Ocho de marzo y me empiezan, ni bien
llegan las doce, a llover saludos de personas de las cuales he escuchado
comentarios machistas en demasía. Pasa otro día de la mujer en el que se
pretende tapar con flores, bombones, y promociones de tarjetas el dolor, la
violencia y la opresión. Sigue pasando el tiempo, y yo sigo teniendo miedo de
salir a la calle cuando me pongo algo mínimamente “revelador”. ¿Realmente,
feliz día? ¿Les parece?
Yo no quiero flores, bombones ni
regalos. No quiero descuentos en restaurantes y peluquerías ni sorteos de
locales de ropa de marca. No quiero que sigan banalizando y simplificando este
día como banalizan nuestra entera existencia…aunque no me extraña ni un poco el
intento.
Toda la parafernalia de celebrar el
día de la mujer como quien celebra el día de la primavera es una manera
bastante perversa de intentar conformarnos mientras los aspectos claves de
nuestra situación de género siguen exactamente igual que antes, mientras las
ruedas grandes giran, nos condicionan y nos aplastan.
En primer lugar bueno sería recordar
la verdadera razón que hace que este día sea proclamado “de la mujer”, o quizás
las razones en plural.
Desde la mujer en la antigüedad, con
referentes reales como Hipatia de Alejandría, matemática y astrónoma asesinada,
o referentes literarios como Lisístrata, pasando por la Revolución Francesa y
su toma de conciencia femenina, se encuentran hitos de la lucha de la mujer a
lo largo de la historia…cuando el relato oficial lo nombra, claro está. Sin
embargo, las primeras referencias al Día de la Mujer tienen que ver con luchas
mucho más actuales, de la mitad del siglo XIX en adelante, y sobre todo con
referencias muy arraigadas en el movimiento obrero y el sufragio femenino. Si
bien se tiene en cuenta el incendio de la fábrica de camisas Triangle
Shirtwaist en Nueva York el 25 de marzo de 1911 como una fecha clave para la
proclamación del Día Internacional, porque evidenció las terribles condiciones
de trabajo que tenían que soportar las mujeres, lo cierto es que varios grupos
obreros y feministas ya venían luchando desde principios del siglo XX
celebrando el Día de la Mujer en fechas diversas: Estados Unidos en 1908 y 1909
por el grupo de Mujeres Socialistas, seguida por la proclamación del Día Internacional
de la Mujer en 1910 en la Segunda Conferencia de Mujeres Socialistas en
Copenhague. Figuras tan importantes como Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin y
Nadezhda Krúpskaya son responsables, entre otras tantas mujeres militantes, de
esta declaración. Un poco más tarde, tras el incendio y con la participación
del género femenino en las Guerras Mundiales y la Revolución Rusa, el Día
Internacional de la Mujer fue cobrando más fuerza.
Claramente que está muy bueno
conocer por qué, pero no nos alcanza que se hagan los superados y pongan un
lindo post con una foto de época recordando a un grupo de mujeres luchadoras.
Aunque la base para entender nuestros reclamos sea conocer la historia del
movimiento y de la fecha, la verdadera necesidad de las mujeres en este día
pasa por otro lugar mucho más estructural que el mero recuerdo de una
cronología o de una sumatoria de sucesos. La necesidad más profunda y acuciante
de las mujeres en nuestro tiempo es ser reconocidas como seres humanos de igual
condición que cualquier hombre, en todos y cada uno de los aspectos de nuestras
vidas. Parece tan poco, tan lógico, tan cercano al sentido común, y sin embargo
nos falta todavía un larguísimo camino hacia la equidad concreta y verdadera.
Para empezar deberíamos entender que
los avances que se lograron hasta ahora, si bien son valorables, no son
suficientes. Existe, en ese profundo nivel estructural al que me refería, un
sistema de valores y de jerarquías arraigado en nuestra sociedad occidental que
determina quién está por encima de quién, y quiénes se llevan la peor parte.
Nombro esto porque he escuchado que “por qué no hay un día del hombre” o “los
hombres también sufren violencia de género y ustedes no dicen nada”, o incluso
peor “ustedes quieren ser superiores, son hembristas y feminazis”. Em, no. A
ver si nos entendemos: la violencia de género está sostenida por un sistema de
dominación patriarcal en el cual el sujeto promedio que ejerce la dominación es
el hombre blanco heterosexual. Dicho sujeto no puede sufrir violencia de género
cuando es quien detenta el poder para ejercerla a través de los privilegios que
le da su posición. Es la misma lógica torcida que quiere sostener el racismo a
la inversa, que tampoco existe. Cuando pertenecés a la casta que detenta el
poder, puede que recibas un comentario agresivo, pero está individualizado y
queda ahí. Lo grave del racismo y el sexismo es que tienen como base un sistema
social que se mantiene prácticamente intacto hace siglos: vos, mujer a la
cocina, o vos esclavo a limpiar; yo, hombre blanco, a las actividades cultas y
elevadas, a la vida social. Y el comentario agresivo hacia la mujer u hacia
otra raza no queda ahí, sino que se replica en políticas de Estado, en
desventajas en los lugares de empleo, en violencia de varios tipos, en
diferencias en el acceso a derechos básicos.
