Y lo hiciste otra vez. Felicitaciones.
Mitad Afrodita, mitad inocente, nunca la
femme fatale que te gustaría ser. Presa de una pseudosensualidad que no es más
que una cáscara. Una mentira. Felicitaciones.
Oh sí, lo lograste otra vez. Creer algo
posible y reventarte la cabeza contra la pared, digo. Estabas tan bien y lo
tenías que arruinar. Felicitaciones, idiota.
Hacía un año que no escribías, que no
tenías esa clase de contacto, que te negabas a cualquier cosa que fuese
conectar con alguien nuevo, que tenías un agujero negro en lugar de corazón.
Pues claro, hace un año que, hace un año que, hace un año que.
Hace un año que no sos otra cosa que la
mujer de hojalata, incapaz de sentir nada profundo, incapaz de tener una sola
esperanza, incapaz de entender. Salida del mismísimo infierno para descubrir
que tu apatía era otro círculo dantesco más.
¿Cómo hacer latir un corazón
inexistente? ¿Cómo devolver a la vida a alguien que siente que hace un año que
está muerta, que vive de prestado, que no debería estar acá? ¿Cómo puede
alguien convencerte de que tu permanencia en este plano no es más que un
terrible error? Bueno, de la manera en que lo intentaste no, claro que no.
“Sos una mina herida”. Touchée, señor
pianista. A todas luces esta es una mina herida. Y no sabés hasta qué punto.
Y lo peor es que de verdad pensaste que
podía pasar, que salir del infierno era más que posible. Ay mi vida, qué ilusa
que sos. En el fondo sos la misma nena de quince años que seguía creyendo que
la salvación estaba ahí afuera. Y no. ¿La verdad? No.
Y es que, ¿cómo podría pasar? ¿De verdad
pensaste que ibas a salir indemne de todo esto? ¿Me querés explicar qué carajo
estás haciendo? Qué juego peligroso, qué gran gusto por el peligro que tenés.
No aprendés nunca.
Te gusta contemplar el fondo de los
abismos desde el borde más finito. Tenés una especialidad para adentrarte en
las situaciones más siniestras y clavarte todas las espinas del rosal. Y mirás
la sangre temblando y pensás que quizás eso es estar viva. Y no. Eso tampoco
es.
Cómo te gusta eh. Desear lo imposible.
Soñar con lo más alto y caer al pozo otra vez. Como que tiene un regusto de
tragedia griega, ¿no? Y siempre quisiste ser una mártir, una trágica
consecuencia, una frágil fatalidad. Y no hay fatalidad ni tragedia, solo martirio
y sin la fama.
Lo que me mata es que no aprendiste
nada, que seguís cometiendo los mismos errores una y otra vez esperando que en
algún momento las variables contextuales jueguen a tu favor. Y no. Sabés que
no. ¿Lo sabés?
Es que lo mirás y en el fondo sabés que
no. Que no y no y no. Y tu Pepe Grillo interno te implora a gritos que cuides
esos rescoldos de corazón que te quedan. Pero vos no aprendés, nunca aprendés,
qué vas a aprender.
Pero lo mirás y no te importa que no.
Nunca te derrotaron las batallas perdidas y siempre te gustaron los desafíos.
Ah, la mártir jugando a ser la heroína. Adalid de todas y cada una de las
batallas perdidas y se te presenta esta contienda que no podés rechazar.
Porque, ¿quién podría decirle que no? Vos no, eso seguro.
Y lo mirás y se te derrite la poca
femineidad que tenés en ese cuerpo lleno de cicatrices y vacío de todo
erotismo. Sos la cúspide del oxímoron, una Afrodita frustrada, la diosa de la
contradicción que se pasea desnuda pero nadie la puede tocar. ¿Nadie? Bueno,
casi nadie. Ya sabemos que alguien pudo.
Dos personas. Una, el artífice de tu
desgracia, el irrespetuoso borrego que destrozó todo lo que tenías en estima,
el que pensaste que era y después te mostró el lado oscuro de la luna. Y no
fue. Otra…bueno, qué decir si no sabés. Tampoco entendés muy bien por qué. Sólo
que pasó. Ni vos te entendés a vos misma, ni vos sabés explicar qué te pasa por
la cabeza (y por el cuerpo menos). Y como corazón aparentemente no tenés, eso
no es un problema. O sí.
