De entre las pocas cosas que sé ahora,
sé que anoche soñé que me ibas a ver bailar al teatro. Me había olvidado los
vestuarios, el maquillaje, no sabía las coreos ni el orden, pero todo eso era
poco importante: yo esperaba entre las bambalinas, feliz, sabiendo que la iba a
romper con mi sonrisa más brillante aunque tuviera que salir desnuda, sin
maquillar, e improvisar cada paso. Que la iba a romper porque estabas ahí para
verme.
Nunca llegué a salir al escenario, porque
sonó el despertador para recordarme que hay una realidad, y que en esa realidad
hay que laburar. Que en esa realidad no estás, o estás a medias y cuando te
pinte la calentura, o cuando no encuentres a otra putita que responda a vos. En
esta realidad, vengo a ser tu putita de segunda mano.
Pero ahí no se acaba lo cruel. Lo cruel
y lo irónico de la cuestión es que en esta realidad vos nunca me vas a ir a ver
bailar otra vez, nunca vas a verme actuar o cantar si algún día pierdo el miedo
que le tengo. No porque no vaya a volver a bailar, actuar o cantar (de hecho
esas tres cosas cobran sentido ahora más que nunca como lo que me permite
descargar el dolor), sino porque no querés – probablemente- sentir la
obligación de ir. Ojo, está perfecto y todo, pero realmente una se siente
inútil cuando no puede hacer partícipe a la persona más importante de su vida de
las actividades más importantes de su vida, porque para esa persona ya no pasa
por ahí. Y porque le chupa un huevo ser la persona más importante de tu vida.
¿Me voy a convertir en un pedazo de
carne que nada más sirve para un rato, y con el que no se puede hablar o
disfrutar otra clase de entretenimientos? ¿Da lo mismo que estudie ingeniería
nuclear, comunicación, medicina, o teatro musical, si ya no le vas a dar bola a
eso? ¿Qué es lo que importa? ¿Qué es lo que da lo mismo?
Siento que me hundo entre las preguntas
y entre tu silencio gélido. No entiendo absolutamente nada de nada de nada: al
minuto me decís que estás re bohemio, re liberal, y que las ataduras burguesas
de los noviazgos son falsas (???????????) y al otro minuto me abrazás y me
decís que puede ser algo tierno. HOLA, MENSAJES CONTRADICTORIOS, SEÑALES
CONFUSAS. Houston tenemos un problema, y es que realmente te fumaste de la
buena. Al menos si no querés nada, no me abraces como si todavía fueras el
viejo vos, no me mires con ternura, ¡no pretendas ser el viejo vos! No lo sos,
sos alguien raro que me duele mucho, que puede lastimarme y curarme con cinco
minutos de diferencia (porque ese beso no tenía sentimientos pero era todo lo
que necesitaba). Siento como si me hubieran robado un perro y me hubieran
devuelto otro que sólo sabe morderme, pero que después de hacerlo me menea la
cola. Me confundís al límite del llanto, de la exasperación, del ahogo, del
sentir que soy la nada misma.
Compré tiempo con el pacto, y entré en
un juego peligroso. Camino en la cuerda floja, y sé que me voy a caer y no vas
a estar ahí abajo para atajarme, sino que me voy a estampar la dentadura contra
el piso. El peligro es tentador pero aterrador al mismo tiempo. Me consumen el
miedo, la angustia, y el dolor. Aún así acepto, porque no me resigno a perderte
y un ni es mejor que un no cuando lo que sentís es fuerte (aunque no te guste
escucharlo, te jodés, yo ayer escuché cosas terribles).
Me largás en la cara las frases más
crueles como si fuese natural, pero después me mirás como si todavía hubiese
algo. NO LO HAY, dejá de fingir, de mentir, no te importo y está perfecto. Vos
sí me importás, qué irónica es la vida. Quiero arrancarme el corazón y dártelo
para que te lo comas, así no siento más nada de nada, así queda solo el vacío,
un hermoso vacío sin dolor. Quiero callar las voces de mi cabeza y vivir en un
silencio sordo, incoloro, impalpable, indoloro, etéreo. No creo haber sentido
nunca un dolor tan insidioso.
¿Y qué pasa ahora con la “innegable
conexión emocional”? Digo, si la física es la única que te importa, eso no hace
que la otra desaparezca (es más, hasta la admitiste…). ¿Ves que me das señales
muy confusas? ¿Cómo pretendés que no llore si no me das nada seguro? Corrijo:
si no me das NADA.