Aclarado esto, que me parece clave,
lo que una verdadera feminista busca es el reconocimiento de su condición de
ser humano con iguales capacidades que cualquier hombre. No se busca la
superioridad, sino que se acepten nuestras diferencias sin perder la equidad.
No creo que haber nacido con un útero me impida ganar lo mismo que un hombre si
hago la misma tarea, por ejemplo. No creo tampoco que existan carreras
universitarias que una mujer no pueda seguir porque “son de hombre”. Mi útero
no me condiciona como ser humano, ni afecta mi inteligencia, ni me convierte en
inferior. Soy igual que vos, hombre, pero con otra anatomía. Sigo siendo un
sujeto con derechos, aunque no me los respeten.
En esa equidad entran un montón de
cuestiones, no solo el ámbito profesional. La más grave en nuestro país
últimamente es la violencia física, concreta y palpable que sufren muchísimas
mujeres. Cuenta como una cuestión de no equidad porque dentro de esta sociedad
machista las mujeres estamos concebidas como madres, como novias, como
compañeras sexuales, siempre dependiendo de un hombre y siempre debiendo estar
pendientes de atenderlos. En palabras más brutas, somos un objeto a poseer que
sirve para el placer masculino, la reproducción, y las tareas domésticas que un
hombre no se quiere rebajar a hacer. Y cuando “osamos” rebelarnos, la respuesta
es la violencia, porque el hombre teme lo que no puede controlar y ejerce sobre él la violencia para compensar su dominación amenazada. La mujer no es completamente dueña de su cuerpo ni de lo que
le sucede, sino que ve ultrajado su derecho a decidir desde que nace hasta que
muere, a veces incluso a manos de su frustrado dominador.
Ya sea con un comentario sexual en
la vía pública, ya sea con la violencia de género física, pasando por la
violencia obstétrica de la que no se habla y otras tantas aristas, la mujer ve
constantemente cómo su cuerpo es apropiado por terceras personas, generalmente
hombres (aunque hay casos de mujeres que reproducen las lógicas de la violencia
machista). En lugar de enseñársele a los hombres que el cuerpo de la mujer es
exclusivamente de su propiedad y que nadie excepto ella puede decidir sobre él,
se nos enseña a nosotras a vestirnos recatadas porque nos puede pasar algo, a
no salir de noche porque es peligroso, a no ir solas a determinadas zonas, a no
protestar cuando pasa algo porque bueno, algo habremos hecho. NO. Mi cuerpo es
MÍO, y yo quiero poder decidir sobre lo que le sucede. Entonces, si yo no te
digo que sí, mi cuerpo no se toca, no se agrede, no se apropia. Este cuerpo es
mío y que la sociedad machista pretenda otra cosa no es motivo suficiente para
que me peguen, me secuestren o me asesinen.
Quiero decidir sobre mi cuerpo.
Quiero que los hombres me respeten en todo ámbito, como corresponde. Quiero
caminar por la calle sin ser acosada por comentarios desagradables (porque no,
no me importa saber qué te parezco, ni tu apropiación de mi cuerpo). Quiero que
se reconozcan mis derechos como mujer, como sujeto, como simple ser humano,
como quiero que se reconozcan los derechos de todas las minorías oprimidas que
pelean por la equidad en algún sentido (etnias, la comunidad LGBT+,
trabajadores precarizados, sectores vulnerables). Quiero vivir en paz con las
mismas posibilidades que un hombre puede tener sin que se le cuestione nada.
Como toda persona que esté
mínimamente atenta a los sucesos del día a día sabe, nada de eso se cumple. Por
eso yo dudo, y no afirmo un “Feliz Día de la Mujer”. Seguiré dudando porque es
la manera que encuentro para intentar correr un milímetro el velo de superficialidad
que se le da a este día y a nuestra lucha entera. Mientras haya mujeres que
sufran la opresión machista, habrá que seguir dudando, porque en el momento en
que dejemos de dudar habremos dejado de pelear.
Entonces…
¿feliz día? ¿Les parece?
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