28.1.15

Tiré la toalla.

Perdí.
Hasta acá llegué, planto bandera blanca y me rindo.
Éste es el momento en que dejo de echarle las culpas al mundo y admito que la culpa de todo lo que me pasa es enteramente mía.
El momento en que me doy cuenta que hay cosas que no se pueden tener cuando no podés ofrecer nada a cambio para tenerlas. Que no tengo nada bueno para ofrecer, que se terminó la inútil mentira de pretender que tengo chances.
¿Las tuve alguna vez? ¿De verdad creí que podía llegar a recuperar lo que se había perdido, lo que nunca debí tener porque nunca me lo merecí? Qué ilusa, qué estúpida y que egoísta, pedir tanto sin dar nada. O dando mierda.
Me encantaría poder pintarme una sonrisa gigante y decirle al mundo que estoy perfecta, que no me pasa nada, que es sólo un contratiempo más, que eventualmente me voy a recuperar, que no me duele.
Me encantaría poder mentir, decir que no soy Malena, que a mis veinte años no soy un fracaso total, que si busco voy a encontrar, que me gusta cómo soy, que mis problemas ya no están.
Pero, ¿de qué serviría? Si mintiera, me seguiría llamando Malena, seguiría siendo un fracaso a mis veinte, seguiría sin encontrar soluciones, sin gustarme, y llena de problemas que me voy a llevar a todos lados porque forman parte de mí. Seguiría dolida, llena de rabia, con impotencia, humillada, harta de mí, harta de tener que pelear conmigo misma por todo.
Entonces decido dejar de flashar, dejar de pensar que las cosas se van a solucionar por arte de magia. Me rindo, no puedo, no debo, no lo amerito.
Me ganaron. Ya no me escondo más: soy una decepción, una mentirita de patas cortas, alguien que pide mucho más de lo que merece.
Me ganaron. Me ganó la vida, me ganó la humillación, me ganaron las personas que aman destruir porque no tienen mejores cosas que hacer, me ganaron las palabras que no quiero escuchar de mí, me ganaron todos los factores que nunca pude controlar.
Me ganó mi peor parte. Me gané a mí misma y no es bueno porque no implica superación. Me saqué sola todo lo que me importaba.
Quisiera poder cambiar, quisiera que todo el esfuerzo que le puse hubiera servido de algo. Qué lindo sería que, después de tantas malas, algo me saliera bien, alguien me palmeara la espalda y me dijera que lo hice genial, que soy mejor, que ahora entienden por qué, que fue un prejuicio, que no estoy loca y nunca lo estuve.
Bueno, eso no va a pasar. Si algo aprendí es que para hacer leña del árbol caído son todos mandados a hacer, pero que nadie, nunca, jamás, te va a preguntar cómo te sentías antes de juzgarte, ni va a replantearse que vos, capaz, estabas cansada, dolida, enojada con vos misma, sacada, harta de intentar sin poder ser mejor de lo que eras, de lo que sos. Porque a nadie le importa, salvando a tres o cuatro personas que tampoco pueden ayudarte por más que quieran. Salvando a la única persona que alguna vez fue más allá de lo que la vista muestra, que se animó a ver que también necesito un poquito de cariño por más que sea una bola de defectos.
Porque es más fácil lastimar que ayudar a sanar, hablar mal que pensar en lo que realmente pasa, burlarse que intentar entender, sentirse superior ante el dolor que tener un mínimo de empatía.
Qué triste, ¿no? Es triste ver cómo se suben a un pedestal de hipocresía y opinan sin saber ni un octavo de lo que estás pasando. Cómo te critican desde sus vidas perfectamente perfectas…perfectamente mediocres, cómo se ríen y les chupa un huevo que vos quieras tirarte abajo del Sarmiento cada vez que pasás por las vías. Cómo se arrogan el derecho de anular tu sufrimiento porque te equivocaste: ‘te mandaste una cagada, ahora no tenés derecho a sufrir, jodete, morite, no nos importa’.
Hoy elijo no vivir más una vida así, no subirme más al pedestal de la hipocresía y la careta (porque sí, admito que yo lo hice también). Hoy me cae la ficha de que toda la mierda de este pueblo chico/infierno gigantesco viene de ahí, de que nos hacemos todos los solidarios y los buenitos cuando en realidad cuando el otro se cae no lo queremos ayudar. Admitamos que todo nos chupa un huevo y somos una manga de forros narcisistas.
Me parece más auténtico reconocer que soy una defectuosa incorregible, una boluda sin remedio, una mina con la autoestima casi nula que no se quiere y es posible que nunca lo haga. Alguien que casi nunca está orgullosa de sí misma porque… ¿qué tengo para enorgullecerme?
Por eso planto la bandera blanca y decido bancarme todo lo malo que me quieran decir, porque lo más seguro es que sea verdad (aunque quienes me lo digan probablemente sean, en el fondo, iguales a mí). Dejo de lado lo que quiero, que no debería tener, y me fumo lo que me corresponde.
Ah, no pido perdón porque no me da la cara. Ni en mil años me ganaría un perdón, ni en un millón, ni en cinco vidas sucesivas. Es mi culpa, exclusivamente mía, y tengo que aprender a vivir con eso.
Me rindo y lo dejo ser feliz con alguien que se lo merezca más que yo. No porque no lo quiera, no porque no lo ame, no porque no esté muriéndome con cada fibra mía para arreglar todo, sino porque no tengo nada que ofrecerle más que lo que soy…que no es mucho, y encima vino fallado por todas partes.

No creo que lo quieras de vuelta…podés tener algo mejor.

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