Llegando cuando
todos se retiran
Espiando cuando la acción terminó
Juntando flores cuando ya están marchitas
Blasfemando cuando una te salió
Espiando cuando la acción terminó
Juntando flores cuando ya están marchitas
Blasfemando cuando una te salió
Ades
tiempo-Bersuit
El destiempo es la peor de las ironías.
El solo pensar que en otro tiempo las cosas podrían haber sido diferentes le
destruye la psiquis a cualquiera. Otro momento, un simple cambio de día, quizás
otra palabra… ¿Y si hubieses mandado ese mensaje? ¿Y si se lo hubieras dicho
antes? ¿Y si hubiese funcionado?
¿Y si mis sueños tenían razón? ¿Desperdicié
mi disparo, gasté la única flecha que tenía? ¿Y si no fuese tan cobarde, tan
orgullosa, tan tonta? ¿Qué pasaría si volviera el tiempo atrás, si hablara, si
gritara, si peleara, si no lo dejara pasar? ¿Y si me hubiese perdido de algo?
No hay respuestas. Tarde o temprano
aprendés que pretender respuestas es lo más infantil que hay. Madurar es
convivir con la duda, con la falla del sujeto, con la imperfección. Madurar es
dejar de preguntarse “¿por qué a mí?” porque… ¿por qué no? ¿Qué te hace
especial para que no sufras?
Madurar es dejar la autocompasión de
lado y hacerte cargo de lo que te tocó en suerte sin hacer tanto bardo. Eso no
quiere decir que no duela. Sólo quiere decir que entendés que el silencio
siempre ha sido una respuesta, que el que te quiere te busca, y que si hay un
límite lo tenés que respetar.
No, no se te va la vida. Sí, hay vida
después de las rupturas. Hola, soy el vivo testimonio de ello. Puede que nunca
vuelvas a ser la misma persona pero se sobrevive hasta a que te hayan pedido
matrimonio y después te hayan abandonado (ah sí, eso pasó, pero lo dejo para
otro texto).
Porque creo que ése es el punto. No sos
la misma persona. No es que seas la misma persona a lo largo de tu vida, pero
ese cambio es tan drástico, tan brusco, que el cambio parece construcción
cuando en realidad es un derrumbe.
El derrumbe de lo que creías cierto, el
derrumbe de una forma de experimentar el mundo que se vuelve arcaica e
imposible de mantener. El derrumbe de tus emociones, tus sueños, tus proyectos.
¿Y el renacer? ¿Dónde está?
No siento. Me ahogo y no siento porque
me ahogo con lo que no está. Me duele y, sin embargo, no siento. No me eligen y
ya no siento dolor, porque ya no siento.
Me dejan y ya no me interesa y sigo caminando casi indemne, sin que nada me
haga mella. Y si eligen a otra persona me encojo de hombros y miro para otro
lado, cuando en otro momento era causal de la más profunda desesperación. Me
pisotean los límites y no me duele, me lleno de una rabia sorda que me bloquea
un par de días, me nubla la mente y se va. Y el remordimiento ya no está.
Porque ya no siento. No hay dolor, no
hay llanto, no hay casi frustración, es todo parte de la misma masa amorfa y
reprimida que no puedo dejar de sentir como ajena. Mis sentimientos no eran así.
Había intensidad, explosiones de colores, sonido, movimiento, incluso hasta
aromas. Y ahora…la realidad indolora. Oh, qué gran beneficio, que sea indolora.
Pues no. Es insípida, insonora, inolora, incolora, inmóvil, una gran llanura
blanca que por más que intento no se deja llenar con nada. Un espacio luminoso
y vacío. Oh, pero hay luz, dirán.
Sí, hay luz.
Pero el vacío es atroz.
¿Cómo mierda se renace desde el vacío?
¿Quién puede osar creerse tan omnipotente como para crear una nueva vida desde
cero?
Destiempo, mi viejo amigo, nos
encontramos de nuevo. Y esta vez es un destiempo contradictorio que está
adentro, no sólo con el resto (ay ay ay ay, Adonis), sino conmigo.
Estoy a destiempo conmigo. Abriendo
puertas cuando en realidad sólo querés enterrar la cabeza como el avestruz que
sos. Cubriendo la falta con actividad, mucha actividad, que no llena el vacío
pero le proyecta sentido. Simbolizando cuando tendrías que callarte y pensar.
Vendiendo la imagen que no te corresponde cuando querés volver a tu cueva de
monstruo. Proyectando la femme fatale que nunca sos y nunca fuiste para engañar
vaya uno a saber a quién, cuando no querés cualquiera, querés uno. Y si no es
uno no es nadie, y si no es eso no es nada, y no me jodan que no quiero, y no
me miren que me desespero, y no me dejen que…bueno, sería me muero, pero ya no
es cierto. La Malena de siempre se moría (literal o simbólicamente, da igual).
Y ahí es el punto de nuevo: no soy la misma, no me encuentro, vivo en una piel
ajena.
Hace tanto tiempo que vivo en piel ajena
que ya perdí el recuerdo de la propia. ¿Quién soy? ¿Qué me define?
Alto ahí: una cosa es preguntarse quién es uno y otra muy diferente qué es uno. Siempre tendí a describirme
con mis actividades, mi profesión, mis hobbies, mis gustos. Y eso no dice quién
sos, dice qué hacés, qué te gusta, en qué ocupás el tiempo. Pero, ¿quién sos?
