Thomas Mann dice que la belleza puede atravesarte
como el dolor.
Yo agregaría que es la belleza ajena la
que puede revolverse como un cuchillo en una llaga. Dudo, realmente, que la
propia sea un problema en tiempos de selfies y desesperación por engagement
en redes sociales.
Es la belleza ajena la que se te puede
clavar como una aguja en una vena y deslizar mierda en tu torrente sanguíneo,
la que infecta tu cerebro como una toxina, la droga superyoica que es a la vez
el deber de tener esa belleza y la conciencia de jamás alcanzarla.
El mandato de la felicidad, hoy por hoy, es
un mandato de belleza.
“Sé bella, o no seas nada.”
Imagínense el daño que puede tener semejante
imposición en cualquier psiquis inocente, especialmente de quienes aún están
desarrollándola (ejem, niñes, adolescentes, ejem quienes más vulnerables son y
más redes consumen).
Ahora imaginen ese daño potenciando por problemas
de ansiedad y depresión subyacentes, por síndrome del impostor, por personalidad
símil-borderline y perfeccionismo extremo.
Y ahora, agréguenle la destrucción
adolescente de la violencia machista simbólica.
Voilá.
That’s me.
Las tres son increíblemente bellas.
No, no sólo fotogénicas: bellas.
Son esa clase de gente que te das vuelta
por la calle a mirar con la mandíbula desencajada porque, ¿cómo alguien puede
ir por la vida con ese nivel de seguridad, de delicadeza?
¿Cómo alguien puede ser tan linda a las 9
de la mañana en rodete de ballet y a cara lavada? ¿Cómo alguien puede sacarse selfies
en tan primerísimo primer plano sin filtro y aún así ser prácticamente un ángel?
¿Cómo alguien puede ser tan linda que traslada ese encanto y esa luz a su arte?
¿Cómo alguien puede, sin siquiera pensarlo,
cumplir tan a la perfección el mandato superyoico de la belleza?
Pero la tercera.
Uf.
Es hermosa.
Es tipo HOLY-SHIT-hermosa, con esa
belleza sobrecogedora que es a la vez atractiva y demoledora, hipnótica y
humillante: querés ser como yo (o estar conmigo, depende) y nunca podrás.
Cara simétrica, el lado izquierdo exactamente
igual al derecho. Ese tipo de pelo que cae prolijo, lacio pesado, frizz inexistente,
el corte milimétrico, ni medio mechón salido de lugar. Sonrisa brillante y parejita,
dientes Colgate de molde, de las que nacen justo en el medio del arco de Cupido
de los labios y se extienden hacia ambos lados a la misma distancia y en
equilibrio.
Flaca pero lo suficientemente curvilínea, altura
promedio. Físico que bastante bien concuerda con lo “hegemónico”.
Inteligente, mucho más que yo, a juzgar
por lo que he leído de ella, con buen gusto, admirada, seguidora impoluta del guión
progresista de cómo ser popular e indie y no fallar en el intento.
No me sorprende sentirme inferior a
semejante mujer.
Tampoco me sorprendería ser juzgada
inferior a semejante mujer. Si yo misma me reconozco menos, ¿por qué razón el
resto no lo haría?
Quizás no es sororo andar comparándose con
otras mujeres, ni es sano psicológicamente. Quizás es tóxico (más allá de
que ahora TODO se ha vuelto tóxico, por ende, si todo es tóxico, nada lo es).
Quizás no obedece al mandato opuesto al de la belleza, que es el mandato de la aceptación, del amor propio. Que, sano como es, sigue siendo un mandato impuesto: amate, tenés que amarte, amate, amateamateAMATE.
Quizás no obedece al mandato opuesto al de la belleza, que es el mandato de la aceptación, del amor propio. Que, sano como es, sigue siendo un mandato impuesto: amate, tenés que amarte, amate, amateamateAMATE.
Somos personas. Y las personas sienten.
Las personas se comparan y se deprimen,
las personas se sienten feas. No siempre las personas se aman a sí mismas, con
más frecuencia es lo contrario. Conozco tantos brazos marcados y llenos de
cicatrices que atestiguan eso…
Las personas tienen emociones que son socialmente
mal vistas, feas o inadecuadas. Las personas indefectiblemente sienten celos,
envidia, ira incontrolable, desagrado, miedo, odio.
Las personas se sienten insuficientes.
Yo me siento insuficiente, aunque no sea
una novedad. Siento que nunca alcanzo esa vara por la que me cansé hace tiempo
de saltar, porque nada de lo que haga, bien o mal, me acerca a ella.
Aparentemente no sólo es tóxico, sino que
no está de acuerdo con ser feminista el sentirse insuficiente, el tener inseguridades,
el mirarse al espejo y no gustarse.
No es así como funciona.
Ser feminista es entender esos condicionamientos
y mandatos, pero no necesariamente hacerlos desaparecer de golpe. Conocer
una realidad y entenderla no me permite, automáticamente, cambiarla o
eliminarla (¿les suena? ¿Marx, fetichismo de la mercancía, Althusser, ideología?).
Yo puedo entender que depilarse no es más
que un mandato patriarcal y aún así no poder dejar de hacerlo, como puedo perfectamente
entender que el mandato de la felicidad y de la belleza son imposiciones externas
y aún así sentirme mal cuando no estoy feliz todo el tiempo, o verme gorda y fláccida,
o querer hacer desaparecer la celulitis y pensar en tratamientos de cosmética,
o pensar que no soy atractiva para nadie así como soy.
No me hace menos feminista, me hace
humana.
Y como humana me parece bastante más sano
admitir que a veces tengo emociones que no son muy alegres, antes que hacer de
cuenta que siempre soy una perfecta deconstruida.
La deconstrucción no quita las
emociones, la sensación de insuficiencia, la presión de ser bella, el sentimiento
de inferioridad. Solamente nos hace tomar
conciencia de que no son emociones sanas pero…siguen ahí.
Y, además, sentir que (me) “estoy
fallando” a mí misma como feminista implica la idea de un feministómetro propio
o ajeno, de una manera “correcta” de transitar el camino feminista.
De no ser suficientemente feminista.
Y ya estoy harta de juntar
insuficiencias.
Así que, sí, aunque suponga ser una “mala
feminista”, me permito admitir que el mandato patriarcal-capitalista-neoliberal-superyoico
de la belleza me cala más hondo de lo que me gustaría.
Que no puedo dejar de compararme con
esas tres bellezas monumentales y sentir que no llego a ese nivel, ni para mi
propia percepción, ni para las ajenas.
Que cualquier cosa que haga quedará
corta al lado de lo que hagan quienes me rodean.
Que hay emociones que no puedo
controlar.
Y que me molesta no ser una belleza encantadora,
una inteligencia deslumbrante, un talento inigualable.
Me duele no ser elegida.
Me duele ser insuficiente.
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