Lo que pasó, pasó, y no tiene sentido negarlo. Por eso, las entradas asquerosamente depres que datan del verano, de una época bastante oscurita de mi vida, las voy a dejar ahí. Son un testimonio de lo que me pasó, son parte de mi historia, y negarlas sería estúpido y contradictorio teniendo en cuenta mi línea de pensamiento. Además demuestran que también soy un ser humano y que puedo escribir de cosas que nada tienen que ver con la política económica o con la exclusión social.
No invito a nadie a restringirse de leerlas, pero advierto que no son lo más lindo del mundo, y que ya superé un poco esa etapa de darme con un látigo por todo (que no es sano, no lo hagan en casa). Si alguien las quiere leer está perfecto, y si no, también. Libertad absoluta a gusto del lector, por eso las dejo ahí. No pienso negarme a mí misma.
Dicho esto, voy a retomar la idea primigenia del blog, que era compartir cosas un poco más profesionales. Pero la válida conclusión de lo sucedido acá es que los profesionales somos humanos que sentimos y que, a veces, necesitamos de nuestra expresión profesional para los más profundos problemas personales.
Avanti entonces con lo profesional, lo político y lo periodístico.
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