciendo carne, hueso, sangre, impulso
eléctrico propio. Se mezclan con tu voz propia para encarnar una corporeidad
fantasmal que te impulsa a correr, saltar, volar incluso para llegar. Y
enterarte, una vez que apoyás los pies en ese techo, que ahora es un suelo y
otro techo te espera. Y el juego de la oca vuelve a empezar.
No es fácil cuando incorporás las voces
de la suficiencia.
¿Y quiénes son las voces de la mía?
Bueno, en un principio quizás eran voces
más familiares de lo que uno querría admitir. Pero las entendés y las apartás
gentilmente.
Luego, las voces del amor violento e
iracundo del que sobrevive un recuerdo reprimido por seguridad y que en algún
momento tendré que vomitar. Pero no es momento ahora.
Cuando las borraste, las voces del amor
borreguil con su trino casi celestial, que le hubiesen hecho creer a cualquiera
que la tragedia se había terminado. Y oh no, cómo me equivoqué: la danza recién
acababa de empezar.
¿Y ahora? ¿Qué sonido fantasmal lleva
adelante el coro de alimañas?
Dije al principio que el rey se sienta
en el trono con la convicción de ser el elegido y la perversidad de reírse de
mí sabiendo que yo no lo soy ni lo seré. Es cómodo ocupar tronos ajenos cuando
te lo dejan servido en bandeja y eso hice yo. Servirle el lugar en bandeja,
entregarle eso. Entregarle, entregarME.
Volvemos siempre a lo mismo, es mi
eterno problema de endiosar mortales en pedestales de mármol.
Pedestales griegos.
Sí, ni siquiera tengo que decirlo. Ya lo
dije todo.
La metáfora griega surgió como una
casualidad y fue escalando posiciones porque me doy cuenta que no fue una
casualidad en absoluto. Algo en mi cerebro dormido entendió que era perfecta la
analogía y que, si no la veía en toda su profundidad, lo haría en algún
momento. Y que encima conectaba con la analogía que se refería a mí.
Pues bien, el momento llegó.
Resulta que el mito de Adonis lo
comparten varias religiones, pero vamos con la griega que nos ofrece mayores
dimensiones de análisis. Muchas son las versiones, pero todas concuerdan en que
Adonis era un joven de increíble belleza (ja)
y que, por eso, la diosa Afrodita quedó prácticamente hechizada por él (doble ja), por lo que lo encerró en un
cofre y se lo dio a Perséfone (a.k.a, la esposa de Hades y por ende la mujer
del señor del mismísimo inframundo, tomen nota) para que lo cuidara. Cero
psiquiátrica, Afrodita, muy sereno lo tuyo, secuestrar a alguien. El problema
fue que Perséfone también se encaprichó con el señorito y empezaron una guerra
resuelta por Zeus de una manera un poco salomónica: cuatro meses con Afrodita,
cuatro con Perséfone, cuatro con quien quieras. Algunas versiones resaltan,
cosa que me resulta curiosa, que Adonis prefería a Afrodita y elegía pasar con
ella los cuatro meses libres (ah, pero no se liberaba de Perséfone tampoco…). Y
además, Perséfone estaba casada y, ¿no se supone que ella y Hades son como la
pareja ejemplo del panteón griego? ¿Qué onda, chicos? ¿Poliamor o adulterio,
amor libre o cuernos conscientes?
Las cosas no terminan bien para el pobre
Adonis, que parece que muere a manos de un jabalí. Qué poco poético, le
auguraba un final mejor. Háganlo semidiós, al menos, no sé, Afrodita hacé algo.
Afrodita hacé algo.
Afrodita.
Quienes hayan cursado algo de actuación
de método Strasberg habrán cruzado las subpersonalidades, derivadas de los
arquetipos de Jung, que vendrían a ser las energías de diferentes calibres que
tenemos adentro y que podemos utilizar para componer personajes o despertar
emociones. Suena a falopa cósmica pero funciona.
A nadie le sorprenderá que, en el caso femenino,
la energía sensual/sexual/amorosa sea la Afrodita (en los hombres es Don Juan,
podría haber sido Adonis y no me arruinaban la metáfora helénica eh).
Bueno, siempre tuve muy presente a la
Afrodita, sobre todo cuando bailo. No me resulta difícil el jazz seductor,
Fosse, Chicago. Hay algo ahí casi natural (no, esencial no, ya estamos de
acuerdo en que la esencia es una mentira idealista y platónica). El problema
es, como lo puse en claro en todos los textos anteriores, la Afrodita de la
vida real. ¿Podés seducir en la vida real? ¿Podés generar atracción, ser objeto
de deseo?
No.
Falsa Afrodita y nunca femme fatale,
nunca objeto de deseo. Fantasma de Afrodita, quizás.
Llegado a este punto tenemos a los
personajes de la metáfora bien claros. Adonis, con su belleza hipnótica según
parece, Afrodita que no se da cuenta que es una diosa y que todo este quilombo
sexo-afectivo es un poco mortal para ella, Perséfone, una acumuladora que
encima que tiene un marido re cool y re tanático le quiere escupir el asado a
Afrodita.
