6.9.15

Europa sin historia, sociedad irresponsable, refugiados sin asilo.

            Europa tiene cerradas las puertas, y el mundo tiene cerrados los ojos y el corazón. Si es que aún se puede hablar de corazón en estos tiempos actuales de desarraigo, fracturas y ríos de sangre.
                        Cierto es que la xenofobia existe desde que el hombre es hombre, porque la humanidad parece tener una necesidad instintiva de delimitar a un Otro lejano y peligroso que haga las veces de chivo expiatorio y cargue con las culpas de todos sus problemas. Porque reconozcamos que hacernos cargo de nuestras responsabilidades no es algo muy común en esta marea rota de individualismos a la que llamamos sociedad.
            También existen desde que el mundo es mundo las guerras contra ese Otro lejano y peligroso, el enemigo eterno. Inútil sería un recuento histórico de las guerras pasadas: la humanidad siempre se ha ensañado en matanzas inútiles y en el sufrimiento del otro. Sin embargo, en la escuela nos enseñan las cronologías de diversos conflictos pero nunca su alcance humano, como si las muertes fueran de tinta y no de carne y hueso.
            Y ahora aparece la foto de un niño ahogado y parece que recuperamos la conciencia de una cachetada. Aylan Kurdi, el chiquito sirio que pudo escapar de las balas pero no de la pobreza ni del cruel destino de los marginados que huyen de un lugar desgarrado. El pequeño al que todos quisimos ayudar cuando ya no había ayuda posible.
            Pero somos realmente ciegos si necesitamos que una foto nos recuerde que el mundo es un lugar cruel. Lo digo muy claro y me hago cargo: a mí, como comunicadora en formación, la publicación de la foto del cuerpito de Aylan me plantea un debate muy fuerte entre el "deber periodístico" y mis convicciones de ética profesional. ¿Realmente es necesario publicar hasta el hartazgo la foto cruda del niño muerto, tirado en la playa como si fuese una cosa? Sí, tiene valor histórico, sí, es un símbolo, pero sacada de contexto no nos cuenta absolutamente nada sobre las circunstancias que llevaron a esta tragedia. Sin un epígrafe, la foto sacada de contexto podría haber salido de otro lado y decir otra cosa (como todo signo, es polisémico y abierto a múltiples lecturas). Entonces, ¿qué valor informativo puede tener, realmente? ¿De qué incierta voluntad de cambio hablan desde los medios, cuando es facilísimo decidir sentado en una cómoda sala de conferencias con un traje caro y un café importado? No puedo dejar de pensar que el verdadero objetivo detrás de la publicación de la foto es el lucro...porque no nos olvidemos de que un medio de comunicación como la CNN o el diario El País sigue siendo una empresa. Además, de tanto verla, la gente se acostumbra a que le presenten imágenes cada vez más crudas, obteniendo cada vez menos reacción.
            A esto quería llegar, en parte: a la reacción mundial que generó la fotografía y que no puedo dejar de calificar como profundamente hipócrita y contradictoria. ¿Saben cuál es el problema? Que vivimos en una sociedad que nos construye como sujetos completamente racionales y ahistóricos, en pleno dominio de nuestros actos y libres de conexiones con el pasado y responsabilidades con el futuro. Entonces nos creemos que todo está perfecto, que la culpa la tiene otro, y que si el pobre es pobre se tiene que joder porque algo habrá hecho, y total no es mi problema.
            Y como nos creemos libres de la historia y dueños de nuestras acciones, somos más hipócritas a cada momento. Hay dos hipocresías gigantes en este caso. La primera es el aluvión de respuestas desde la comunidad argentina, que compartió la foto por Facebook, Twitter, Instagram, y toda red social imaginable, con un discurso progresista y new age que es, como poco, dudoso. ¿Dudoso por qué, me dirán? Porque claro, cuando el nene se muere ahogado en una costa lejana que no es la nuestra y por un conflicto en el que no hemos participado, nos rasgamos las vestiduras y nos horrorizamos porque el mundo es cruel y discrimina. Ahora, cuando mueren niños de países limítrofes en un incendio de un taller clandestino, propiedad de la mujer de uno de los candidatos a presidente más pesados, más de la mitad de la población mira para el otro costado. Cuando una muerte revela la trama perversa de inmigración desesperada y trabajo esclavo que sucede a poquísimos kilómetros de uno, ahí la excusa es que bueno, que se jodan, total vinieron a este país donde nadie los llamó a robarles el trabajo a los argentinos y usar gratis sus hospitales, sus universidades y sus recursos. Como si todos nosotros no fuésemos, en casi todos los casos, descendientes de inmigrantes. Ah, pero esa inmigración tenía la piel blanca y los ojos claros, entonces era otra cosa…
            La segunda hipocresía es, quizás, peor aún. Es, claramente, la hipocresía europea, que tiene varias vertientes. Por un lado, Europa se olvida que ellos también huyeron de las guerras que sus mismos actos habían ocasionado en todo el continente, porque eran el resultado lógico de un siglo de codiciar los mismos trozos de territorio y ocasionar escaramuzas de variada intensidad. Se olvida que su gente también estuvo hambrienta, asustada y sola, cruzando el Atlántico, dejando atrás parte de su familia y buscando a tientas un nuevo hogar mientras veían cómo el suyo se desangraba bajo las balas. Lo peor de todo: se olvida de que nadie les cerró las puertas, de que fueron recibidos e integrados. No es que haya sido la panacea, ni que no haya habido xenofobia, pero los dejaron entrar sin marcarlos como intrusos y los dejaron integrarse a nuestra naciente sociedad (que a nuestros gobernantes les convenía eso no lo niego, pero podrían haber cerrado la inmigración y eso no sucedió). Yo misma tengo sangre italiana y española, soy la viviente prueba de que fueron acogidos en su segundo hogar. Así que si tienen ganas de desmentirme este punto, mírenme a mí (y en muchos casos podría decir: mírense ustedes). Miren sus apellidos extranjeros, sus rasgos, sus colores, y piensen en ello.
            Por otro lado, y es lo más irónico de la cuestión, las potencias europeas y Estados Unidos son parte culpable de la situación actual de los países de origen de todos los asustados seres humanos que huyen de las balas y el hambre. En primer lugar son culpables de haber colonizado los territorios de la periferia mundial por ellos delimitada en los siglos anteriores. La razón por la cual un mapa de
África y el Oriente Medio acompaña este artículo es para que observen las fronteras, muchas de ellas rectas, prolijas, trazadas con regla, con total indiferencia ante las voluntades de sus pobladores de aliarse o no para conformar una nación. ¿A qué viene esto? A que los procesos de colonización primero y descolonización después generaron países dependientes con gobiernos inestables y poblaciones sometidas a cambios de amo, pero nunca de sistema de dominación…lo que nos enlaza directamente con el segundo punto de la culpabilidad. Al comenzar el proceso conocido como Primavera Árabe, muchos países se rebelaron contra los gobiernos abusivos, autoritarios y tiránicos que tenían (entre ellos Siria, país de origen de estas familias en el centro de la escena). Y no creamos ingenuamente que el resto del mundo permaneció quieto mirando…ah, no, eso no. Siempre que haya un beneficio de algún tipo, generalmente asociado a una negra y espesa sustancia llamada petróleo que casualmente mueve las industrias pesadas del mundo capitalista central, estarán Estados Unidos y la OTAN (sus amigos europeos) detrás de la espiral de violencia. Ya sea acusando a los rebeldes de terrorismo, o al gobierno de antidemocrático, o de que sustenta a ISIS o a Hezbollah, encuentran la manera de financiar a un lado u otro de la guerra, sin ver que así matan a civiles inocentes. Ah, ¿que sólo son daños colaterales? Escalofriante eufemismo.
            Entonces, cuando escucho que se hará un “reparto equitativo” de las personas, me pregunto si será equitativo teniendo en cuenta las culpas de cada país en esta situación, sean éstas bélicas, financieras, sociales, o de cualquier dimensión. Porque no me vengan a decir que Luxemburgo o Estonia pesan aquí igual que Alemania, Francia o el Reino Unido…Y ni hablemos de Estados Unidos, que permanece callado cuando también debería hacer un mea culpa. Todos ellos deberían hacerse cargo de sus culpas históricas, porque aunque se crean ahistóricos, no lo son en absoluto.
            Un punto clave a destacar. No, no son inmigrantes, son REFUGIADOS. El cambio de concepto es crucial para explicar por qué lo que está haciendo Europa es de la peor vileza y, para tener más a mi favor, también ilegal. En notorias y numerosas convenciones de derecho internacional se reconoce el derecho humano de asilo que tiene un perseguido y que no puede ser negado. Entonces ésta, la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, quiere ser ocultada diciendo que son “migrantes ilegales” cuando en realidad son refugiados que huyen de un horror que ellos NO provocaron. Pero pesa más la palabra de Angela Merkel o del parlamento húngaro que el dolor humano y el derecho básico. Vuelvo a decirlo: es facilísimo decidir cuando se tiene una cama caliente, un techo bajo el que descansar, comida a mano y derechos garantizados.
            Para terminar, vuelvo al debate interno que me generó la publicación de la foto, y al cuestionamiento que creo debe hacerse sobre el rol de los fotógrafos y periodistas que cubren estas catástrofes. Para que lo piensen, les dejo un texto que no es mío, pero con ideas que yo no puedo expresar mejor. Acá termino yo y empieza el fotógrafo Carlos Bosch, con un texto que se titula “Se rompió un límite”. Espero que les hiele la sangre como me la heló a mí.