Pero la primera ya es un fuego apagado
hace mucho tiempo del que no queda nada. Y qué va a quedar, si se llevó tu
corazón con él y se ocupó de que no lo recuperes nunca. Qué va a quedar si vos
misma oficiaste el funeral de ese pasado que ya no iba a volver. Y qué bien que
hiciste: eso sí lo hiciste bien. No tenías alternativa. Era el funeral de ese
pasado o el tuyo propio.
Y la segunda…basta. Sin palabras para tu
actitud de nena caprichosa, nena que no sos hace tiempo. Ya habíamos hablado de
tu intensidad y habíamos dicho que no más. Dejá la intensidad en el escenario
que ahí sirve. Confundís la interpretación con la realidad y la vida no es una
obra de teatro. Basta.
Sabés que no y vos insistís porque sos
terca como mula (y algo de mula tenés). ¿De verdad pensás que semejante
oportunidad se te presentaría fácil? ¿Creíste, ilusa como siempre, que podrías
lograr lo que no lograste nunca? Qué disparo desesperado a un blanco que está
fuera de tu alcance.
La femme fatale que no serás nunca y el
objeto de deseo que se te escapa de los dedos. ¿Deseo? ¿Dijiste deseo, vos? Qué
confuso. Qué irónico. Y no te pongas lacaniana que todos sabemos que sos un
sujeto barrado y bla. A nadie le interesan tus excusas de por qué sos como sos
y de qué te pasa por la cabeza. A nadie le importa, nadie te lee, escribís para
una tribuna inexistente. Pero ey, al menos escribís.
Porque claro, compraste un pacto de
mierda que entrega tu estabilidad a cambio de escribir unas pocas líneas cliché
sobre cosas que a nadie le importan. Volvé a la cueva, lagarto. Volvé a tu
cueva, ogro. Volvé a la cueva de la que no deberías haber salido nunca, ogro
vestido de fémina. Mentira, disfraz, falsa Afrodita y nunca objeto de deseo.
No serás nunca su objeto de deseo. Hora
de afrontar eso. De él ni de nadie. ¿Quién podría desear a alguien así? Me
encanta. Dos emojis y vos ya pensás que eso es indicador de deseo. Ay nena, sos
comunicadora, un poco más de sentido, algo de criterio, te falló la científica
social para analizar estas conclusiones. Mucha filosofía y poca práctica.
Llanto sin lágrimas y deseo sin
erotismo, ¿de qué carajo estamos hablando? Te atraviesan cosas que desconocés y
que nunca aprendiste a manejar, que habías bloqueado por completo, que habías
descartado por imposibles. Y acá estamos, hablando de deseo como si fueses
normal y el deseo fuese cotidiano. Spoiler alert: para vos no lo es. Oh no,
para vos no lo es.
Mambos incurables y vueltas aparte,
estás manejando mal las cosas porque, si suponemos que es posible que alguien
te tenga en estima como objeto de deseo y no es quien vos deseás, la estás
jugando mal. Para otro, no para vos, si vos sos inmune porque corazón no tenés
y tu maquinaria del deseo no anda. O sí, pero no con todos. Pero la estás
jugando mal. Aparte de ogro, mala gente. En serio, volvé a tu cueva.
Y en el fondo te entiendo porque es
frustrante que los finales felices se vean truncados siempre, que el deseo sea
una energía incontrolable solamente cuando te tocan cierta fibra, que las
puertas se te cierren en la cara y que siempre te tengas que conformar con la
segunda opción. Lo sé. Pero vas a tener que aprender a afrontarlo porque es lo
que te tocó. Afrodita sin cuerpo, sin deseo, sin nada. Serías la diosa de la
nada misma si pudieses ser una diosa, pero tampoco, porque no sos nada. Sos la
nada. La horrible nada.
Así que sí, felicitaciones, lo hiciste
otra vez. Volviste a pensar que era posible, ay de vos y de tus malas
decisiones, ay de vos y de tus elecciones imposibles, ay de vos y de ir a
fijarte siempre en lo que no podés tener. Porque no, no lo podés tener.
Yo que vos me acostumbro al calor porque
del infierno no salís más. Porque quieras o no pertenecés al infierno más
profundo…
Monstruo.
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