29.1.24

Conejo Blanco

        Fecha original: 25 de julio del 2023.
        Destinatario original: qué importa ya.

        El comienzo del olvido, otra vez.
        El momento en que decido que ha sido suficiente.
        Que yo no he sido suficiente.
        Que me retiro de la batalla, pañuelo blanco en alto, rogando una tregua para enterrar a mis muertos en paz y lamerme las heridas como el animal salvaje que soy.
        Cuántas veces habrás olvidado lo que querías recordar, cuántas habrás rogado olvidar lo que recordabas, y cuántas más te habrás convencido de ser la anacrónica musa de Borges y su Funes el Memorioso.
        Cuántas veces habrás jugado este juego ya.

        Mis olvidos son jaulas imperfectas.
        Sus barrotes no siempre encierran a sus prisioneros como me gustaría, y a veces salen a jugar, espectralmente alados en medio de mis delirios, condenándome a vivir en una casa de espejos donde las imágenes que vuelven son mías, pero son siempre de otros.
        No hay olvidos perfectos para quienes no tienen amores perfectos, no hay paz del cementerio para quienes respiran todavía.
        Mis olvidos se abren en la noche y dejan salir esquirlas de perfume, voces inconexas, tactos desvaídos, sonrisas en sepia.
        Torturas nostálgicas de ayeres reales e inventados, pero igualmente funcionales a la hora de envenenar este presente desabrido con un dolor persistente, sordo, crónico.
        Ahhh, olvidar.
        Algo que solamente podría desear.

        Y sin embargo lo intento.
        Intento arrancar la imagen del pensamiento, lobotomizar el corazón, dopar el deseo animal, a sabiendas de que es imposible.
        Siempre algo logra escapar de la censura: la mirada fugaz de unos ojos café amielados, una sonrisa conejuna, la sensación de un roce particularmente indebido.
        Así debe sentirse un adicto luchando contra la abstinencia.
        La diferencia es que yo nunca pude probar mi droga.

        ¿Cómo olvidar lo que nunca tuviste?
        Siempre fuiste un fragmento de mi imaginación.
        Has sido siempre el Conejo Blanco que perseguí por todo el País de las Maravillas, cayendo a través de espejos, en huecos inesperados, igualando la locura del Sombrerero y resguardando mi cuello de la voluntad de la Reina, porque moriría si se entera que pinté sus rosas blancas de rojo.
        Pero la Reina igual me encontró, y decretó mi muerte cuando todavía no había podido dar ni una sola pincelada.
        De no haberte visto, Conejo Blanco, no estaríamos acá.
        No pendería tal juicio sobre mi inepta cabeza, no estaría a la espera del verdugo en el cadalso. De haber sabido que todo el tiempo tu lealtad pertenecería a la Reina de Corazones, me hubiese ahorrado el esfuerzo.
        Maldigo mi curiosidad carrollesca, porque ahora tengo que lidiar con las consecuencias de esta cacería surrealista en la que me metí, o en la que me convenciste de meterme.
        Aún no estoy segura.
        ¿Y por qué soy yo, y no vos, quien debe perder la cabeza?
    
        Quizás en el afán de olvidar me olvidé de mis razones y escrúpulos.
        En la adrenalina de la cacería no hay bien ni mal, moral ni amoral, sino presa y depredador, depredador y presa, conejo y bestia.
        En el afán de olvidar me estoy olvidando adrede de que soy humana, para olvidarme de la culpa que me da perseguir lo prohibido.
        Pero siempre recuerdo.
        Que está prohibido, y que lo deseo como a nada.

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