Problema número uno, yo no soy ni seré
Afrodita. Y si yo soy una falsa Afrodita, una diosa de cartón pintado,
significa que hay una verdadera Afrodita que es la que se va a quedar con todo.
Problema número dos, hay una Perséfone
(o varias). Y oh sorpresa, es una relación y lucha con la muerte, otra vez. La
señora del inframundo. La Parca. Hola amiga, nos encontramos de nuevo.
Problema número tres, largá la falopa
helénica que la primera que lo nombró Adonis fuiste vos.
¿Qué hago con esto?
Mi parte bruja me mira desconcertada.
Adonis nunca estuvo en mis planes pero ella sabía que se venía la noche (pero
ese es tema de otro capítulo, muy interesante por cierto). Y capaz que yo no
escuché lo suficiente a mi intuición.
Una intuición que te advertía que
estabas, otra vez, llevando al pedestal de mármol un ideal. Curiosamente, con
una metáfora bastante precisa, incluso en la parte de la vanidad de Adonis (y
sí chabón, hacete cargo, el límite del amor propio y la vanidad es una línea
muy difusa, sos de los que se saben lindos y lo aprovechan, y encima yo no
colaboro porque te lo resalto todo el tiempo).
Siendo una falsa Afrodita, tengo varias
opciones. Puedo hacerme a un lado y entender que toda esta perfección griega no
es para mí, que nunca me van a elevar en un pedestal de mármol, que ni
rituales, ni rosas, ni vestido blanco. El vestido blanco, ¿te acordás cuando le
pediste al borrego rosas y vestido blanco? Ridícula, rogando de rodillas. Triste
y ridícula, sin rosas ni vestido blanco ni corazón ni salud mental. Llena de
cicatrices, llena de químicos, llena de muerte. Llena de vacío.
Puedo también devanarme los sesos
intentando bajar a Adonis del pedestal (buena suerte con eso). Puedo enemistarme
a muerte con mi idea espectral de Perséfone y volver a las luchas tanáticas que
tan conocidas me resultan. Puedo invocar a Zeus para lograr un acuerdo salomónico
que no podría dejar a nadie satisfecho. Podría hacer todo eso, incluso podría
no hacer nada.
O podría hacerme cargo de lo que soy, lo
que no soy y lo que quiero ser, e intentar hacer de mí una verdadera Afrodita,
una Afrodita que se ponga las pilas y comprenda que la diosa del amor y la
belleza es ella y que por eso puede manejar los hilos a su antojo.
Aunque no sé cómo hacer eso.
El punto es, volviendo a la suficiencia,
que todo significa una lucha.
Male 2017 tenía un razonamiento bastante
interesante…y bastante psiquiátrico: yo ya no lucho por la supervivencia, lucho
por la suficiencia, y si muero en el camino, si en el camino dejo la vida,
habré muerto con la gloria de intentar ser la mejor.
Uf, no. Por favor no. Perséfone es otra,
dejá que ella se lleve lo tanático. La muerte y vos mejor que queden separadas.
Male 2018 la verdad es que no pensaba.
Pensaban la risperidona y el valproato de magnesio y eso le parecía suficiente.
Hasta esa noche (¿era veintidós, otra
vez esa fecha?)
Ahí nació otra cosa. Ahí me vi de vuelta
traída a una lucha que no pensaba poder lidiar y, sin embargo, acá me tienen.
Male 2019, la que quiere ganar y no puede, la que se enfrenta a todo el panteón
griego con tal de obtener media caricia y quizás una canción.
Y, como en el mecanismo perverso del
deseo, obtuviste más de una caricia y bastantes canciones. El tema es…el
mecanismo mismo. El movimiento de los engranajes libidinales que nos llevan más
allá, a desear más, más, más. Como una droga, más, más, más. Como el peligro,
más, más, más. Como la música, más, más, más.
Deseo tuyo, deseo ajeno, suficiencia,
Adonis, Afrodita, Perséfone, la Parca, droga, peligro, música, danza demoníaca.
Quién sabe qué cosa pueda llegar a salir de ese mix.
Nada bueno, eso seguro.
Es una carrera por la suficiencia, y
tengo que llegar yo y no tiene que llegar nadie más, tengo que correr, tengo que
llegar. Veo la meta, ahí está, y corro, galopo, salto, vuelo desesperada, pero
la línea de llegada parece correrse ante mis ojos.
Y no entiendo que quizás hay gente que
ya estaba en la línea de llegada cuando yo empecé a correr. Algunos nacen con
la ventaja de ser suficientes, de ser elegibles, de ser perfectos. Algunas ya
nacen Afroditas.
No me cayó eso en suerte. Nunca me van a
decir que sí.
Bailan los demonios, bailan las
ausencias, baila medio panteón griego ante mis ojos desorbitados.
Bailan todos, menos vos y yo.
Eso me debería dar una pauta.
¿Bailarías, Adonis?
¿Con quién?
¿Cuál es el precio?
¿Cuál es la vara de tu suficiencia?