“Teníamos suficiente dolor al ver las innumerables fotos de náufragos y cadáveres que no mueven un ápice a nuestra sociedad indiferente, insensible e inhumana. Ahora nos muestran esta atrocidad que intenta llevar el límite de lo soportable para que seamos indiferentes al dolor cotidiano. El mecanismo de insensibilización llega a tal punto que un diario puede publicar “Muerte de un ruiseñor” cuando se trata de un niño.
El sistema nos está llevando de a poco a insensibilizarnos. Y esto es otro capítulo de eso. En los años ochenta una niña había caído en un pozo, en Colombia, y no lograban sacarla. Ese pozo se fue llenando de agua y vimos en vivo y en directo, por la televisión a color, cómo esa niña se iba muriendo poco a poco.
Ahora se rompió un límite nuevo y lo vamos escalando.
Hay un problema ético y moral que es fotografiar el cadáver de un niño de esa manera, donde se ve a un niño como si durmiera, como si fuera un muñeco roto en la playa. Detrás de eso, hay una competencia de las agencias fotográficas por buscar mayor cantidad de publicaciones. Allí no está la intención de movilizar para que algo cambie.
La foto que había que hacer, la foto que había que publicar, era la foto que contaba qué ocurría detrás del nene, cuál era el contexto por el cual ese nene terminó allí. Ese contexto tiene a una Europa indiferente, un mundo indiferente, una Europa y un mundo donde nadie se planteó recibir diez mil refugiados.”

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