¿Qué dice quién sos? ¿Hay una esencia
inmutable que delimite mi “malenidad” a través del tiempo?
No. Desde el vamos mi posición
filosófica se opone a ello. Pero mi propia experiencia indica también que no es
así. Pocas cosas que soy se mantienen inmutables. Y aparte, ¿inmutable hasta
qué punto, si todo cambia, si nada es igual? Si no tenés corazón en el pecho,
¿cómo podés decir que seguís siendo vos? Si no sentís, si no llorás, si no
experimentás, si no amás, ¿cómo estás segura de que sos vos?
El DNI sigue diciendo lo mismo. Tengo
las mismas cuentas en redes sociales. Sigo bailando, sigo cantando, sigo
escribiendo, sigo estudiando. Mi cara es parecida, mi pelo es parecido, mi
cuerpo (con unos cuatro kilos menos) es casi igual, tatuajes más, tatuajes
menos. Me miro a los ojos y la mancha amarilla sigue ahí. ¿La mancha de
nacimiento? También. Incluso la cicatriz que nadie puede ver y yo sí, porque
más que grabada en la piel la llevo impregnada en la memoria. Sí, mi cuerpo
parece que es el mismo, mis marcas identitarias que la sociedad dice que son
claves siguen siendo las mismas.
Pero yo no.
Yo no sigo ahí.
Me perdí, no soy yo, no me encuentro.
Quizás, como Alicia, no soy yo todavía,
perdí mi muchosidad, mi “malenidad”. Qué cosa, perder lo que te define, o decir
que lo perdiste, cuando no tenés ni puta idea de qué te define, de quién sos,
cuando no hay una esencia.
Devenir sujeto. Devenir, fluir. ¿Saben
que siempre me frustró esa idea del flujo? Me parecía híper hippie, súper de no
hacerse cargo de que tenés una estructura que te determina, y que bla, ustedes
entienden a qué me refiero. Una posición tomada para relativizar todo in extremis, para no hacerse cargo de
las determinaciones y decir que si “devenías”, si “fluías”, estaba todo piola
porque lo importante es el proceso.
Sí. Y no.
Hay un devenir pero hay una estructura,
y viven en permanente tensión, en contradicción, en dialéctica. El punto es,
¿qué hacer cuando la estructura se cae y el devenir no se frena?
El mundo no se para para que vos te
levantes. Va a seguir corriendo, girando, deviniendo hasta que te incorpores a
su fluir.
Mi estructura está en plena
reconstrucción mientras mi devenir continúa inexorablemente, imposible de
frenar. ¿Cómo quieren que me adapte si no me dan tiempo? ¿Cómo pretenden que no
esté a destiempo si estoy funcionando mientras trato de reconstruir mis
cimientos?
Mi destiempo es una consecuencia directa
de la destrucción de mi estructura y de la continuidad del devenir. En criollo,
de que todo se me hizo mierda y tuve que seguir funcionando igual, de que no
había forma de frenar que la vida seguía aunque yo no estuviera lista.
Al principio la respuesta fue la
ansiedad, luego la cueva, luego la mentira. Finalmente, el click.
Y fue un click externo, curiosamente.
Tanta introspección para que finalmente sea una cara bonita la que te saque del
encierro y te deje en un enredo monumental. Tanto viaje al interior para que
venga éste y me destruya los pocos esquemas que tenía. Amigo, qué mal timing.
Amigo, qué destiempo manejamos. Amigo, pf sí claro…Adonis, debería decir. O ya
no, o sí, o qué se yo, no sé nada.
Devenir sujeto.
Devenir vacío.
Devenir objeto de deseo, objeto deseante
(no, eso no sé si fue ser sujeto
deseante, lo charalaré con la almohada), objeto doliente, Gólem, falsa femme
fatale, y finalmente avestruz otra vez.
Devenir la no elegida. Qué sorpresa.
Querer devenir lo mismo que fuiste pero
no fuiste, para frenar un cambio que ya no podés frenar, para volver a construir
una estructura obsoleta.
El nudo del problema de mi destiempo es
ése: que quiero volver a ser la que era, a mi estructura conocida, cuando el
devenir no sólo no frena sino que me
lleva para otro lado.
Y yo me agarro con fuerza a lo que
conozco, y no lo quiero soltar, y qué me importa si no funciona, y qué me
importa si no me eligen. Esto lo conozco y esto está bien, déjenme en paz.
No quiero gente nueva, no quiero
conocer, no quiero otras experiencias. Elijo A y el devenir me da B, C, D, E, F…Y
a mí qué me importan todas esas si yo quería A, si yo estaba lista para A. Y si
los demás flashan cualquiera conmigo que flashen todos los dragones, yo no
tengo la culpa, dame A, dame A.
Soy una adicta con un mambo de
abstinencia inconmensurable.
Mi droga no es una sustancia, es la
sensación de lo conocido, la fijación de la fantasía, el objeto de deseo
imposible.
Ésa siempre ha sido mi adicción: desear
lo que no puedo tener, insistir con lo que sé que no camina.
Quiero que devenga la estructura y se
estructure el devenir y en el camino me destruyo y me quedo quieta cuando el
mundo se mueve…pero me muevo con la quietud.
Mansa contradicción, amiga.
Devenir adicta.
Devenir contradicción.
Devenir Malena.
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