Yo puse todo lo que soy sobre la mesa,
aún en la conciencia de que no es mucho y de que es siempre lo mismo. Acá me
quedo aunque sea colgando de un hilo, agarrada de un dedo pero con toda la
fuerza que pueda. Si me querés echar, adelante, pero eso no significa que no me
quede vagando por las afueras de tu vida esperando que se me abra una puerta,
una ventana, una claraboya o incluso una chimenea (jo, jo, jo; sos un Grinch y
yo…yo no soy nada). Vos pusiste…pena, lástima, apenas un poco de empatía.
Pusiste hasta el asco que te doy disfrazado de falso interés. Qué amable de tu
parte…
Me siento rechazada, desplazada,
ignorada cruelmente, convertida en una burla de lo que soy porque esa burla es
la única que puede tenerte, o algo así. Al parecer mi persona completa no es
del agrado de Su Majestad. Aj, desde ayer que quiero vomitar, aunque hace un
día completo que no como nada. Capaz lo que quiero vomitar son palabras,
sensaciones, odio y dolor. Sobre todo odio y dolor, tengo tanto de ambos que mi
cuerpo ya no los soporta.
Mi mundo se reduce ahora a mil dudas y
tres convicciones. Las mil dudas me las guardo porque sé que no te vas a dignar
a responderlas, y que encima te vas a indignar porque te pongo en el compromiso
de darme una respuesta. Porque ahora todo es un compromiso, una incómoda
obligación, un problema. Pero bueno, te dejo las tres convicciones, por si te
interesa. Tratá por favor de no hacer que me las cuestione como me cuestiono
todo lo demás, porque no puedo vivir sin certezas, aunque sean tres y acá van:
Una, el dolor es más real de lo que sos
vos, y es la última vez que vas a escucharme/leerme mencionarlo. Pero el dolor
es lo único que de verdad me recuerda que esto pasó, que es la verdad, y que no
se va a desvanecer cuando me despierte como el escenario de mi sueño y como vos
en la platea esperando verme. Es lo que me hace reconocer que esta puta
realidad es mi puta realidad y que la puta soy yo.
Dos, ni todo el dolor del mundo va a
hacer que me vaya. Te quiero en mi vida y a cualquier costo (ya ves cuán
masoquista puedo ser…). Ah, y no pienso darte la oportunidad de anular mi
derecho a aceptar a costa de mi sufrimiento. Esa es MI decisión y MI problema,
no tuyo. Repito que es la última vez que escuchás/leés sobre mi dolor, y que no
necesito que me cuides, más allá de que me encantaría que lo hagas (pero no lo
vas a hacer así que olvidá que lo mencioné siquiera). Y te pido que no insistas
con que busque otra cosa. No quiero otra persona, otra cosa. Si tengo que ser
lastimada, que sea por vos y por nadie más. Las otras heridas serían muy vacías
en comparación…
La tercera convicción es la más
profunda, pero te dije que no la ibas a escuchar/leer hasta que no quisieras
hacerlo. Puede que para vos la palabra sea estúpida, graciosa, ilusa,
chiquilina, asquerosa o lo que sea, pero para mí significa mucho y no vas a
sacarme eso. No te lo permito. Yo denomino mis sentimientos como se me da la
gana. Tengo la “libertad” para eso, ¿no? (¿Te volviste anarquista de repente,
que la libertad es ahora tan importante? Pf, voy a reventar de sarcasmo y de
vómito). Esta tercera convicción sostiene a las otras dos, les da sentido y
motor. No lo voy a decir y me lo guardo, vos sabrás a qué me refiero –sé que lo
sabés, y que hasta te repugna-. Eso sí, quizás llegue el momento en que te
vomite las palabras en la cara porque no aguante más tenerlas adentro,
comiéndome el alma. Y te lo vas a tener que aguantar como yo aguanté palabra
tras palabra tuya, aún sabiendo que me moría, que me caía, que me hundía y te
odiaba tanto como…bueno, eso.
Hasta el día que reviente no vas a
volver a escuchar sobre mis sentimientos, mi rencor o mi dolor. Te prometo ser
un silencio con patas, un pedazo de carne que se guarda lo que siente, una mina
que se cae en un abismo infinito, pero que te abre las puertas (y otras cosas)
con una sonrisa. La puta perfecta, la puta silenciosa, la puta insensible. La
perfecta y tonta puta de tus sueños bohemios.
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